Por César Valdeolmillos Alonso
Aunque fuiste de todos, nunca tuviste dueño
que condicionara tu razón de ser.
Libre como el viento era el cantor nuestro,
y de la Pampa que lo vio nacer.
Tan libre y soñador, que era capaz de conversar con las flores y tutear a las estrellas.
Tan libre y soñador, que era capaz de conversar con las flores y tutear a las estrellas.
Alberto Cortez: palabrero aguerrido capaz de mostrar sus inquietudes alojadas en cada pliegue de su alma.
Confieso la intensa emoción que embargaba mi espíritu cada uno de tus poemas. Aún hoy, cuando te escucho cantar alguno de tus versos, lo hago con la misma emoción. ¡Cómo el primer día! No sabría muy bien decir si eras un poeta de la canción o un músico que en verso expresaba los sentimientos más íntimos de su corazón.
Tú no fuiste un cantante al uso, ni un artista de moda, que en el mejor de los casos, representaras una época. Fuiste mucho más. La tuya, fue la voz amiga que siempre estuvo presente en nuestras vidas. Tu voz fue el entrañable paisaje que nos hablaba de los sentimientos profundos y las personas amadas.
Cada una de tus canciones era como una paloma surcando el viento, llevando en su pico el anuncio de tu apasionada rebeldía contra la tremenda confusión de valores en la que nos encontramos perdidos. Tus versos eran la denuncia lacerante hecha música.
Por las calles de mundo
vaga un niño perdido.
Lleva todas las razas
sobre la piel.
Si se cruza algún día
en tu camino,
pregúntale ¿que busca?
y te dirá.
Miguitas de ternura
yo necesito,
si te sobra un poquito,
dámelo a mí.
Tú y yo, el vecino de enfrente, el ladrón, y la muchacha que lleva todos los pecados del mundo sobre su piel, llevamos ese niño guardado en el fondo de nuestra alma, anhelando siempre unas miguitas de ternura.
Ese niño que la profunda crisis de valores, le esconde, le hace invisible. Un desmoronamiento asfixiante de los principios de nuestra sociedad, que se agiganta a diario y amenaza con devorarnos.
Cada una de tus canciones era un grito al viento, un desesperado intento por restablecer lo que tú llamabas, el equilibrio perdido de los seres y las cosas. Y aunque sabías que era una utopía, gastaste toda tu energía en la maravillosa aventura de ser un loco trovador. Un loco trovador a quien nadie hizo caso, pero al que todo el mundo, con devoción escuchó.
Quizá porque desde muy joven atisbaste la vida y te aferraste a ella, pero nunca te viste en ella, te preguntabas “¿Por qué seremos tan pequeños con nosotros mismos?”.
En nuestra adormecida sociedad, tu canción era el beso transparente que nos traía la frescura infinita del agua del mar. El tiempo que le robabas al silencio de nuestras conciencias, para mostrárnoslas desnudas ante nosotros mismos. Eran la denuncia del pasado, mirando al futuro.
Como el agua del río, te fuiste a recorrer distancias. Llegó tu hora, la final, la suprema, y en nuestra alma dejaste un espacio vacío. Quedó el tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río. Pero nos dejaste tus canciones. ¡Tú equipaje! El que contiene tus vivencias del alma. Te fuiste, pero te quedaste para escarbar con tus versos el alma. Tu recuerdo será como el de la pesada nave que te trajo al viejo mundo. Esa nave que con su carga de evocaciones y añoranzas, nunca acabó de alejarse, y allá donde estés, desde lo más profundo de mi corazón, te llegará una rosa cada día.
Confieso la intensa emoción que embargaba mi espíritu cada uno de tus poemas. Aún hoy, cuando te escucho cantar alguno de tus versos, lo hago con la misma emoción. ¡Cómo el primer día! No sabría muy bien decir si eras un poeta de la canción o un músico que en verso expresaba los sentimientos más íntimos de su corazón.
Tú no fuiste un cantante al uso, ni un artista de moda, que en el mejor de los casos, representaras una época. Fuiste mucho más. La tuya, fue la voz amiga que siempre estuvo presente en nuestras vidas. Tu voz fue el entrañable paisaje que nos hablaba de los sentimientos profundos y las personas amadas.
Cada una de tus canciones era como una paloma surcando el viento, llevando en su pico el anuncio de tu apasionada rebeldía contra la tremenda confusión de valores en la que nos encontramos perdidos. Tus versos eran la denuncia lacerante hecha música.
Por las calles de mundo
vaga un niño perdido.
Lleva todas las razas
sobre la piel.
Si se cruza algún día
en tu camino,
pregúntale ¿que busca?
y te dirá.
Miguitas de ternura
yo necesito,
si te sobra un poquito,
dámelo a mí.
Tú y yo, el vecino de enfrente, el ladrón, y la muchacha que lleva todos los pecados del mundo sobre su piel, llevamos ese niño guardado en el fondo de nuestra alma, anhelando siempre unas miguitas de ternura.
Ese niño que la profunda crisis de valores, le esconde, le hace invisible. Un desmoronamiento asfixiante de los principios de nuestra sociedad, que se agiganta a diario y amenaza con devorarnos.
Cada una de tus canciones era un grito al viento, un desesperado intento por restablecer lo que tú llamabas, el equilibrio perdido de los seres y las cosas. Y aunque sabías que era una utopía, gastaste toda tu energía en la maravillosa aventura de ser un loco trovador. Un loco trovador a quien nadie hizo caso, pero al que todo el mundo, con devoción escuchó.
Quizá porque desde muy joven atisbaste la vida y te aferraste a ella, pero nunca te viste en ella, te preguntabas “¿Por qué seremos tan pequeños con nosotros mismos?”.
En nuestra adormecida sociedad, tu canción era el beso transparente que nos traía la frescura infinita del agua del mar. El tiempo que le robabas al silencio de nuestras conciencias, para mostrárnoslas desnudas ante nosotros mismos. Eran la denuncia del pasado, mirando al futuro.
Como el agua del río, te fuiste a recorrer distancias. Llegó tu hora, la final, la suprema, y en nuestra alma dejaste un espacio vacío. Quedó el tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río. Pero nos dejaste tus canciones. ¡Tú equipaje! El que contiene tus vivencias del alma. Te fuiste, pero te quedaste para escarbar con tus versos el alma. Tu recuerdo será como el de la pesada nave que te trajo al viejo mundo. Esa nave que con su carga de evocaciones y añoranzas, nunca acabó de alejarse, y allá donde estés, desde lo más profundo de mi corazón, te llegará una rosa cada día.
Te fuiste, sí. Y con tu marcha, una estrella se ha perdido. Una estrella que siempre brillará, porque ilumina el lugar, donde nuestro niño está dormido.
César Valdeolmillos Alonso
César Valdeolmillos Alonso
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