A diez años de mi ordenación sacerdotal y dando gracias a Dios por los beneficios recibidos, publico aquí la carta que me enviara el querido Padre Alfredo Sáenz con motivo de mi ordenación y, a continuación, las palabras de acción de gracias mencionadas por este don inmerecido del sacerdocio católico. Rogando una oración por este pobre cura, los bendigo en el nombre de Dios,
P. Javier Olivera Ravasi
Regina MartyrumCompañía de JesúsSarandí 65, Bs.As.Buenos Aires, 3 de diciembre de 2008.Querido Javier:Acabo de recibir la tarjeta de tu ordenación sacerdotal. Estos tiempos en que te ordenas y ejercerás tus primeros años de sacerdocio, son a la vez dramáticos y gozosos. Dramáticos, porque se desplegarán en una época de defección generalizada dentro de la Iglesia y de agonía política, por otra parte, en buena medida como consecuencia de lo primero.
Por eso hay que temblar y gozar a la vez. Temblar, porque la perseverancia será ardua. Habrá que tener una fe más sólida que nunca, ya que sobre nuestros hombros de sacerdotes deberá apoyarse en buena parte la fe de los fieles. Los peligros son mayores que nunca. Pero no habrá que abandonarse, en modo alguno, a la desconfianza en el Dios que nos ha llamado, no en cualquier época, sino en ésta, ardua y bravía.Pero también hay que gozar, ya que estos tiempos nos posibilitan un servicio mucho más fecundo, mucho más heroico.Te pido tu bendición, la primeriza, y yo te envío la mía, añeja, por cierto (¡ojalá no avejentada!). Un abrazoAlfredo Sáenz, SJNB: tengo muy presente a tu padre en mis oraciones. Tu ordenación será en el marco del Huerto de Getsemaní.
Acción de Gracias luego de la ordenación sacerdotal
6 de Diciembre de 2008
P. Javier Olivera Ravasi
¡Y llegó el momento, nomás!
Si parece mentira que hace ya siete años dejaba la casa paterna y me dirigía con un colchón a un pequeño barrio de Chile…
Y hay que dar gracias, entonces, pero ¿a quién? Son tantos los que han contribuido a que llegara este hermoso momento de la ordenación sacerdotal…
1) Primero que nada debo dar gracias a Dios: gracias por haberme creado y hecho cristiano; gracias por recibirme en este mundo en el seno de una familia verdadera, es decir, en la comunión de UNO Y UNA unidos para siempre en sacramento; gracias por tener como ejemplo a un hombre y una mujer que han descreído de las mentadas “uniones civiles”, y que afirman y creen en la Vida Eterna, como la coronación del esfuerzo de una vida en gracia de Dios.
2) Gracias doy también por haber pertenecido hasta ahora, a la Iglesia de siempre a aquella de las promesas, a la que no falla; por haberme dado cuenta de que la publicidad de algunos de sus pastores-lobos con piel de oveja, no comprometen en nada a la Esposa de Jesucristo, que permanecerá incólume hasta el fin de los tiempos, aunque sea en una pequeña e insignificante grey.
3) Gracias debo dar a Dios también, por haberme hecho nacer en esta tierra, en nuestra Argentina, hija y heredera de una tradición incalculable; una tierra que supo, en su momento, mantener en alto la bandera que España le donara, la bandera de la Fe; gracias por haber conocido a la verdadera Argentina y no a la payasada que debemos padecer hoy; gracias por haber conocido la verdadera Historia, la maestra de la vida de la que hablara el gran Cicerón; aquella de los grandes hombres intentaron forjarla, aquella de San Martín, de Belgrano, Rosas y de tantos más que intentaron continuar lo que en su momento se llamó la Cristiandad; doy gracias por darme cuenta de que, hoy por hoy, nuestra Patria está ocupada por un grupo que la domina y que la verdadera se halla en algunos pocos que aún la conservan en sus almas dispuestas a dar la vida por ella.
4) Gracias doy también, por la familia que Dios me ha dado: por mi madre, Marta, quien cual leona con sus cachorros, día y noche se desveló para que nunca nos faltara nada, comenzando por Dios. Le doy gracias, Dios por todo su ejemplo: por haberse mantenido unida a mi padre a lo largo de tantos años de matrimonio, dándonos así un ejemplo de que las promesas hechas en el altar deben ser tomadas en serio.
Fue ella quien me enseñó a rezar; fue ella quien desde niño me mostraba el librito sobre la vida de San Pablo, uno de mis patronos. Todavía tengo marcado a fuego en mis recuerdos, las tardes de domingo donde nos llevaba a Misa en los múltiples destinos que nos tocó vivir como familiar militar. Todavía guardo para mí, su infatigable constancia y fortaleza; doy gracias porque ella ha llorado y sigue llorando por sus hijos, sabiendo que, como decía San Ambrosio a Santa Mónica, “no se pierden hijos de tantas lágrimas”. Ella sigue dando, como fuente milagrosa, un agua que no se acaba y que aún hoy sigue regando las verdes praderas. Supo, como buena hija, seguir el ejemplo de sus padres, dos “tanos” de fierro, que una vez que le dijeron sí a Dios, ya nunca lo dejaron. Fue, como todas las madres, la que puso los pilares fundamentales de los únicos valores que permanecen a pesar de las corrientes de moda: Dios, la Patria y la Familia.
4) También doy gracias a Dios por haberme dado a mi padre Jorge, hoy prisionero de guerra de un estado totalitario con perversión democrática. Doy gracias por su coherencia de vida; siempre ha sido parejito; nunca se dio descanso y en cuanto lío hubo allí estuvo él para dar una mano. De corazón inquieto (por no decir otra cosa…) palpitó siempre en pos de la Patria; nunca se bajó del caballo ni dejó macana por hacer, por lo que hoy goza de unas merecidas vacaciones en una inhóspita cárcel de San Juan. Por hombres como él (¡tantos hombres como él!) nos libramos en su momento de ser una Cuba marxista. Por hombres como él, que no hicieron como el avestruz, escondiendo la cabeza y dejando al aire libre sus vergüenzas, supe lo que significa sufrir la Patria. Él paga hoy nuestras desgracias argentinas; él ¡y tantos otros “perseguidos a causa de la justicia”! saben redimen con sus sufrimientos sus propios pecados y los nuestros.
Aún tengo grabada su imagen cuando corría el año ’82, allá en Posadas, Misiones: “chicos – nos dijo – cuiden a mamá: aunque el Ejército no me lo permita (estaba demasiado lejos y había sido enviado a custodiar la frontera con Brasil), yo me voy igual a la guerra; a defender las Malvinas”. Finalmente lo descubrieron y no pudo viajar, pero su alma se mantuvo siempre allí, en aquellas lejanas tierras australes, donde las Cruzadas revivían una vez más.
Fue él quien me hizo amar a aquella gran mujer se llama Política. Fue él quien nos transmitió la gran vocación de servir a la polis, a la ciudad, incluso a costa del bien particular. Él nos enseñó que vale la pena abandonar una vida tranquila para darse por completo a aquel arte que implica un desapego a sí mismo en bien del prójimo. Hay que servir a la Patria, militando en sus filas y dando el buen combate; finalmente, yo me decidí por un intento eterno: llevar la Patria terrena a su mansión celeste.
5) Doy gracias también a Dios por mis cuatro hermanos, los tres de la tierra y el cuarto que ya está el Cielo
6) No quería dejar de agradecer también a los amigos, sin los cuales no vale la pena la vida en la tierra, según el poeta. Han sido varios, pero en especial deseo mencionar a tres: al P. Víctor Sequeiros, quien con sus consejos y ejemplos me hizo saber que la Iglesia necesitaba “comandos de elite” para continuar con la batalla librada desde el principio de los tiempos entre Cristo y el Anticristo; a su padre Octavio, quien partió hace pocos meses al Cielo: uno de los pocos amigos que pude tener y que me enseñó con sus consejos y guía, “cómo el hombre realmente se eterniza”; finalmente a Trinidad Sequeiros, hoy, hermana Marie de la Sagesse, por su compañía, ejemplo y oración, con quien, luego de cinco años y medio de un hermoso noviazgo, decidimos allá por el 2002 abrazar “una caballerosidad más noble”, lanzándonos a una empresa que no tiene fin y que, por momentos, nos mostrará persecuciones varias.
Sin embargo, “nadie será coronado si no ha valientemente combatido".
Me encomiendo a vuestras oraciones y ruego a Dios para que termine en mí la obra que ha comenzado, haciendo de este pobre sacerdote un instrumento dócil de la Providencia.
P. Javier Olivera Ravasi
6 de Diciembre de 2008
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