“¿Cómo se ha podido llegar a este punto?”, se pregunta el cardenal. Su respuesta está en un amplio y fundamentado artículo publicado en estos días en el mensuario alemán “Vatican Magazin”, dirigido por Guido Horst:
> Homosexualität und Missbrauch – Der Krise begegnen: Lehren aus der Geschichte
En versión italiana integral:
> Omosessualità e abusi – Affrontare la crisi: le lezioni della storia
Brandmüller remite a los siglos en los que los obispados y el mismo papado se habían convertido en tal fuente de riqueza, que por esto “se combatía y se comercializaba tomar posesión de ella”, con la pretensión de los gobernantes temporales de atribuirse ellos mismos los cargos en la Iglesia.
El efecto fue que ocuparon el cargo de pastores personajes moralmente disolutos, ocupados en el patrimonio más que en el cuidado de las almas, para nada inclinaos a llevar una vida virtuosa y casta.
No sólo el concubinato, sino también la homosexualidad estaban cada vez más difundidas entre el clero, en tal forma que san Pedro Damián, en 1049, entregó al neo-electo papa León IX, conocido como celoso reformador, su libro ‘Liber Antigomorrhianus’, redactado en forma epistolar, y que en esencia era “un llamado para salvar a la Iglesia de la inmundicia sodomítica que se insinúa como un cáncer en el orden eclesiástico, más aún, como una bestia sedienta de sangre y rabiosa en el redil de Cristo”. Sodoma y Gomorra, en el libro del Génesis, son las dos ciudades que Dios destruyó con fuego, a causa de sus pecados.
Pero lo más digno de destacar, escribe Brandmüller, fue que “casi contemporáneamente se constituyó un movimiento laico dirigido no sólo contra la inmoralidad del clero, sino también contra el apoderamiento de los cargos eclesiásticos por parte de los poderes laicos”.
“Lo que surgió fue el vasto movimiento popular llamado ‘pataria’, conducido por miembros de la nobleza de Milán y por algunos miembros del clero, pero apoyado por el pueblo. Colaborando estrechamente con los reformadores próximos a san Pedro Damián, y luego con Gregorio VII, con el obispo Anselmo de Lucca, importante canonista que posteriormente llegó a ser el papa Alejandro II, y con otros también, los ‘patarinos’ solicitaron, recurriendo también a la violencia, la realización de la reforma que a continuación tomó a partir de Gregorio VII el nombre de ‘gregoriana’: por un celibato del clero vivió fielmente y contra la ocupación de diócesis por parte de poderes seculares”.
Ciertamente, a continuación la “pataria” se dispersó en corrientes pauperísticas y antijerárquicas, al filo de la herejía, sólo en parte después reintegradas en la Iglesia “gracias a la acción pastoral con visión de futuro de Inocencio III”. Pero el “aspecto interesante” sobre el que Brandmüller insiste es que “ese movimiento reformador explotó casi en forma simultánea en los máximos ambientes jerárquicos en Roma y entre la vasta población laica lombarda, en respuesta a una situación considerada insostenible”.
Ahora bien, ¿qué hay de semejante y de diferente en la Iglesia de hoy, respecto a entonces?
Brandmüller advierte que entonces como hoy quienes expresan la protesta y reclaman una purificación de la Iglesia son sobre todo estratos del laicado católico, especialmente norteamericanos, en el surco del “maravilloso homenaje al rol importante del testimonio de los fieles en materia de doctrina” sacado a la luz en el siglo XIX por el beato John Henry Newman.
Al igual que entonces, también hoy estos fieles encuentran a su lado a algunos pastores celosos. Pero hay que reconocer – escribe Brandmüller – que el apasionado pedido a las altas jerarquías de la Iglesia y en definitiva al Papa de unirse a ellos para combatir la peste de la homosexualidad entre el clero y los obispos no encuentra hoy respuestas igualmente adecuadas, a diferencia que en los siglos XI y XII.
También en las luchas cristológicas del siglo IV – hace notar Brandmüller – “durante largos períodos el episcopado se mantuvo inactivo”. Y si también hoy permanece de la misma manera, respecto a la difusión de la homosexualidad entre los ministros sagrados, “puede depender del hecho que la iniciativa personal y la conciencia de la propia responsabilidad de pastor del obispo individual se han tornado más difíciles por las estructuras y por los aparatos de las conferencias episcopales, con el pretexto de la colegialidad o de la sinodalidad”.
En cuanto al Papa, Brandmüller imputa no sólo al actual, sino también en parte a los predecesores, la debilidad de confrontar las corrientes de teología moral según las cuales “lo que ayer estaba prohibido hoy puede ser permitido”, actos homosexuales incluidos.
Es verdad – reconoce Brandmüller – que la encíclica “Veritatis splendor” de 1993 de Juan Pablo II – “en la que la contribución de Joseph Ratzinger no ha sido todavía reconocida debidamente” – ha reconfirmado “con gran claridad las bases de la enseñanza moral de la Iglesia”. Pero ella “ha chocado con el amplio rechazo de teólogos, quizás porque ha sido publicada sólo cuando la decadencia teológico-moral ya había avanzado demasiado”.
Es verdad también que “algunos libros sobre la moral sexual han sido condenados” y “a dos profesores les ha sido revocada la licencia para enseñar, respectivamente en 1972 y en 1986”. “Pero – prosigue Brandmüller – los herejes verdaderamente importantes, como el jesuita Josef Fuchs, que desde 1954 a 1982 fue docente en la Pontificia Universidad Gregoriana, y Bernhard Häring, quien enseñó en el Instituto de los Redentoristas en Roma, al igual que el más que influyente teólogo moral de Bonn, Franz Böckle, o el de Tubinga, Alfons Auer, han podido esparcir, sin ser perturbados, a la vista de Roma y de los obispos, la semilla del error. La actitud de la Congregación para la Doctrina de la Fe en estos casos es, visto en retrospectiva, simplemente incomprensible. Se ha visto llegar al lobo y se permaneció mirando mientras irrumpía entre la grey”.
El riesgo es que a causa de esta falta de iniciativa de las altas jerarquías también el laicado católico más comprometido, abandonado, pueda “no reconocer más la naturaleza de la Iglesia fundada sobre el Orden Sagrado y se encamine, al protestar contra la ineptitud de la jerarquía, hacia un cristianismo comunitario evangélico”.
Y por el contrario, más se sientan los obispos, desde el Papa en adelante, sostenidos por la activa voluntad de los fieles para renovar y revivir la Iglesia, mucho más se podrá hacer una verdadera limpieza.
Concluye Brandmüller diciendo:
“Es en la colaboración de obispos, sacerdotes y fieles, en el poder del Espíritu Santo, que la crisis actual puede y debe convertirse en el punto de partida de la renovación espiritual – y, en consecuencia, también de la nueva evangelización – de una sociedad post-cristiana”.
Brandmüller es uno de los cuatro cardenales que en el 2016 presentó al papa Francisco sus “dubia” sobre las variaciones de hecho de la Iglesia, sin que nunca haya recibido una respuesta.
¿Esta vez el Papa lo escuchará y lo tomará seriamente en consideración, como hizo León IX con san Pedro Damián?
Sandro Magister, L’Espresso – 5 noviembre 2018
https://es.corrispondenzaromana.it/
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