Por Nemesio Rodríguez Lois
El presidente español Pedro Sánchez, tiene prisa por radicalizarse, máxime cuando él, antes que nadie, sabe muy bien que, si no se radicaliza, puede perder el apoyo del partido Podemos de Pablo Iglesias, así como de los diferentes grupos separatistas.
Por esa razón, con tal de no perder unos apoyos, cuya falta podría desembocar en una moción de censura, es que trata de sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, así como de que cuanto antes se apruebe una ley que despenalice la eutanasia.
Atendiendo a sus raíces etimológicas, la palabra “eutanasia” viene del griego y significa “buena muerte”. Sin embargo, su significado real hace referencia a la práctica que consiste en provocar directamente la muerte mediante procedimientos médicos a enfermos terminales con el fin de librarlos a ellos de sufrimientos y a los demás de la carga que supone cuidarlos.
Existen dos clases de eutanasia:
*La genésica que elimina a enfermos y tarados.
*La económica que suprime a viejos, inválidos y dementes.
La eutanasia es otra de las manifestaciones de una cultura de la muerte que, en pleno siglo XXI, parece imposible detenerla. Aquí lo curioso es que quienes la promueven lo hacen con una etiqueta de buena apariencia como es la de ayudar a morir a quien no desea seguir sufriendo.
Lo malo de esto es que, una vez puestos en la pendiente, se va resbalando y cayendo cada vez más bajo hasta llegar a casos aterradores como podría ser, valga el ejemplo, el caso de un matrimonio joven que pide eliminar a la abuela porque necesita su cama. O también el que -¡algo grotesco!- un hijo desnaturalizado pida a los médicos que aceleren la muerte de su padre para que el funeral pueda celebrarse antes de las vacaciones.
Quienes defienden la eutanasia sostienen que es preferible matar al enfermo para que deje de sufrir, especialmente si es el mismo enfermo quien lo pide. Ni duda cabe que mucho contribuyó a difundir esta mentalidad aquella película titulada “Mar adentro”, protagonizada por Javier Bardem donde se presentaba el caso de un enfermo tetrapléjico que, con plena conciencia, exigía que le matasen.
Es aquí donde la frase “PARA QUE DEJE DE SUFRIR” hace que nos preguntemos: ¿Quién dejará de sufrir? ¿El enfermo o quienes le cuidan? Es aquí donde se encuentra el meollo de la cuestión porque muchos de quienes, retorciéndose de dolor en su lecho, piden la muerte, lo que en realidad están pidiendo es ser mejor atendidos y -de ser posible- tener ayuda para seguir viviendo.
En muchos casos, pedir la muerte, en realidad significa, una petición de ayuda, comprensión y -por supuesto- cariño.
Resumiendo: Lo que en realidad quiere el enfermo es dejar de sufrir.
El deseo de dejar de sufrir es algo muy comprensible y -dados los nuevos descubrimientos- actualmente no hay sufrimientos insoportables dada la terapia antidolorosa de que hoy dispone la Medicina. Esos dolores que torturan al enfermo pueden ser mitigados por medios lícitos como pudieran serlo los analgésicos.
Aplicar la eutanasia, aunque el enfermo lo pida, es contribuir a un suicidio y esto no significa compasión, sino que más bien es colaborar con un crimen. Una supuesta compasión que puede enmascararse con el deseo de quitarse de encima tanto una molesta carga como la ambición de heredarle.
Ahora bien, si se llega a legalizar que un enfermo pueda pedir la muerte… ¿Por qué no va a tener el mismo derecho alguien sano cansado de vivir, quien haya sufrido una decepción amorosa o quien sea víctima de una quiebra económica?
Definitivamente y como al principio dijimos, a menos que ocurra algo extraordinario, la cultura de la muerte parece imparable. Holanda es el país donde se nos muestra el extremo más patético a donde ha llegado la eutanasia.
Según informes recibidos, se ha dado el caso de que, en 1995, se aplicó la eutanasia a más de veinticinco mil personas; sin embargo, lo peor de todo es que en catorce mil de esos casos se aplicó sin conocimiento y -por supuesto- sin consentimiento del paciente. Esto ha provocado que más de cien mil personas lleven consigo un documento con el cual expresan su oposición a la eutanasia.
Hace algunos años, unos turistas holandeses hicieron la siguiente declaración: “Dentro de unos años nos vendremos a morir en España porque en Holanda nos matan” (Semanario ALBA. 22 al 28 de enero de 2005).
¡Pobres holandeses! Si acaso la eutanasia se legaliza en España…¿Qué irá a ser de ellos?
Aunque disponga de una mayoría suficiente en el Congreso, el partido gobernante jamás debe legalizar un crimen. La misión de los diputados consiste en legislar con el fin de resolver los problemas que aquejan a la sociedad y cuya solución pide con insistencia la opinión pública.
En estos momentos, la legalización de la eutanasia no es un problema que aqueje a los españoles ni mucho menos la está pidiendo a gritos la mayoría de los ciudadanos. Y aunque, debido a la deshumanización de la sociedad, la opinión pública pidiera su legalización, el Estado tampoco podría hacerlo.
Y no podría hacerlo porque el Estado no puede darse a sí mismo el derecho de legalizarla por la razón elemental de que la vida de un inocente es un bien que supera el poder de disposición tanto del individuo como del Estado.
Concluimos diciendo que morir con dignidad no es contribuir a un suicidio ya que quienes a él contribuyen se convierten en asesinos. Morir con dignidad no es morir sin dolores sino más bien aceptando la muerte donde y cuando Dios lo disponga.
Y es que, aunque algunos se resistan a reconocerlo, no hay muerte más digna ni más dichosa que la que se acepta en estado de gracia y en paz con Dios después de haber hecho una buena confesión de haber recibido la absolución sacramental.
Por todo eso y mucho más es que me opongo a la eutanasia.
Actuall
Por esa razón, con tal de no perder unos apoyos, cuya falta podría desembocar en una moción de censura, es que trata de sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, así como de que cuanto antes se apruebe una ley que despenalice la eutanasia.
Atendiendo a sus raíces etimológicas, la palabra “eutanasia” viene del griego y significa “buena muerte”. Sin embargo, su significado real hace referencia a la práctica que consiste en provocar directamente la muerte mediante procedimientos médicos a enfermos terminales con el fin de librarlos a ellos de sufrimientos y a los demás de la carga que supone cuidarlos.
Existen dos clases de eutanasia:
*La genésica que elimina a enfermos y tarados.
*La económica que suprime a viejos, inválidos y dementes.
La eutanasia es otra de las manifestaciones de una cultura de la muerte que, en pleno siglo XXI, parece imposible detenerla. Aquí lo curioso es que quienes la promueven lo hacen con una etiqueta de buena apariencia como es la de ayudar a morir a quien no desea seguir sufriendo.
Lo malo de esto es que, una vez puestos en la pendiente, se va resbalando y cayendo cada vez más bajo hasta llegar a casos aterradores como podría ser, valga el ejemplo, el caso de un matrimonio joven que pide eliminar a la abuela porque necesita su cama. O también el que -¡algo grotesco!- un hijo desnaturalizado pida a los médicos que aceleren la muerte de su padre para que el funeral pueda celebrarse antes de las vacaciones.
Quienes defienden la eutanasia sostienen que es preferible matar al enfermo para que deje de sufrir, especialmente si es el mismo enfermo quien lo pide. Ni duda cabe que mucho contribuyó a difundir esta mentalidad aquella película titulada “Mar adentro”, protagonizada por Javier Bardem donde se presentaba el caso de un enfermo tetrapléjico que, con plena conciencia, exigía que le matasen.
Es aquí donde la frase “PARA QUE DEJE DE SUFRIR” hace que nos preguntemos: ¿Quién dejará de sufrir? ¿El enfermo o quienes le cuidan? Es aquí donde se encuentra el meollo de la cuestión porque muchos de quienes, retorciéndose de dolor en su lecho, piden la muerte, lo que en realidad están pidiendo es ser mejor atendidos y -de ser posible- tener ayuda para seguir viviendo.
En muchos casos, pedir la muerte, en realidad significa, una petición de ayuda, comprensión y -por supuesto- cariño.
Resumiendo: Lo que en realidad quiere el enfermo es dejar de sufrir.
El deseo de dejar de sufrir es algo muy comprensible y -dados los nuevos descubrimientos- actualmente no hay sufrimientos insoportables dada la terapia antidolorosa de que hoy dispone la Medicina. Esos dolores que torturan al enfermo pueden ser mitigados por medios lícitos como pudieran serlo los analgésicos.
Aplicar la eutanasia, aunque el enfermo lo pida, es contribuir a un suicidio y esto no significa compasión, sino que más bien es colaborar con un crimen. Una supuesta compasión que puede enmascararse con el deseo de quitarse de encima tanto una molesta carga como la ambición de heredarle.
Ahora bien, si se llega a legalizar que un enfermo pueda pedir la muerte… ¿Por qué no va a tener el mismo derecho alguien sano cansado de vivir, quien haya sufrido una decepción amorosa o quien sea víctima de una quiebra económica?
Definitivamente y como al principio dijimos, a menos que ocurra algo extraordinario, la cultura de la muerte parece imparable. Holanda es el país donde se nos muestra el extremo más patético a donde ha llegado la eutanasia.
Según informes recibidos, se ha dado el caso de que, en 1995, se aplicó la eutanasia a más de veinticinco mil personas; sin embargo, lo peor de todo es que en catorce mil de esos casos se aplicó sin conocimiento y -por supuesto- sin consentimiento del paciente. Esto ha provocado que más de cien mil personas lleven consigo un documento con el cual expresan su oposición a la eutanasia.
Hace algunos años, unos turistas holandeses hicieron la siguiente declaración: “Dentro de unos años nos vendremos a morir en España porque en Holanda nos matan” (Semanario ALBA. 22 al 28 de enero de 2005).
¡Pobres holandeses! Si acaso la eutanasia se legaliza en España…¿Qué irá a ser de ellos?
Aunque disponga de una mayoría suficiente en el Congreso, el partido gobernante jamás debe legalizar un crimen. La misión de los diputados consiste en legislar con el fin de resolver los problemas que aquejan a la sociedad y cuya solución pide con insistencia la opinión pública.
En estos momentos, la legalización de la eutanasia no es un problema que aqueje a los españoles ni mucho menos la está pidiendo a gritos la mayoría de los ciudadanos. Y aunque, debido a la deshumanización de la sociedad, la opinión pública pidiera su legalización, el Estado tampoco podría hacerlo.
Y no podría hacerlo porque el Estado no puede darse a sí mismo el derecho de legalizarla por la razón elemental de que la vida de un inocente es un bien que supera el poder de disposición tanto del individuo como del Estado.
Concluimos diciendo que morir con dignidad no es contribuir a un suicidio ya que quienes a él contribuyen se convierten en asesinos. Morir con dignidad no es morir sin dolores sino más bien aceptando la muerte donde y cuando Dios lo disponga.
Y es que, aunque algunos se resistan a reconocerlo, no hay muerte más digna ni más dichosa que la que se acepta en estado de gracia y en paz con Dios después de haber hecho una buena confesión de haber recibido la absolución sacramental.
Por todo eso y mucho más es que me opongo a la eutanasia.
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