Queridos amigos:
Me alegra mucho encontrarme con vosotros con ocasión de vuestra peregrinación ecuménica, que comenzó en la tierra de Lutero, Alemania, y terminó aquí, en la sede del Obispo de Roma. Dirijo un cordial saludo a los obispos que os han acompañado, y os doy las gracias por haber apoyado esta maravillosa iniciativa.
Damos gracias a Dios porque hoy nosotros, luteranos y católicos, estamos recorriendo el camino que lleva del conflicto a la comunión. Ya hemos recorrido juntos una parte importante del camino. A lo largo del camino experimentamos sentimientos encontrados: dolor por la división que aún existe entre nosotros, pero también alegría por la fraternidad ya encontrada. Vuestra entusiasta presencia en tan gran número es un signo claro de esta fraternidad, y nos llena de esperanza que siga aumentando el entendimiento mutuo.
El Apóstol Pablo nos dice que, en virtud de nuestro bautismo, todos formamos el único Cuerpo de Cristo. En efecto, los distintos miembros forman un solo cuerpo. Por eso nos pertenecemos unos a otros y cuando uno sufre, todos sufren, cuando uno se alegra, todos se alegran (cf. 1 Co 12, 12. 26). Sigamos con confianza nuestro camino ecuménico, porque sabemos que, más allá de las muchas cuestiones abiertas que aún nos separan, ya estamos unidos. ¡Lo que nos une es mucho más que lo que nos separa!
A finales de este mes, si Dios quiere, iré a Lund, Suecia, y junto con la Federación Luterana Mundial, conmemoraremos, después de cinco siglos, el inicio de la reforma de Lutero, y daremos gracias al Señor por los 50 años de diálogo oficial entre luteranos y católicos. Una parte esencial de esta conmemoración dirigirá nuestra mirada hacia el futuro, con vistas a un testimonio cristiano común en el mundo actual, tan sediento de Dios y de su misericordia. El testimonio que el mundo espera de nosotros es sobre todo el de hacer visible la misericordia que Dios tiene con nosotros, mediante el servicio a los pobres, a los enfermos, a los que han dejado su patria para buscar un futuro mejor para sí mismos y para sus seres queridos. Estando al servicio de los más necesitados, tenemos la experiencia de estar ya unidos: es la misericordia de Dios la que nos une.
Queridos jóvenes, os animo a ser testigos de la misericordia. Mientras los teólogos prosiguen el diálogo en el campo doctrinal, seguid buscando con perseverancia ocasiones para encontraros, para conoceros mejor, para rezar juntos y ayudaros mutuamente y a todos los necesitados. Así, libres de prejuicios y confiando sólo en el Evangelio de Jesucristo, anunciando la paz y la reconciliación, seréis los verdaderos protagonistas de una nueva estación de este camino que, con la ayuda de Dios, conducirá a la plena comunión. Os aseguro mis oraciones; y vosotros, por favor, rezad por mí, que tanto necesito vuestras oraciones. Gracias.
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