Desde Roma para el Denzinger-Bergoglio
La vida no es blanca o negra, ha dicho Francisco, y tiene razón. Solo que la explicación que da a su percepción es inimaginable en un pastor, en un jesuita, en un papa. Aunque no nos debería extrañar, pues ya conocemos su concepción de la verdad, uno de los primeros estudios, por cierto, del Denzinger Bergoglio, que ya camina para los doscientos (Nota del DB: ver aquí). En realidad la vida no es blanca, ni negra, ni tampoco es gris: es colorida, comportando toda la riqueza y los matices del arco iris. Pero la “materia gris” de cierta cabeza en cuestión… parece que tiene grietas y hace agua.
Una introducción antes de desembocar en el tema.
Según el diccionario de la Real Academia Española, el relativismo es “la teoría que niega el carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce”.
Con menos rigor sintético, aunque con un desarrollo esclarecedor, el concepto está explicado en Wikipedia así: “El relativismo es el concepto que sostiene que los puntos de vista no tienen verdad ni validez universal, sino que sólo una validez subjetiva y relativa a los diferentes marcos de referencia. En general, las discusiones sobre el relativismo se centran en cuestiones concretas; así, el relativismo gnoseológico considera que no hay verdad objetiva, dependiendo siempre la validez de un juicio de las condiciones en que este se enuncia; o el relativismo moral, que sostiene que no hay bien o mal absolutos, sino dependientes de las circunstancias concretas. Similares postulados se defienden tanto en el relativismo lingüístico como en el relativismo cultural”.
A su vez, Benedicto XVI explicó en la Misa anterior al cónclave que lo elegiría Papa: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias”. Como se sabe, el papa emérito hizo de la lucha contra el relativismo uno de los ejes de su pontificado. Al menos así se nos dijo siempre.
Estas tres aproximaciones del relativismo, tan válidas como permanentes, vuelan por los aires ante una nueva declaración espantosa de Francisco al dirigirse, en su reciente viaje a Polonia, a jesuitas formadores de seminaristas: “necesitan entender esto realmente: en la vida no todo es blanco o negro, negro y blanco. ¡No! En la vida predominan los tonos del gris. Tenemos que enseñarles cómo discernir esto”. “Les pido que trabajen con los seminaristas. Sobre todo denles lo que hemos recibido de los ejercicios (espirituales): la sabiduría del discernimiento”. (La Civiltà Cattolica)
Al leer semejante intervención, hay que tomarse un tiempo para verificar que no se está soñando. Estamos, sí, ante una realidad cruda; tomemos el aliento que intempestivamente nos faltó y con un pellizco en el brazo hecho de piel de gallina, volvamos a la fantasmagórica realidad.
Hagamos, en el más puro estilo ignaciano, una composición de lugar: un jesuita (que ejerce de papa), hablando a otros jesuitas, formadores, a su vez, de futuros jesuitas… Este enredo no se da en los tiempos gloriosos de la Compañía, cuando las gracias fundacionales eran operantes, ni en los tiempos no menos gloriosos de las misiones, persecuciones y martirios… Se da en los albores del siglo XXI, cuando los seguidores de San Ignacio dejaron muy atrás el modelo de santidad y de lógica de su Fundador.
Sólo así se puede dar, entre tantas otras cosas a lamentar, la aberración que acabamos de citar. La noticia nos dice que el Padre Spadaro, director de la La Civilta’ Cattolica, estaba presente en el encuentro; evidentemente, sintonizó con las palabras de Francisco que posteriormente publicó en su revista.
Dijo Francisco: “Los futuros sacerdotes necesitan ser formados no con ideas abstractas y generales, que son claras y diferentes, sino con este fino discernimiento de espíritu, para que ayuden a la gente en sus vidas concretas”. (La Civiltà Cattolica)
¿Tiene sentido este consejo? Sí, un sentido nefasto. Se trata de una renuncia a la fe, a la razón y al sentido común. El tal “fino discernimiento” es, en los labios de Francisco, un convite a la más grosera confusión.
Las ideas abstractas y generales son irrenunciables. Cuando esas ideas no están, la pobre humanidad queda presa del subjetivismo y de la sensibilidad más caprichosa; especialmente cuando la fe no ilumina la vida concreta, como es el caso de la generalidad de los contemporáneos.
El sacerdote se dirige a la gente, “a la gente en sus vidas concretas” para ayudarles… Pero ¿para ayudarles a qué? ¿A reconocer la evidencia de un fracaso (el estancamiento en la zona gris) o a estimularla a que se deje iluminar por la luz de Cristo? Esta pregunta se impone y queda sin respuesta… aparentemente. Porque la respuesta acaba siendo un consejo no tan velado a renunciar a la verdad y a asumir el error. El Evangelio de Mateo 5, 37 enseña: “Limitaos a decir sí, sí, no, no, pues lo que pasa de aquí proviene del Maligno”. El evangelio de Bergoglio enseña otra cosa: “En la vida no todo es blanco o negro, negro o blanco”…
ACI afirma que Francisco “resaltó que en algunos seminarios, el plan de formación enfatiza mucho la educación ‘a la luz de ideas que son muy claras y distintas, y por lo tanto para actuar con límites y criterios definidos muy rígidamente a priori’”.
Pues esto es delirante. Para Francisco la educación no debe basarse en ideas claras y distintas ni se debe actuar con límites y criterios rígidamente definidos a priori. Lo cierto es que a posteriori constatamos el fracaso de la formación de los futuros sacerdotes y la escasez de vocaciones o, mejor, de respuesta al llamado de Dios… por causa del coqueteo con el color gris en el cual Francisco quiere hacer habitar a los seminaristas jesuitas de Polonia y del mundo.
Además, con su declaración Francisco desmoviliza el esfuerzo no pequeño y tan loable de los seminarios que inculcan a sus estudiantes “ideas muy claras y distintas” y legitima los errores en boga que después publican gente como Pagola o como Boff, para desgracia del pueblo fiel.
La consigna (según este nuevo evangelio) sería contra el “Tienes que hacer y no tienes que hacer lo otro”. Así “no se depende de las ‘situaciones concretas’ del día a día”. La solución salvadora, entonces, es: celebrar el color gris y depender de las situaciones concretas del trágico día a día en que vivimos… Es pedir a un ciego que guíe a otro ciego.
“Mucha gente se va del confesionario decepcionada”, dice Francisco ¿Y esto? Creemos, sí, que mucha gente se va decepcionada del confesionario cuando encuentran sacerdotes grises que no saben ponderar los colores de la vida ni censurar con nota de escarnio la maldad de la noche del pecado. Ahora, después de semejante consejo bergogliano, las decepciones de los penitentes sólo podrán aumentar. A no ser que al confesionario lleguen personas sin dolor de los pecados ni propósito de enmienda; ese propósito indispensable que nos lleva al “sí, sí, no, no” del Evangelio de Jesús.
ACI afirma que Francisco “resaltó que en algunos seminarios, el plan de formación enfatiza mucho la educación ‘a la luz de ideas que son muy claras y distintas, y por lo tanto para actuar con límites y criterios definidos muy rígidamente a priori’”.
Pues esto es delirante. Para Francisco la educación no debe basarse en ideas claras y distintas ni se debe actuar con límites y criterios rígidamente definidos a priori. Lo cierto es que a posteriori constatamos el fracaso de la formación de los futuros sacerdotes y la escasez de vocaciones o, mejor, de respuesta al llamado de Dios… por causa del coqueteo con el color gris en el cual Francisco quiere hacer habitar a los seminaristas jesuitas de Polonia y del mundo.
Además, con su declaración Francisco desmoviliza el esfuerzo no pequeño y tan loable de los seminarios que inculcan a sus estudiantes “ideas muy claras y distintas” y legitima los errores en boga que después publican gente como Pagola o como Boff, para desgracia del pueblo fiel.
La consigna (según este nuevo evangelio) sería contra el “Tienes que hacer y no tienes que hacer lo otro”. Así “no se depende de las ‘situaciones concretas’ del día a día”. La solución salvadora, entonces, es: celebrar el color gris y depender de las situaciones concretas del trágico día a día en que vivimos… Es pedir a un ciego que guíe a otro ciego.
“Mucha gente se va del confesionario decepcionada”, dice Francisco ¿Y esto? Creemos, sí, que mucha gente se va decepcionada del confesionario cuando encuentran sacerdotes grises que no saben ponderar los colores de la vida ni censurar con nota de escarnio la maldad de la noche del pecado. Ahora, después de semejante consejo bergogliano, las decepciones de los penitentes sólo podrán aumentar. A no ser que al confesionario lleguen personas sin dolor de los pecados ni propósito de enmienda; ese propósito indispensable que nos lleva al “sí, sí, no, no” del Evangelio de Jesús.
“El jesuita, dijo recordando al famoso teólogo Karl Rahner, SJ, ‘debe ser un hombre con un instinto sobrenatural’. ‘Eso quiere decir que debe estar equipado con un sentido de lo divino y un sentido de lo diabólico relacionado a los eventos de la vida humana y la historia’. ‘El jesuita debe ser capaz de discernir si está en el campo de Dios o en el campo del demonio’, resaltó el Papa Francisco”. (ACI)
Una vez más, la tentación de alucinar se hace presente.
Aquí entra en escena el instinto sobrenatural y el discernimiento del espíritu de Dios y del demonio; pero ¿para qué? Para hacer pasar su mensaje relativista con tientes de espiritualidad y no llegar a nada concreto… a no ser al asombro, la alucinación y el delirio. Una típica ensalada bergogliana de ideas, en la cual siempre termina por prevalecer lo peorcito.
En esta apreciación sobre las declaraciones de Francisco en Polonia, se impone un comentario final: es evidente que en la realidad de hoy hay muchas zonas grises que se trata de apuntar, con el fin de iluminar a las personas y de hacer con que opten, que se definan. Las cosas son lo que son, objetivamente, pero también pueden ser lo que uno quiere o piensa que sean. Y la gente acaba siendo en esto más víctima que culpable. Eso, por la volubilidad del pensamiento humano y, en último análisis, por causa del pecado que opaca la visión y engaña al intelecto. Es sabido que nadie practica el mal por el mal en sí; es necesario dar al mal una apariencia de bien que lo justifique para que pueda ser cometido ¡Ahí están las supuestas zonas grises que hay que esclarecer!
Los formadores y los pastores de nuestra Iglesia deben estar atentos a discernir esa laguna terrible de nuestros días que es la generalización de la conciencia gris, para que las personas puedan saber y optar libremente con conocimiento de causa. La evangelización no es otra cosa que ese empeño y pasa necesariamente por ese camino. No hay que pactar con lo gris; hay que combatirlo, diluirlo, esclarecerlo y, finalmente, vencerlo.
Pero el reconocer que hay “cosas grises” no significa conformarse con esa anomalía: es más bien un desafío para sacudir las conciencias y ayudarlas a definirse por el bien. ¿Será ese es el pensamiento de Francisco? No parece…
Hace un par de años, el P. Spadaro SJ, en un encuentro de Comunión y Liberación en Rimini definió los singulares trazos salientes del “credo” de Francisco. Así los resumía:
Otras excentricidades ya fueron plasmadas en su documento Evangelii Gaudium como que “el tiempo es superior al espacio” o que “la unidad prevalece sobre el conflicto” o que “el todo es superior a la parte”. Se trata de banalidades o de extravagancias, inútiles sin ninguna consecuencia… o quizá manifestaciones de una oscura filosofía que estamos aún para deslindar, como San Pío X hizo genialmente con la correosa doctrina modernista.
Otra genialidad, no muy lejana del disparate, nos es servida por Francisco en Amoris Letitia: “Se trata de generar procesos más que dominar espacios”…
Ahora solo nos queda oír a Francisco hacerse el portavoz del pensamiento líquido y de la deconstrucción postmodernista. Al paso que vamos, no es imposible que aún veamos eso…
Estamos viviendo días aciagos, grises, negros. Días apocalípticos: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 15-16).
Una vez más, la tentación de alucinar se hace presente.
Aquí entra en escena el instinto sobrenatural y el discernimiento del espíritu de Dios y del demonio; pero ¿para qué? Para hacer pasar su mensaje relativista con tientes de espiritualidad y no llegar a nada concreto… a no ser al asombro, la alucinación y el delirio. Una típica ensalada bergogliana de ideas, en la cual siempre termina por prevalecer lo peorcito.
En esta apreciación sobre las declaraciones de Francisco en Polonia, se impone un comentario final: es evidente que en la realidad de hoy hay muchas zonas grises que se trata de apuntar, con el fin de iluminar a las personas y de hacer con que opten, que se definan. Las cosas son lo que son, objetivamente, pero también pueden ser lo que uno quiere o piensa que sean. Y la gente acaba siendo en esto más víctima que culpable. Eso, por la volubilidad del pensamiento humano y, en último análisis, por causa del pecado que opaca la visión y engaña al intelecto. Es sabido que nadie practica el mal por el mal en sí; es necesario dar al mal una apariencia de bien que lo justifique para que pueda ser cometido ¡Ahí están las supuestas zonas grises que hay que esclarecer!
Los formadores y los pastores de nuestra Iglesia deben estar atentos a discernir esa laguna terrible de nuestros días que es la generalización de la conciencia gris, para que las personas puedan saber y optar libremente con conocimiento de causa. La evangelización no es otra cosa que ese empeño y pasa necesariamente por ese camino. No hay que pactar con lo gris; hay que combatirlo, diluirlo, esclarecerlo y, finalmente, vencerlo.
Pero el reconocer que hay “cosas grises” no significa conformarse con esa anomalía: es más bien un desafío para sacudir las conciencias y ayudarlas a definirse por el bien. ¿Será ese es el pensamiento de Francisco? No parece…
Hace un par de años, el P. Spadaro SJ, en un encuentro de Comunión y Liberación en Rimini definió los singulares trazos salientes del “credo” de Francisco. Así los resumía:
- Define a Francisco como “un volcán listo para estallar”.
- Como un hombre de pensamiento incompleto, abierto.
- Que detesta el pensamiento cerrado, y, por eso la figura de la esfera, en que cada punto está lejos del centro. Prefiere el poliedro…
- Sostenedor de que la realidad supera las ideas.
- Que tiene una visión de las cosas no ideológica y sí vivencial.
- Que sostiene que el diálogo no basta: hay que pasar a la empatía.
- Que no hay problemas, hay simplemente desafíos.
- Que la iglesia no es un faro que ilumina y que atrae sino una antorcha que se pasa de mano en mano y que acompaña al caminante.
Otras excentricidades ya fueron plasmadas en su documento Evangelii Gaudium como que “el tiempo es superior al espacio” o que “la unidad prevalece sobre el conflicto” o que “el todo es superior a la parte”. Se trata de banalidades o de extravagancias, inútiles sin ninguna consecuencia… o quizá manifestaciones de una oscura filosofía que estamos aún para deslindar, como San Pío X hizo genialmente con la correosa doctrina modernista.
Otra genialidad, no muy lejana del disparate, nos es servida por Francisco en Amoris Letitia: “Se trata de generar procesos más que dominar espacios”…
Ahora solo nos queda oír a Francisco hacerse el portavoz del pensamiento líquido y de la deconstrucción postmodernista. Al paso que vamos, no es imposible que aún veamos eso…
Estamos viviendo días aciagos, grises, negros. Días apocalípticos: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 15-16).
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