lunes, 11 de julio de 2016

CARDENAL CAFFARRA SOBRE EL MATRIMONIO, LA FAMILIA, AMORIS LAETITIA Y LA CONFUSIÓN EN LA IGLESIA

El cardenal Caffarra es arzobispo emérito de Bolonia y ex miembro del Pontificio Consejo para la Familia. Fue en una carta al Cardenal Caffarra que Sor Lucía de Fátima reveló que “la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será sobre el matrimonio y la familia”

Por Maike Hickson


Maike Hickson (MH): Ha hablado en una entrevista reciente sobre la exhortación papal Amoris Laetitia, y ha dicho que especialmente el Capítulo 8 no está claro y ya ha causado confusión incluso entre los obispos. Si tuviera la oportunidad de hablar con el papa Francisco sobre este tema, ¿qué le diría? ¿Cuál sería su recomendación sobre lo que el papa Francisco podría y debería hacer ahora, dado que hay tanta confusión?

Cardenal Caffarra (CC): En Amoris Laetitia [308] el papa escribe : «Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rigurosa que no deje lugar a la confusión». Infiero de estas palabras que Su Santidad se da cuenta de que las enseñanzas de la Exhortación pueden suscitar confusión en la Iglesia. Personalmente deseo –y así lo piensan también tantos de mis hermanos en Cristo (cardenales, obispos y fieles laicos)– que se despeje la confusión, pero no porque prefiera una pastoral más rigurosa, sino porque, más bien, prefiero simplemente una pastoral más clara y menos ambigua. Dicho esto – con todo el respeto, cariño y devoción que siento la necesidad de alimentar hacia el santo padre – le diría: “santidad, por favor aclare estos puntos. a) ¿Cuánto de lo que vuestra santidad ha dicho en la nota al pie 351 del párrafo 305 es también aplicable a las parejas divorciadas que se han vuelto a casar y que desean de todos modos continuar viviendo como marido y mujer? y por lo tanto, ¿cuánto de lo que fue enseñado por Familiaris Consortio No. 84, por Reconciliatio Paenitentia No. 34, por Sacramenttum unitatis No. 29, por el Catecismo de la Iglesia Católica No. 1650, y por la doctrina teológica común, ¿deben considerarse ahora abrogados? b) La enseñanza constante de la Iglesia – como también ha sido reiterada recientemente en Veritatis splendor, n. 79 – es que existen normas morales negativas que no admiten excepciones, porque prohíben actos intrínsecamente deshonrosos y deshonestos –como, por ejemplo, el adulterio. ¿Todavía se cree que esta enseñanza tradicional es cierta, incluso después de Amoris Laetitia? Esto es lo que le diría al santo padre. Si el santo padre, en su juicio supremo, tuviera la intención de intervenir públicamente para disipar esta confusión, tiene a su disposición muchos medios diferentes para hacerlo.

MH: Usted también es un teólogo moral. ¿Cuál es su consejo para los católicos confundidos con respecto a la enseñanza moral de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la familia? ¿Qué es una conciencia autorizada y bien formada cuando se trata de temas como la anticoncepción, el divorcio y el “nuevo matrimonio”, así como la homosexualidad?

CC: La condición en la que se encuentra hoy el matrimonio en Occidente es simplemente trágica. Las leyes civiles han cambiado la definición, porque han erradicado la dimensión biológica de la persona humana. Han separado la biología de la generación de la genealogía de la persona. Pero hablaré de esto más adelante. A los fieles católicos que están confundidos acerca de la Doctrina de la Fe sobre el matrimonio, simplemente les digo: “Lean y mediten el Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1601-1666. Y cuando escuchéis a algunos hablar de matrimonio –aunque sea realizado por sacerdotes, obispos, cardenales– y luego comprobéis que no está en conformidad con el Catecismo, no les hagáis caso. Son los ciegos que guían a los ciegos”.

MH: ¿Podría explicarnos, en este contexto, el concepto moral de que nada que sea ambiguo es vinculante para la conciencia católica, y especialmente cuando se prueba que es intencionalmente ambiguo?

CC: La lógica nos enseña que una proposición es ambigua cuando puede interpretarse en dos sentidos distintos y/o contrarios. Es obvio que tal proposición no puede tener ni nuestro asentimiento teórico ni nuestro consentimiento práctico, porque no tiene un significado seguro y claro.

MH: Para ayudar a los católicos en este tiempo de mucho equívoco ambiguo y “reserva mental”, ¿habría algo que el Papa Pío XII pudiera todavía enseñarnos especialmente, sobre las cuestiones del matrimonio y el divorcio, y sobre la formación de los niños pequeños para la vida eterna, ya que ha escrito tan ampliamente sobre estos asuntos?

CC: El Magisterio de Pío XII sobre el matrimonio y la crianza de los hijos fue muy rico y frecuente. Y de hecho, después de la Sagrada Escritura, es el autor más citado por el Vaticano II [el Concilio Vaticano II]. Me parece que hay dos discursos que son especialmente importantes para responder a su pregunta. El primero es el “Discurso radiofónico sobre la correcta formación de la conciencia cristiana en los jóvenes”, 23 de marzo de 1952, en AAS vol. 44,270-278. El segundo es la Alocución a la Fédération Mondiale des Jeunesses Feminines Catholiques, ibíd. 413-419. Este último es de gran importancia magisterial, pues trata de la ética de la situación.

MH: El jesuita alemán, el padre Klaus Mertes, acaba de decir en una entrevista con un periódico alemán que la Iglesia católica “ahora debería ayudar a establecer un derecho humano a la homosexualidad”. ¿Cuál debería ser la respuesta adecuada de la Iglesia a tal propuesta? Incluir la sanción disciplinaria que corresponda, así como la doctrina moral.

CC: Sinceramente, no puedo entender cómo un teólogo católico puede pensar y escribir sobre el derecho humano a la homosexualidad. En sentido preciso, un derecho (individual) es una facultad moralmente legítima y jurídicamente tutelada para realizar una acción. El ejercicio de la homosexualidad es inherentemente irracional y por lo tanto, deshonesto. Un teólogo católico no puede – no puede – pensar que la Iglesia debe esforzarse por “establecer un derecho humano a la homosexualidad”.

MH: Más fundamentalmente, ¿hasta qué punto los hombres pueden tener un derecho humano, por ejemplo, un derecho a la justicia, de hacer lo que está mal a los ojos de Dios, como, por ejemplo, practicar la poligamia?

CC: El tema de los derechos individuales ahora ha cambiado sustancialmente en su significado. Identifica el derecho con sus propios deseos. Pero no tenemos aquí el espacio para abordar este tema desde el punto de vista del legislador humano.

MH: Ya que el Padre Mertes ha subrayado en su entrevista la importancia de separar la procreación del acto matrimonial para dejar libre el camino a la homosexualidad, ¿podría explicarnos la enseñanza moral tradicional de la Iglesia sobre los fines ordenados del matrimonio y el primado de la procreación y educación de los hijos para el Cielo?

MH: ¿Por qué la procreación es un propósito tan importante del matrimonio? ¿Por qué no podría ser que el amor y el respeto mutuo entre la pareja sea lo primero y deba primar? ¿Ve consecuencias prácticas si uno invierte los fines del matrimonio, es decir, si uno pone el amor y el respeto mutuos por encima de la procreación de hijos para el Cielo?

CC: Preferiría dar una respuesta sintética a las tres preguntas planteadas en estas dos preguntas anteriores. De hecho, tocan una gran cuestión que es de fundamental importancia para la vida de la Iglesia y de la sociedad civil. La relación entre los aspectos del amor conyugal por un lado, y de la procreación y educación de los hijos por el otro, es una correlación, dirían los filósofos. Es decir: es una relación de interdependencia entre dos realidades distintas. El amor conyugal que se expresa sexualmente cuando los dos cónyuges se vuelven una sola carne es el único lugar éticamente digno de dar vida a una nueva persona humana. La capacidad de dar vida a una nueva persona humana se inscribe en el ejercicio de la sexualidad conyugal, que es el lenguaje esponsal de la donación recíproca entre los cónyuges. En resumen: la conyugalidad y el don de la vida son inseparables.

¿Qué sucedió especialmente después del Concilio? Contra la misma enseñanza del Concilio, se insistía tanto entonces en el amor conyugal, que se consideraba a la procreación como mera consecuencia colateral del acto de amor conyugal. Pablo VI corrigió tal punto de vista en la encíclica Humanae Vitae juzgándolo contrario a la recta razón y a la fe de la Iglesia. Y Juan Pablo II, en la última parte de su hermosa Catequesis sobre el Amor Humano mostró el fundamento antropológico de la enseñanza de su antecesor: a saber, el acto de la anticoncepción es objetivamente una mentira que se dice con el lenguaje conyugal del cuerpo. ¿Cuáles son las consecuencias del rechazo de esta enseñanza? La primera y más grave consecuencia fue la separación entre sexualidad y procreación. Se empezó con “sexo sin bebés” y se llegó a “bebés sin sexo”: la separación es total. La biología de la generación está separada de la genealogía de la persona. Esto lleva a “producir” niños en el laboratorio; y a la afirmación del (supuesto) derecho a un hijo. Disparates. No hay derecho a una persona, sino sólo a las cosas. En este punto, estaban todas las premisas para ennoblecer la conducta homosexual, porque ya no se ve su íntima irracionalidad, y toda la grave e intrínseca deshonestidad de la unión homosexual. Y así hemos llegado a cambiar la definición de matrimonio porque lo hemos desarraigado de la biología de la persona. ¡Realmente, Humanae Vitae ha sido una gran profecía!

MH: ¿Cuál es, en esencia, la finalidad del matrimonio y de la familia?

CC: Es la unión legítima de un solo hombre y una sola mujer a la luz de la procreación y la educación de los hijos. Si los dos son bautizados, esta misma realidad, no otra, se convierte en un símbolo real de la unión Cristo-Iglesia. Les da un estatus en la vida pública de la Iglesia, con un ministerio propio: la transmisión de la fe a sus hijos.

MH: En el contexto del actual aumento de la confusión moral: ¿hasta qué punto el indiferentismo religioso (por ejemplo, la afirmación de que uno puede salvarse en cualquier religión) conduce al relativismo moral? Para ser más específicos, si una religión favorece la poligamia pero se afirma que es salvífica, ¿no es entonces la conclusión de que la poligamia no es ilícita, después de todo?

CC: El relativismo es como una metástasis. Si aceptas sus principios, cada experiencia humana, ya sea personal o social, será o se volverá corrupta. La enseñanza del beato JH Newman tiene aquí gran actualidad. Hacia el final de su vida dijo que el patógeno que corrompe el sentido religioso y la conciencia moral, es “el principio liberal”, como él lo llama. Es decir, la creencia de que con respecto al culto que le debemos a Dios, es irrelevante lo que pensemos de Él; la creencia de que todas las religiones tienen el mismo valor. Newman considera que el principio liberal así entendido es completamente contrario a lo que él llama “el principio dogmático”, que es la base de la proposición y afirmación cristianas. Del relativismo religioso al relativismo moral, sólo hay un pequeño paso. Por lo tanto, no hay problema en el hecho de que una religión justifique la poligamia y otra la condene. De hecho, supuestamente no existe una verdad absoluta sobre lo que es bueno y lo que es malo.

MH: ¿Le gustaría hacer un comentario sobre la reciente observación del cardenal Christoph Schönborn de que Amoris Laetitia es una doctrina vinculante y que todos los documentos magisteriales anteriores sobre el matrimonio y la familia ahora deben leerse a la luz de Amoris Laetitia?

CC: Respondo con dos simples observaciones. La primera observación es: no sólo se debe leer el Magisterio anterior sobre el matrimonio a la luz de Amoris Laetitia (AL), sino que también se debe leer Amoris Laetitia a la luz del Magisterio anterior. Los obispos y muchos teólogos fieles a la Iglesia y al Magisterio sostienen que, especialmente en un punto concreto -pero muy importante-, no hay una continuidad, sino, más bien, una oposición entre AL y el Magisterio anterior. Además, estos teólogos y filósofos no dicen esto con un espíritu denigrante o repugnante hacia el propio santo padre. Y la cuestión es la siguiente: AL dice que, en algunas circunstancias, las relaciones sexuales entre divorciados y vueltos a casar civilmente son moralmente legítimas. Más aún, dice que, lo que el Concilio Vaticano II ha dicho sobre los cónyuges -con respecto a la intimidad sexual- también se aplica a ellos (ver nota 329). Por lo tanto: cuando se dice que una relación sexual fuera del matrimonio es legítima, es por lo tanto, una afirmación contraria a la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad; y cuando se dice que el adulterio no es un acto intrínsecamente deshonesto -y que por lo tanto, puede haber circunstancias que hagan que no sea deshonesto- también es una afirmación contraria a la Tradición y a la Doctrina de la Iglesia. En una situación como ésta, el santo padre, en mi opinión -y como ya he escrito-, tiene que aclarar el asunto. Porque, cuando digo "S es P", y luego digo "S no es P", la segunda proposición no es un desarrollo de la primera, sino su negación. Cuando alguien dice: la doctrina se mantiene, pero sólo se trata de atender algunos pocos casos, respondo: la norma moral "No cometer adulterio" es una norma ABSOLUTAMENTE NEGATIVA que no admite excepciones. Hay muchas maneras de hacer el bien, pero sólo hay una manera de no hacer el mal: no hacer el mal.

MH: ¿Cuál es su recomendación general, como pastor, para nosotros los laicos, en cuanto a lo que debemos hacer ahora para preservar la fe católica íntegra y completa, y para criar a nuestros hijos a la vida eterna?

CC: Te diré muy francamente que no veo otro lugar fuera de la familia donde se pueda transmitir suficientemente la fe en la que tienes que creer y vivir. Además, en Europa durante la caída del Imperio Romano y durante las posteriores invasiones bárbaras, lo que entonces hicieron los monasterios benedictinos puede ser hecho ahora por las familias creyentes, en el reinado de hoy de una nueva barbarie espiritual-antropológica. Y gracias a Dios que ellos [las familias fieles] existen y aún resisten.

Un pequeño poema escrito por Chesterton me trae a esta reflexión; lo escribió a principios del siglo XX: “La balada del caballo blanco”. Es una gran meditación poética sobre un hecho histórico. Tiene lugar en el año 878. El rey de Inglaterra, Alfredo el Grande, acababa de derrotar al rey de Dinamarca, Guthrum, quien primero había invadido Inglaterra. Y así llegó un momento de paz y serenidad. Pero durante la noche posterior a la victoria, el rey Alfredo tiene una terrible visión [en el Libro VIII: 281-302]: ve a Inglaterra invadida por otro ejército, que se describe así: “…Vienen con pergamino y pluma [un ejército extraño es, en verdad, que no tiene armas, sino pluma y papel – Cardenal Caffarra], y grave como un empleado afeitado. Por esta señal los conoceréis, porque arruinan y oscurecen; Por todos los hombres ligados a la Nada, …. Conozced al viejo bárbaro, el bárbaro que viene de nuevo”.

Las familias creyentes son las verdaderas fortalezas. Y el futuro está en manos de Dios.


APÉNDICE :

Nota:  Dado que el Cardenal Caffarra ha elegido unas líneas tan penetrantes y evocadoras de la Balada en verso de G.K.Chesterton, hemos creído especialmente oportuno presentar el pasaje más completo y el contexto de las líneas específicas citadas por el propio Cardenal. Este último capítulo de la Balada de Chesterton también nos dará mucho que reflexionar.

Del Libro VIII (líneas 231-312 y algunos puntos suspensivos) de “La balada del caballo blanco”:

Pero oscura y espesa como se agolpó la hueste,
con el tambor y la antorcha y la espada,
el rey [Alfredo] de ojos inmóviles se sentó a reflexionar,
como quien mira una cosa viva,
La tiza raspada [el caballo blanco esculpido]; y dijo,

Aunque le doy esta tierra a Nuestra Señora,
que me ayudó en Athelney,
Aunque los árboles más lindos y el césped más lustroso
Y colinas más felices no ha pisado la carne
Que el jardín de la Madre de Dios
Entre el lado del Támesis y el mar,

Sé que las malas hierbas [errores destructivos] crecerán en él
Más rápido de lo que los hombres pueden quemar;
Y aunque se dispersen ahora y se vayan
En algún siglo lejano, triste y lento,
Tengo una visión, y sé
Que los paganos volverán.

No vendrán con barcos de guerra,
No gastarán con marcas [antorchas],
Pero los libros serán todo su alimento,
y la tinta estará en sus manos.

No con el humor de los cazadores
O la habilidad salvaje en la guerra,
Sino ordenando todas las cosas con palabras muertas,
Harán cuerdas [supersticiosas y astrológicas] de bestias y pájaros,
Y ruedas de viento y estrella.

Vendrán apacibles como oficinistas monjes
con muchos pergaminos y plumas;
Y hacia atrás os volveréis y miraréis,
Deseando [con nostalgia] uno de los días de Alfred,
Cuando los paganos aún eran hombres.

El querido sol empequeñecido de espantosos soles,
Como flores más feroces en el tallo,
La tierra perdida y pequeña como un guisante
En los altos bosques del cielo,
-Estas son las pequeñas hierbas [de la herejía y la especulación] que veréis
Arrastrarse, cubriendo la tiza [del puro Caballo Blanco].

Pero aunque puenteen el mar de Santa María
O roben el ala de San Miguel
Aunque levanten maravillas sobre nosotros
Más grandes que el gran Vergilius
Hizo para el rey romano;

Por esta señal los conoceréis,
La ruptura de la espada [del honor],
Y el hombre ya no es un caballero libre
que ame u odie a su señor.

Sí, esta será la señal de ellos,
La señal del fuego moribundo;
Y el hombre hecho como un medio tonto
Que no sabe de su sire [de la "evolución"].

Aunque vengan con pergamino y pluma
Y graves como un oficinista afeitado,
Por esta señal los conoceréis,
Porque arruinan y oscurecen;

Por todos los hombres atados a la Nada,
Siendo esclavos sin señor,
Por un mundo ciego idiota obedecido,
Demasiado ciego para ser aborrecido;

Por el terror y las historias crueles
De la maldición en el hueso y en el parentesco,
Por la rareza y la debilidad ganando,
Maldito desde el principio,
Por el detalle del pecado,
Y la negación del pecado;

Por el pensamiento una ruina que se arrastra,
Por la vida un fango saltarín,
Por un corazón roto en el pecho del mundo,
Y el fin del deseo del mundo [es decir, de la Santísima Madre];

Por Dios y el hombre deshonrados,
Por la muerte y la vida hechas vanas,
Conoced al viejo bárbaro,
El bárbaro viene de nuevo-

Cuando se habla mucho de la tendencia y la marea
Y la sabiduría y el destino,
Saludad a ese pagano imperecedero
Que es más triste que el mar.

En lo que los hombres sabios lo golpearán
O la Cruz se levante de nuevo,
O la caridad o la caballería,
Mi visión no dice; y no veo
No veo más; pero ahora cabalgo dudosamente
a la batalla de la llanura.


(Líneas 231-312, Libro VIII, “La balada del caballo blanco” —mi énfasis y corchetes agregados)


One Peter Five


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