Misa en Santa Marta · 9 de Junio de 2015
“La «identidad cristiana» encuentra su fuerza en el testimonio y no conoce ambigüedad: por ello el cristianismo no puede ser «aguado», no puede esconder su ser «escandaloso» y trasformado en una «bonita idea» para quien siempre tiene necesidad de «novedad». Y atención también a la tentación de la mundanidad, propia de quien «ensancha la conciencia» en tal medida que en ella quepa todo”. Lo afirmó el papa en la misa que celebró el martes 9 de junio, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, recordando que «la última palabra de Dios se llama “Jesús” y nada más».
«La liturgia de hoy nos habla de la identidad cristiana», destacó el papa Francisco, proponiendo inmediatamente la cuestión central: «¿Cuál es esta identidad cristiana?». Refiriéndose a la primera lectura del día (2 Cor 1, 18-22), el papa recordó que «Pablo comienza contando a los Corintios las cosas vividas, algunas persecuciones», y «el testimonio que dieron de Jesucristo». Y, en concreto, les escribe: «Es motivo de orgullo para mí —es decir yo me enorgullezco de mi identidad cristiana— que haya sido así. Y Dios es testigo de que nuestra palabra hacia vosotros es “sí”, es decir, nosotros os hablamos de nuestra identidad, la que es».
«Para llegar a esa identidad cristiana —explicó el papa Francisco— nuestro Padre, Dios, nos hizo recorrer un largo camino de historia, siglos y siglos, con figuras alegóricas, con promesas, alianzas, y así hasta el momento de la plenitud de los tiempos, cuando envió a su Hijo nacido de mujer». Se trata, por lo tanto, de «un largo camino». Y, afirmó el papa, «también nosotros debemos hacer en nuestra vida un largo camino, para que nuestra identidad cristiana sea fuerte y dé testimonio. Un camino, que podemos definir de la ambigüedad a la identidad auténtica».
Así, pues, en la carta a los Corintios el apóstol escribe que «la palabra que os dirigimos no es sí y no, ambigua». En efecto, añade Pablo, «el Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre vosotros... no fue sí y no, sino que en Él sólo hubo sí». He aquí, entonces, dijo el Pontífice que «nuestra identidad está precisamente en imitar, en seguir a este Cristo Jesús, que es el “sí” de Dios para nosotros». Y «esta es nuestra vida: caminar todos los días para reforzar esta identidad y dar testimonio de ella, paso a paso, pero siempre hacia el “sí”, no con ambigüedad».
«Es verdad», reconoció luego el Pontífice, «está el pecado y el pecado nos hace caer, pero nosotros tenemos la fuerza del Señor para levantarnos y seguir adelante con nuestra identidad». Pero, añadió, «yo diría también que el pecado es parte de nuestra identidad: somos pecadores, pero pecadores con fe en Jesucristo». En efecto, «no es sólo una fe de conocimiento» sino «una fe que es un don de Dios y que ha entrado en nosotros desde Dios». Así, explicó el papa, «es Dios mismo quien nos confirma en Cristo. Y nos ha conferido la unción, nos ha impreso el sello, el adelanto, la prenda del Espíritu en nuestro corazón». Sí, repitió el papa Francisco, «es Dios quien nos da este don de la identidad» y «el problema es ser fiel a esta identidad cristiana y dejar que el Espíritu Santo, que es precisamente la garantía, la prenda en nuestro corazón, nos conduzca hacia adelante en la vida».
«Somos personas que no vamos detrás de una filosofía», afirmó también el pontífice porque «tenemos un don, que es nuestra identidad: somos ungidos, tenemos impreso en nosotros el sello y tenemos dentro de nosotros la garantía, la garantía del Espíritu». Y «el Cielo comienza aquí, es una identidad hermosa que se refleja en el testimonio». Por esto, añadió, «Jesús nos habla del testimonio como el lenguaje de nuestra identidad cristiana» cuando dice: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?». Se refiere al pasaje evangélico de san Mateo 5, 13-16 propuesto hoy por la liturgia.
Continuó el papa, «la identidad cristiana, porque somos pecadores, es también tentada, es tentada, sufre la tentación —las tentaciones siempre están— y puede ir tras ella, puede debilitarse y puede perderse». ¿Pero cómo puede ser esto? «Yo pienso —sugirió el pontífice— que se puede ir tras ello principalmente por dos caminos».
El primero, explicó, es «el de pasar del testimonio a las ideas» y esto es «aguar el testimonio». Como si se dijese: «Pues sí, soy cristiano, el cristianismo es esto, una bonita idea, yo rezo a Dios». Así «del Cristo concreto, porque la identidad cristiana es concreta —lo leemos en las Bienaventuranzas; esta realidad concreta está también en el capítulo 25 de san Mateo—, pasamos a esta religión un poco soft, en el aire y en el camino de los gnósticos». Detrás, en cambio, «está el escándalo: esta identidad cristiana es escandalosa». Como consecuencia «la tentación es decir “no, no, sin escándalo; la cruz es un escándalo; que Dios se haya hecho hombre» es «otro escándalo» y se deja a un lado; es decir, buscamos a Dios «con estas espiritualidades cristianas un poco etéreas, vagas». En tal medida, afirmó el papa, que «están los agnósticos modernos y te proponen esto, esto: no, la última palabra de Dios es Jesucristo, no hay otra».
«Por este camino, están también los que siempre necesitan la novedad de la identidad cristiana: olvidaron que fueron elegidos, ungidos, que tienen la garantía del Espíritu, y buscan: “¿Dónde están los videntes que nos comunican hoy la carta que la Virgen nos mandará a las 4 de la tarde?”. Por ejemplo, ¿no? Y viven de eso». Pero «esto no es identidad cristiana. La última palabra de Dios se llama “Jesús” y nada más».
«Otro camino para dar un paso atrás en la identidad cristiana es la mundanidad», continuó el papa. Es decir «ensanchar tanto la conciencia que allí dentro entra todo: “Sí, nosotros somos cristianos, pero esto sí…”, no sólo moralmente, sino también humanamente». Porque «la mundanidad es humana, y así la sal pierde el sabor». He aquí porqué, explicó el papa, «vemos comunidades cristianas, incluso cristianos, que se llaman cristianos, pero no pueden y no saben dar testimonio de Jesucristo». Y «así la identidad va hacia atrás, va hacia atrás y se pierde» y es «este nominalismo mundano lo que nosotros vemos todos los días».
«En la historia de la salvación, Dios, con su paciencia de Padre, nos condujo de la ambigüedad a la certeza, a la realidad concreta de la encarnación y la muerte redentora de su Hijo: esta es nuestra identidad». Y «Pablo se enorgullece de esto: Jesucristo, hecho hombre; Dios, el Hijo de Dios, hecho hombre y muerto por obediencia». Sí, destacó el pontífice, Pablo «se enorgullece de esto» y «esta es la identidad y allí está el testimonio». Es «una gracia que debemos pedir al Señor: que siempre nos dé este regalo, este don de una identidad que no busque acomodarse a las cosas que le harían perder el sabor de la sal».
Osservatore Romano
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