Por
el Padre Ricardo B. Mazza
Antes
de partir al Padre, Jesús les dice a sus apóstoles “Yo estaré con ustedes hasta
el fin del mundo”. Este “estar” del Señor se da no sólo en medio de nosotros
como comunidad de creyentes, o cuando dos o tres se unen para orar, sino de una manera particular en este sacramento.
Se
trata de un misterio tan grande de la presencia del Señor entre nosotros, que
sólo por la fe podemos tener acceso a él.
De
hecho, a lo largo de la historia de la Iglesia abundaron las dudas entre los
fieles, incluso sacerdotes, sobre cómo era posible este cambio sustancial del
pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero que quita los pecados del
mundo por medio de su ofrenda sacrificial al Padre.
La
respuesta del Señor ante esta debilidad del hombre, tan limitado en su
conocimiento, se concretó en muchos signos, todos ellos documentados, que
probaban su presencia real. Me refiero a los llamados milagros eucarísticos.
La
carta a los hebreos (9, 11-15) que acabamos de proclamar es muy gráfica en sus
expresiones en el sentido que los ritos de la aspersión con la sangre de las
víctimas sacrificadas en el Antiguo
Testamento no hacían más que conceder una purificación exterior que apuntaba a
una realidad más profunda, anunciada pero todavía no realizada.
Por
eso continúa “¡Cuánto más la sangre de Cristo que por obra del Espíritu eterno
se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!”
En
efecto, el ritual del Antiguo Testamento cuando Moisés (Éxodo 24, 3-8) rocía al
pueblo con la sangre de las víctimas ofrecidas, da lugar a un tiempo futuro
totalmente distinto, el ser rociado con la sangre de Cristo, aquél que muriendo
en la cruz nos redime del pecado y de toda esclavitud para transformarnos
nuevamente en hijos del Padre.
La
carta a los hebreos sigue insistiendo en que Cristo ingresa a un santuario
nuevo, -por la acción de su sangre derramada en sacrificio- el de la eternidad,
y detrás de Él, como su cortejo, los que purificados por su sacrificio
respondan al amor recibido con una entrega total de sus personas y vidas.
Prosigue
el texto afirmando que “Cristo es Mediador de una Nueva Alianza entre Dios y
los hombres”. Mediador o pontífice –puente-
que une ambos extremos de una relación, y ofreciéndose como víctima por
nuestros pecados hace posible que el hombre pueda llamar nuevamente “Abba” al
Padre del cielo, y seamos nosotros constituidos en sus hijos predilectos, y
herederos de la Vida eterna.
Pero
además hemos de caer en la cuenta, que Cristo por la Eucaristía, quiere estar
con cada uno para enriquecernos.
Pues
bien, la Providencia ha querido que hoy, fiesta del Corpus, se realice en todo el país la colecta anual
de Caritas, cuyo lema mediático es “pobreza cero, vida digna para todos”.
Estamos
en el mundo empobrecidos a causa del pecado. En el orden temporal porque el
egoísmo del hombre sumerge en la miseria a muchos de sus hermanos, y en el
orden espiritual porque la ausencia de Cristo en nuestra alma, a causa del peor
de los males el pecado, nos encuentra despojados de la gracia, principio de la
vida eterna.
Ahora
bien, la pobreza material puede subsanarse si el hombre abre su corazón y su
mano a la solidaridad para con sus hermanos, mientras que la pobreza espiritual
sólo encuentra remedio con Cristo Eucaristía como alimento para la vida del
mundo.
La
pobreza del alma comienza a sanarse por el sacramento del perdón por el que
somos reconciliados con Dios, y se prolonga en la Eucaristía, pan vivo bajado
del cielo.
En
el reencuentro con Cristo se va gestando una nueva existencia en la que, siendo
pobres nos hacemos ricos, a la inversa de lo que aconteció con Cristo que
siendo rico se hizo pobre por nosotros.
La
pobreza nuestra asumida por el Hijo de Dios al hacerse hombre, se transforma en
la riqueza que brota de la vida en Cristo nutrida y crecida en la Eucaristía.
A
pesar de conocer esto, muchas veces nos preocupa más en lo cotidiano la pobreza
material, y a veces no le prestamos atención a la carencia espiritual, siendo que es el encuentro con
Jesús lo que le da verdadero sentido a nuestra vida.
El
Señor viene en este sacramento a colmar nuestras carencias más profundas,
sepamos esforzarnos cotidianamente para hacernos merecedores de ser templos de
su gracia, ya que Él nos dice siempre “Aquí estoy para el bien tuyo”.
En
el evangelio (Mc. 14,12-16.22-25) nos dice Jesús: “Les aseguro no beberé más del fruto de la
vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.
Ojala
cada uno de nosotros pueda beber el vino nuevo en el reino de Dios, purificados
por la sangre de Cristo, redimidos por el Señor, unidos más y más a quien nos
convoca a la acción transformante de su gracia.
Padre
Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe
de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad del Corpus Christi. Ciclo
“B”. 10 de junio de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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