miércoles, 20 de junio de 2012

CEREBROS COMO ESPONJAS



Hasta los tres años, la plasticidad de las neuronas es máxima. El cerebro adquiere el 80% de su tamaño adulto a los cuatro o cinco años. Nacemos con un número finito de células nerviosas, que irán desapareciendo


Por María Valerio | Madrid

Siempre se dice que los niños son como esponjas, que los idiomas se aprenden mejor cuando somos pequeños, que la plasticidad del cerebro en la infancia es irrepetible... Pero, ¿qué hay de cierto en todo ello? Nos adentramos en el cerebro de un niño.

Como explica el doctor Emilio Rodríguez Ferrón, jefe del servicio de Pediatría del Hospital Perpetuo Socorro de Alicante, el ser humano nace con un número de neuronas finito, más de cien mil millones que -a partir de ahí- se irán reduciendo hasta el fin de nuestros días.

Sin embargo, es durante los primeros años de vida cuando estas neuronas se organizan y comienzan a establecer conexiones entre ellas (las denominadas sinapsis) a una velocidad irrepetible. Además, aunque no crecerán nuevas células nerviosas, es durante la infancia cuando estás células se mielinizan: es decir, desarrollan completamente la mielina, la sustancia que las recubre y permite que establezcan conexiones unas con otras. "Sin mielina el impulso eléctrico no funciona bien", resume.

Por este motivo, Rodríguez Ferrón divide el desarrollo cerebral de la infancia en dos etapas. Desde el nacimiento hasta los tres años, explica este neuropediatra a ELMUNDO.es, es cuando el cerebro tiene su máxima plasticidad, las regiones cerebrales son capaces de adaptarse e incluso ejercer las funciones de otras regiones si éstas están dañadas por cualquier motivo.

Un cerebro que se expande

Hasta los seis años, prosigue este especialista, "el cerebro sigue adquiriendo habilidades pero sobre una estructura anatómica ya definida"; de manera que a esa edad puede darse por concluido el proceso de desarrollo cerebral.

Pero no sólo las neuronas se desarrollan, se recubren de mielina y se conectan entre ellas (a los tres años habrán establecido 1.000 trillones de conexiones); también el aspecto del cerebro cambia en los primeros años de vida.

En primer lugar, y es lo que antes salta a la vista, crece en tamaño y se proporciona con el resto del cuerpo. El cerebro representa un tercio de todo nuestro organismo en el momento en que nacemos, y alcanzará casi el 80% de su tamaño adulto entre los cuatro y cinco años. Parte de ese crecimiento se debe a la propia mielina, que aumenta su volumen, así como a las neuronas, que se expanden para extender sus ramificaciones.

Como prosigue el neuropediatra de Alicante, también existen algunas diferencias entre la sustancia blanca de un niño y un adulto (en el primero ocupa menos espacio en el cerebro); mientras que en el caso de la sustancia gris, permanece prácticamente igual.

Precisamente, un estudio publicado en 2010 en la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciences' concluyó que las regiones cerebrales que más se desarrollan durante la infancia son las mismas que diferencian al ser humano de los primates.

Según explicaba el equipo de Terrie Inder, aunque todas las áreas cerebrales crecen a medida que este órgano madura, las que más se expanden son aquellas en las que tienen lugar las "funciones mentales más elevadas" (como el lenguaje o el pensamiento), es decir las regiones temporal lateral, parietal y frontal.

Desarrollo por áreas

Y aunque no habían diseñado su trabajo para dar respuesta a esta pregunta, se atreven a aventurar que el retraso en el desarrollo físico de estas zonas puede deberse a la necesidad de limitar el tamaño del cerebro en el momento de nacer para que éste pueda pasar por el cuello del útero materno en el parto. O, simplemente, que sea una cuestión de prioridades: "Al nacer, la visión es vital porque el bebé la necesita para mamar y reconocer a su madre; mientras que otras funciones más desarrolladas no serán necesarias hasta que el niño vaya madurando".

Pero si alguien ha destacado en las últimas décadas a la hora de adentrarse en la mente de los niños, esa ha sido Elizabeth Spelke, de la Universidad de Harvard (EEUU), que lleva treinta años haciendo experimentos para demostrar que incluso los recién nacidos tienen una especie de 'conocimiento innato' a partir del cual desarrollamos el resto de nuestras habilidades.

Spelke ha demostrado que, entre esas capacidades que el cerebro infantil trae 'de serie' destaca una cierta capacidad numérica (bebés de sólo un mes son capaces de distinguir un grupo de cuatro sonidos de otro de 12); son conscientes de la solidez de los objetos o de que prefieren interactuar con personas que con objetos inmateriales.



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