Aceptemos
la verdad que el Señor nos manifiesta permanentemente por medio del testimonio
de los apóstoles que estaban afirmados en la piedra angular que es el mismo
Señor.
Por el Padre
Ricardo B. Mazza
Nos dice el texto del Evangelio proclamado
(Jn. 20, 19-31) que los discípulos del Señor estaban encerrados por temor a los
judíos a pesar de haber oído de su resurrección por boca de María Magdalena, el
testimonio de Juan, Pedro, y los discípulos que iban a Emaús. No terminaban de
afirmarse en la fe en el resucitado. A nosotros nos sucede algo parecido,
vivimos encerrados en nosotros mismos, demasiado atentos a aceptar sólo aquello
que tocamos o percibimos por los sentidos y, nos cuesta vivir de la fe.
Nos acontece lo del apóstol Tomás, que si no
comprobamos por medio de nuestros sentidos la vuelta a la vida del Maestro, no
estamos convencidos que se hayan cumplido sus promesas. Nos cuesta dar el asentimiento obsequioso de
nuestro entendimiento a la verdad revelada.
La fe humana de la que vivimos habitualmente
nos permite vivir confiando en los demás, ir indagando sobre los
acontecimientos de lo que no tenemos pleno conocimiento, pero que necesitamos
aceptar para hacer más viable nuestra vida. Creemos como verdad revelada, por
ejemplo, lo que nos dicen los medios de difusión, hacemos propia las
afirmaciones de aquellos de quienes creemos nos dicen la verdad, pero al mismo
tiempo nos cuesta aceptar con fe sobrenatural la palabra misma de Dios, sus
enseñanzas.
Mientras somos fácilmente crédulos en el campo
humano, somos remisos o ponemos obstáculos para aceptar lo que ha de ser creído
con fe divina.
Cristo va al encuentro de los discípulos como de
nosotros también y, nos dice “la paz esté con ustedes, como el Padre me envió,
yo los envío a ustedes”. Vayan y transmitan al mundo la alegría de la
resurrección. Afirmados en la paz del Señor que disipa todo temor al mundo, los
seguidores de Cristo hemos de comunicar el mensaje del resucitado.
Pero también el Señor se aparece para
confirmarlos en la fe y, con ellos a los creyentes de todos los tiempos, a lo
largo de la historia humana.
En efecto, Juan recuerda en el texto que
acabamos de proclamar (1 Jn. 5, 1-6), “¿Quién es el que vence al mundo sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” El “mundo” al que se refiere el texto
es el que proviene de la instigación tenebrosa del diablo, el del pecado. Y a
ese mundo de oscuridad sólo se lo puede vencer por Jesús que ya ha triunfado
sobre la muerte y el espíritu del mal con su muerte y resurrección, misterio de
fe que prolongamos en el tiempo toda vez que vivimos en comunión con Él.
En la primera oración de esta misa
recordábamos la necesidad de esta unión con Jesús al pedir la gracia de ahondar en el misterio pascual y
así comprender lo que significa el
bautismo para nuestra nueva vida, el don del Espíritu que nos ha regenerado y
la sangre de Cristo que nos ha redimido.
Por lo tanto estamos llamados a vivir mejor el
bautismo que nos incorpora a la Iglesia y nos hace partícipes de su misión
evangelizadora, convocados para dejarnos conducir dócilmente por el Espíritu
que nos hace nuevas creaturas y, nutrirnos como viadores con el Cuerpo y Sangre
del resucitado.
En este encuentro con los apóstoles, Jesús les
entrega su Espíritu –como lo exhaló en
la cruz- dándoles el poder de perdonar o retener los pecados según la
disposición del corazón de cada uno, impulsándolos a transmitir el mensaje de
la misericordia divina, fruto de la cruz y resurrección.
Precisamente celebramos hoy el domingo de la
misericordia que se derrama abundantemente en nuestros corazones y, en la
medida que la recibamos somos transformados por la participación en el misterio
pascual.
Y con fe en el resucitado y confiando en su
misericordia, la vida cristiana va teniendo un tono diferente. Así lo señala
san Lucas (Hechos 4, 32-35) en la primera lectura respecto a las primeras
comunidades cristianas: “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y
una sola alma”. Aunque tuvieran
legítimas diferencias, tenían un solo corazón en lo que refiere a la fe en el
resucitado y sus derivaciones en la vida cotidiana.
En efecto, la fe en el resucitado, la
misericordia de Dios derramada en cada uno por el misterio de salvación, los hacía despojarse de sus bienes, como
Cristo se despojó de su vida, por amor a sus hermanos.
Si bien lo realizado en esos tiempos no sería
aplicable en la actualidad, el mensaje que permanece es que el cristiano, movido
por la fe en el resucitado, ha de ser capaz de no esclavizarse a los bienes de
este mundo y debe abrir su corazón a las necesidades de sus hermanos
aprendiendo a compartir con los demás los dones recibidos del Señor.
Esta actitud ayudaría no poco a que se realice
aquello que señala el texto: “ningún hermano padecía necesidad” por el
compartir los bienes en común.
En realidad, las diferencias sociales aún
existentes y, la falta de bienes esenciales para los más pobres, están
motivadas hoy en que el corazón del hombre, incluyendo a los cristianos,
sigue cerrado a las necesidades de los
que menos tienen, buscando únicamente su propia conveniencia.
Cristo, por lo tanto, viene a cambiar nuestra
vida, nuestros criterios egoístas, para que prolonguemos su entrega en el
servicio a los demás.
Esto nos lo recuerda también san Juan en la
segunda lectura afirmando que “el que cree en Jesús ha nacido de Dios” y como
ha nacido de Dios, reconoce que los demás creyentes también han nacido de Dios
y por tanto se pone al servicio de los hermanos y a la vivencia de los mandamientos.
Queridos hermanos no temamos entregarle a Dios
el obsequio de nuestro entendimiento por la fe y nuestra voluntad por medio de
la caridad. Que nuestra respuesta merezca actualizar el elogio del Señor
expresado en el evangelio “Felices los que creen sin haber visto”. ¡En cuántas
cosas creemos sin haber visto la fuente de la verdad!
Más aún, aceptemos la verdad que el Señor nos
manifiesta permanentemente por medio del testimonio de los apóstoles que
estaban afirmados en la piedra angular que es el mismo Señor.
Supliquemos que nos reconforte con su gracia y
nos permita crecer en la fe en su mensaje salvador, en la esperanza de un
futuro perfectivo de la vida eterna, en la caridad que nos permite salir de
nosotros mismos para entregarnos más a Él y a nuestros hermanos.
Padre
Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe
de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo de Pascua. Ciclo “B”. 15
de abril de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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