lunes, 16 de enero de 2012
POR EL NACIMIENTO DE JESÚS SOMOS LOS PREDILECTOS DEL PADRE
Estamos celebrando la fiesta del Bautismo del Señor concluyendo así el Tiempo de Navidad. Quizás nos preguntemos sobre cómo es posible este salto que desde la contemplación del Niño recién nacido lleguemos a mirar a Cristo ya adulto…
Por el Padre Ricardo B. Mazza
Precisamente al cerrar el tiempo litúrgico de Navidad, el bautismo del Señor nos deja bien en claro que el Hijo de Dios hecho hombre ingresó a nuestra historia humana para manifestarnos no sólo el misterio e intimidad de la Trinidad divina sino el camino que conduce a la participación de esa vida divina. El bautismo (Mc. 1, 7-11) señaló el comienzo de la vida pública de Jesús. De su niñez y adolescencia es poco lo que sabemos por los evangelios, pero fue un tiempo de preparación en el que Jesús “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc. 2, 52).
El misterio que hoy contemplamos se desarrolla en el río Jordán cuando es bautizado por Juan el Bautista quien dice de sí mismo que bautiza en agua mientras Jesús bautiza en el Espíritu. Y sin necesitar el bautismo, ya que no tenía pecado, el Señor nos habla de la necesidad de recibir la adopción de hijos de Dios por medio del agua y del espíritu, anticipado ya en su nacimiento en carne de Madre Virgen.
El bautismo de cada uno de nosotros está unido al del Señor Jesús ya que en ambos el Padre manifiesta su predilección, ya por su Hijo unigénito en el Jordán, ya por nosotros que somos sus hijos adoptivos en la pila bautismal. También en ambos se manifiesta la acción del Espíritu que consagra a cada uno y envía para la misión, salvar al mundo en Jesús, continuar con su obra por medio de nosotros.
Con la vida pública de Jesús entre los hombres comienza con su misión de salvar, enviado por el Espíritu. De la misma manera también nosotros somos impulsados desde el bautismo a ir al encuentro del hombre de hoy para llevarles la persona y enseñanza de Jesús.
El bautismo que hemos recibido nos compromete a la vida propia de los hijos de Dios.
Precisamente el profeta Isaías (55, 1-11) nos habla de la necesidad de la conversión, de una nueva Alianza, la que sella el bautismo, para culminar en la participación del banquete al que estamos llamados, el de la vida divina.
El profeta insiste en el llamado a buscar a Dios hasta encontrarlo, siendo nosotros convocados a los esfuerzos necesarios para lograrlo.
De allí que advierte “por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias en algo que no sacia”, para indicar que el ser humano se desgasta en lo que no colma su corazón en lugar de buscar al único que satisface totalmente al hombre.
Esta búsqueda de Dios permite que nosotros como dice el apóstol san Juan (1 Jn. 5, 1-9) triunfemos sobre el mundo. En efecto, la cultura en la que estamos insertos trata de desalojar a Dios de nuestra vida personal, de la familia, del trabajo, de la política, economía y vida social, como si todo eso fuera algo totalmente independiente de la trascendencia. Juan nos dice que como bautizados debemos vencer ese espíritu del mundo a través de la fe.
Nos dice san Juan “¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”. Vivir de la fe nos lleva a proclamar al mundo de hoy el mensaje del Hijo de Dios que está entre nosotros. La fe nos muestra que la existencia humana ha cambiado por la filiación divina de cada uno.
El ser humano se preocupa incansablemente de ser feliz, pero cada día comprueba - a pesar del inocultable progreso humano en muchos ámbitos de la vida- su infelicidad, porque ha desalojado al Creador. De allí la invitación de ir hacia el Señor de la vida que es el único puede dar la felicidad plena.
La fe debe ir acompañada de las obras, ya que “la señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”.
El amor a Dios “consiste en cumplir sus mandamientos y sus mandamientos no son una carga”. Todos somos conscientes, de hecho, que si cumpliéramos los mandamientos de Dios la vida humana sería distinta. No habría injusticia, ni hambre, ni atentados contra el hombre de diverso tipo, reinaría la paz y armonía en todos los corazones por la ausencia del odio o el desprecio al otro.
Hermanos: en este día del bautismo del Señor y recuerdo del nuestro, acudamos al Hijo de Dios hecho hombre que es el Hijo predilecto del Padre, llamados a serlo también nosotros a través del crecimiento en la fe prolongada en la vivencia del amor a Dios y a nuestros hermanos.
Sigamos transcurriendo este año realizando siempre el bien que nos identificará realmente como hijos amados del Padre.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. O8 de enero de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/.
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