El tiempo de Adviento nos ayuda a reflexionar sobre la actitud del cristiano en la historia. La fe nos habla de dos acontecimientos que han marcado la historia, la primera venida de Jesús en Belén, con su muerte y resurrección en la Pascua, y su segunda venida al final de los tiempos.
Vivimos un hoy enriquecido por su presencia y, al mismo tiempo, a la espera de nuestro encuentro último con él. Esto marca el tiempo cristiano como un tiempo definitivo y de espera. Lo que esperamos ya se hizo presente en la historia.
Lo que esperamos no es una discontinuidad con lo que ya vivimos, sino su plenitud. Por ello la actitud del cristiano en la historia es la esperanza. Caminamos con la certeza de una meta que es el Reino de Dios, que es presencia y camino en nuestra historia.
Cuando Tomás, uno de los apóstoles, le dice al Señor: "no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino? Jesús le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn. 14, 5-6).
Adviento es para el cristiano un momento litúrgico de preparación en el marco de esta doble venida del Señor, que ha dado un sentido nuevo y definitivo a la vida del hombre. No es sólo recuerdo del pasado en Belén, sino una presencia en la historia desde la Pascua de Cristo, pero que está en camino hacia la plenitud del Reino.
Esta verdad de fe es la que ilumina el sentido de la historia y compromete nuestro trabajo en el mundo. En este contexto de espera se comprende el llamado que nos hace la liturgia desde el Evangelio a estar preparados, como un tiempo de vigilancia confiada por esa presencia.
Creo que este es el mejor marco para presentar la vida y la misión de la Iglesia. Es el mismo Niño de Belén que, como Cristo glorificado en su Pascua: "permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia" (Compendio Catecismo, 133). La Iglesia es así, a través de la Palabra y de los Sacramentos, la presencia viva de Cristo en la historia.
La esperanza del cristiano en este tiempo no es una espera de que las cosas sucedan o cambien, sino un compromiso desde la fe para iluminarlas y transformarlas desde el Evangelio. No se puede ver a la Iglesia como una institución que se agota en este mundo, una fuerza política más, sino la dinámica de una presencia que tiene por horizonte el Reino de Dios.
En este sentido, y siguiendo la doctrina del Concilio Vaticano II, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia afirma con claridad: "A la identidad y misión de la Iglesia en el mundo, según el proyecto de Dios realizado en Cristo, corresponde una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente" (C.D.S.I. 51).
Esto es lo propio e insustituible del aporte de la Iglesia a la sociedad que la preserva de todo sueño totalitario, y le muestra al hombre el sentido de una vocación integral y definitiva. Esta esperanza es la que da sentido al cristiano y moviliza su compromiso en la historia.
Que la luz de la fe ilumine nuestro camino en esta historia que es, desde la presencia de Jesucristo, tiempo de gracia y esperanza. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y bendición, el deseo de vivir este Adviento como un tiempo de preparación y conversión.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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