Desde hace algún tiempo, ya ha sido demostrado que los anticonceptivos a base de esteroides hacen a la mujer más susceptible a infectarse con el virus del VIH. Entonces uno se pregunta, ¿por qué estos fármacos están siendo impulsados de manera tan agresiva en lugares como África donde el riesgo de contraer SIDA ya de por sí es alto?
Treinta años después de que el Centro de Control de Enfermedades (CCE) alertara sobre el primer caso de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) en EEUU, esta enfermedad continúa causando muertes en todo el mundo. Miles de millones de dólares se han invertido en el desarrollo de vacunas, en terapias antirretrovirales y en distribución de preservativos y programas de educación sexual. Y sin embargo, el triunfo definitivo sobre esta pandemia no se vislumbra. ¿Por qué?
Quizás se deba a que la voluntad política entra frecuentemente en contradicción con la evidencia científica. Y claro siempre hay alguien que resulta afectado.
Lamentablemente, esto viene sucediendo en relación a recientes casos de VIH/SIDA informados en mujeres en edad reproductiva.
De acuerdo al más reciente informe del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre VIH/SIDA, publicado en el año 2009, cerca del 50% de todas las infecciones adquiridas de Virus de inmunodeficiencia humana (VIH)-1 en el mundo afectan a mujeres en edad reproductiva. Sólo 10 años antes, en 1998, solo el 36% de los casos reportados eran de mujeres considerando todas las edades. ¿Por qué este enorme incremento y precisamente en ese segmento?
Llama poderosamente la atención que los expertos pasen por alto este dato en sus distintos análisis. Precisamente cuando el tratamiento del VIH se ha vuelto más accesible y el total de muertes está gradualmente disminuyendo en todo el mundo. ¿Por qué más y más mujeres están siendo infectadas? Y ¿por qué el incremento se ha concentrado en mujeres en edad fértil?
Dato:
El punto clave de infección en la mayoría de casos de mujeres recién infectadas son las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer. Este dato por sí solo no explica mucho. No obstante, en estos días las relaciones sexuales no se limitan al intercambio corporal. Hay un poco más de química que la simple atracción entre un hombre y una mujer… literalmente. Los programas de control de población fuertemente financiados han promovido (e incluso impuesto) poderosos anticonceptivos a base de esteroides a decenas de millones de mujeres del Tercer Mundo.
Lo que ellos pregonan como “el mayor acceso mundial a los métodos de planificación familiar” de hecho se ha convertido el mayor acceso del virus HIV a los cuerpos de las mujeres. Está probado que esos fármacos afectan la inmunología local y sistemática de las mujeres, su respuesta cérvico-vaginal y la protección de la flora vaginal, todo ello en dirección a hacer más probable la infección.
¿Qué evidencia científica existe al respecto?
Estadísticas reunidas en los últimos 20 años revelan un paralelo entre el aumento del consumo de los anticonceptivos y las infecciones por el VIH-1 en las mujeres. Varios estudios epidemiológicos en el mismo período también parecen demostrar una relación. Se han realizado estudios en distintos grupos de mujeres, desde madres casadas, adolescentes solteras hasta prostitutas, usuarias de clínicas de planificación familiar africanas. A pesar de la evidente relación entre el consumo de anticonceptivos y la infección del VIH-1 y progresión de la enfermedad, la mayoría de los estudios, por alguna razón, no llegó a conclusiones contundentes o consistentes para establecer esta relación. Mucho menos hubo alguna sugerencia para modificar o reducir los programas de planificación familiar.
Un meta-análisis de 28 estudios en 1999 planteó una relación positiva entre los anticonceptivos orales y la incidencia del VIH-1. Existen otros estudios que también evidencian de manera concluyente el vínculo existente entre el uso de los llamados “anticonceptivos hormonales” y el incremento del riesgo de otras infecciones de transmisión sexual (ITS) como la Clamidia.
Sin embargo, un estudio posterior realizado en el año 2006, afirmó que no existía en general un riesgo de adquirir el VIH-1 como resultado del consumo de dichos fármacos. Estos resultados contradictorios permitieron a los promotores de los programas de control de población a seguir contando con los anticonceptivos, afirmando que “no hay evidencia científica concluyente”. Por lo menos sospechoso, ¿no?
Cuando la “ciencia” no busca aclarar sino confundir
Las razones para decir que estos estudios que no son concluyentes son: controles deficientes en las variables como la edad y los diferentes estilos de vida sexual, la evaluación poco frecuente, la falta de seguimiento y la distribución de una amplia variedad de métodos anticonceptivos. Arguyen que los intentos de interpretación de los datos comparativos son difíciles. ¿Obstáculos insalvables para un científico social?
Francamente, al revisar algunas de las recopilaciones estadísticas y resultados meta-analíticos “no concluyentes” uno no puede dejar de pensar en que parecen diseñados a la medida de los intereses de la política del control de la población.
Existen otras lagunas también. Son pocos los estudios que consideran los diferentes efectos del estrógeno y la progesterona, y sus similares sintéticos a base de esteroides, sobre la estructura de la vagina y del cuello uterino y la inmunidad. Los estudios no contemplan las diferentes presentaciones (oral, inyectable, dispositivo intra-uterino, etc.) y todas se agrupan bajo el nombre genérico de “anticonceptivo hormonal”.
Tampoco consideran las numerosas formas de anticonceptivos que incluyen sólo progesterona, como los inyectables de alta dosis, Depo-Provera (DMPA) y Noristerat, píldoras con dosis moderada, anticonceptivos subdérmicos y dispositivos intrauterinos.
Todas estas formas de esteroides que evitan el embarazo afectan el sistema reproductivo de las mujeres, algo diferente a sus similares con estrógeno. En tratamiento de dosis baja, la progestina espesa el moco cervical impidiendo la viabilidad y penetración de la esperma. En altas dosis también ocurren cambios cérvico-vaginal: el desarrollo folicular se detiene junto con la ovulación y el endometrio se adelgaza. Los efectos del progestágeno son claros: pesan mucho en la estructura cérvico-vaginal de las mujeres y en la flora de protección, disminuyendo su capacidad de evitar las infecciones. Ya en 1991 se encontró que los cambios anormales en la condición del cuello uterino eran fuertemente asociados a una mayor susceptibilidad a adquirir el VIH/SIDA.
Por razones obvias, las organizaciones involucradas en estos programas son reacias a dar toda esta información. De hecho, varios estudios parecieran diseñados a ocultar este hecho deliberadamente.
El razonamiento es sencillo: Las mujeres que consumen anticonceptivos a base de hormonas y esteroides están en gran riesgo de infecciones de trasmisión sexual (ETS). El VIH/SIDA es una ETS.
Es tiempo que los investigadores y políticos enfrenten estos hechos responsablemente para salvaguarda de las mujeres.
Jennifer Kimball, Be.L. es Directora Ejecutiva de la Fundación “Culture of Life” (Cultura de Vida)
Steven W. Mosher es Presidente de Population Research Institute y autor del libro “Population Control: Real Costs and Illusory Benefits” (Control de Población: Costo Real y Beneficios Imaginarios)
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