lunes, 21 de marzo de 2011

MONSEÑOR RUBÉN OSCAR FRASSIA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR




Jesús pone delante de nuestros ojos la Gloria de Cristo, anticipando la Resurrección y nos anuncia algo muy importante que hoy la sociedad no lo tiene en cuenta, y quizás tampoco nosotros: la divinización del hombre.




Domingo 20 de marzo de 2011 – 2º domingo de Cuaresma

Evangelio según San Mateo 17, 1-9 (ciclo A)

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".

La Transfiguración del Señor

Jesús pone delante de nuestros ojos la Gloria de Cristo, anticipando la Resurrección y nos anuncia algo muy importante que hoy la sociedad no lo tiene en cuenta, y quizás tampoco nosotros: la divinización del hombre. ¡Dios nos resucita, pero también nos diviniza!, es decir que nos a su espíritu y el hombre participa del bondad divina de Dios.

Esta presencia de Moisés y de Elías; de la Ley -los mandamientos- y el Profeta hablando con Jesús, es para fortalecerlo, porque sabían lo que Jesús -el Hijo de Dios- iba a padecer. Por eso Jesús les pide silencio a los discípulos: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".

Es importantísimo recibir a Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la Gracia. Cristo nos diviniza, nos transforma, nos da la vida eterna ya aquí; nos hace pregustar, ya nos hace vivir de una manera escatológica, es decir anticipando ya los últimos tiempos. Cuando uno vive esta Gracia, no tiene miedo. Nada ni nadie puede separarlo del amor de Jesucristo.

En esta Cuaresma estamos invitados, lo dice el Papa, a alejarnos del ruido de la vida diaria para sumergirnos en la presencia de Dios y El quiere transmitirnos cada día su Palabra, para que penetre en las profundidades de nuestro espíritu; para que nosotros podamos discernir el bien y alejarnos del mal; y para que este espíritu fortalezca la voluntad de seguir al Señor como verdaderos discípulos.
La respuesta cristiana no es solamente un comportamiento moral. La respuesta cristiana parte de la fe como respuesta a la invitación que Cristo nos hace con su amistad y con su Gracia.

Se equivocan aquellos que reducen el cristianismo a un comportamiento moral. El cristianismo es entrar en el Misterio del Hijo y es vivir esa Gracia que Dios nos regala a todos.

Que lo podamos descubrir, que lo podamos vivir y que lo podamos transmitir.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén


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