Tiempo propicio para la reflexión que ordene la voluntad en la firme decisión de cuidar la vida que se aloja en el seno materno, constituyéndonos en firmes guardianes que –en permanente vigilia– impidan el crimen que vacíos sujetos promueven a diario, enviando a las madres, a quienes engañan, a matar a sus hijos.
Por Juan Carlos Grisolía
Son los gobernantes, aquellos para los que la vida de los pequeños que viven en el seno materno, es un medio de cambio en el triste negocio de conservación de la permanencia en sus despachos públicos.
Ellos, los que envían a sus dependientes médicos ordenándoles que ignoren la ley positiva, que violen los principios éticos de la profesión, que no cumplan con el juramento prestado, que habiendo sido preparados para curar y salvar la vida, simplemente incurran en delito por ser autores o encubridores de la muerte de seres indefensos, como lo es el niño que en el cálido nido de su madre, madura su vida y espera nacer.
No pretendamos ser amados si no brindamos amor. Y esto así, por cuanto el hombre, persona humana, en posesión de la sabiduría, se encuentra impulsado a brindar las perfecciones propias del ser aprehendido. Por ello es que la caridad es el más alto grado del amor, pues impulsa a la entrega al prójimo del mismo modo que Dios, en el acto de creación y su Hijo en el acto de redención, se brindaron.
Es el pequeño niño cuya indigencia cubre el amor de madre, que en su vientre lo aloja, quien nos pide protección y cuidado, que impidan la mano asesina que acecha, buscando su vida que a nadie hace daño.
Sin la generosidad que implica el acto de caridad no hay perfección, y esto conspira contra las exigencias que nuestro destino impone a nuestra condición humana.-
Es especial esta entrega al niño pequeño que vive en el seno de su madre. Este es el amor operante, la caridad, el amor efectivo, que perfecciona a la persona humana para que ésta pueda brindar perfección. Es incompatible con la mediocridad, pues el amor se define en la generosidad, y ésta es la entrega libre, el gran coraje, lo que determina la nobleza y la hidalguía, lo que engrandece el alma.-
No podremos vivir en paz, si nos desentendemos de la vida plena, en la primera etapa de su desarrollo. Y al no ser posible la tranquilidad en el orden, no podremos ser felices, porque siendo que la felicidad es el estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien que nos llena de dicha y de paz; en tanto silenciemos nuestro corazón para que no escuche el grito de los niños asesinados en las entrañas de sus madres, el bien necesario, que es el ser, no será tal y, entonces, la felicidad sólo un simple engaño, que tarde o temprano se manifestará en la burla que encierra.
Excelente reflexión de Juan Carlos Grisolía, que sitúa en tema de la vida del bebé por nacer en su dinámica humana y católica. Gracias por tan vigorosa reflexión.
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