lunes, 29 de noviembre de 2010

MONS. JUAN RUBÉN MARTÍNEZ: “COMPROMETIDOS CON LA VIDA”



Estamos iniciando el tiempo del adviento o sea de preparación para celebrar la Navidad. Desde ya que todos sentimos el cansancio propio del fin de año y en este contexto la liturgia del adviento nos invita a animarnos en la esperanza.



Carta del Obispo de Posadas – 1er. Domingo de adviento – 28.11.10

El Evangelio de este domingo (Mt. 24,37-44), nos exhorta a la vigilancia y a la fidelidad: “Estén prevenidos porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (42-44).

La liturgia del adviento subraya el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza “escatológica”, la del final de los tiempos, pero de ninguna manera esta perspectiva que nos hace reclamar: “Ven Señor Jesús”, nos deja en la pasividad. Esto sería una esperanza alienante y la esperanza cristiana por el contrario nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo.

No es fácil tener esperanza en este inicio del siglo XXI donde nos encontramos con muchos signos de muerte. Permanentemente aparecen militantes que promueven el libre ejercicio de la muerte de los niños por nacer “abortándolos”, sin reconocer el derecho de la vida humana, o bien otras situaciones responsables de la cultura de la muerte como la desnutrición infantil, la droga y el alcoholismo en los jóvenes y adolescentes, o bien el flagelo de la pobreza. La esperanza a los cristianos nos tiene que mover a ser ciudadanos comprometidos y responsables. “Comprometidos con la Vida”.

Este año hemos iniciado el adviento con una petición especial en las Misas orando “por la vida naciente”. De hecho en la Catedral hemos realizado una adoración al Santísimo y las Misas del fin de semana uniéndonos al pedido del Papa Benedicto. En una carta enviada por el Cardenal Antonelli, Presidente del Pontificio Consejo para la familia nos dice: “Todos nosotros somos conscientes de los peligros que amenazan hoy la vida humana a causa de la cultura relativista y utilitarista que ofusca la percepción de la dignidad propia de cada persona humana, cualquiera que sea el estado de su desarrollo. Estamos llamados más que nunca a ser “el pueblo de la vida” con la oración y el compromiso. Con esta vigilia celebrada en todas las iglesias particulares en unión con el Santo Padre, pastor universal, impetramos la gracia y la luz del Señor para la conversión de los corazones y daremos un testimonio eclesial común a favor de una cultura de la vida y el amor”.

Aunque no claudicamos en la esperanza y creemos que las cosas pueden mejorar si mejoramos nosotros, y nos convertimos a Dios y a algunos valores indispensables como la vida, la verdad y la justicia, no podemos dejar de tener los pies en la tierra y ser claros con los problemas que deberemos enfrentar. Considero oportuno recordar un texto de Aparecida que subraya el valor de la vida y la dignidad humana: “Proclamamos que todo ser humano existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva en cada instante. La creación del varón y la mujer, a su imagen y semejanza, es un acontecimiento divino de vida, y su fuente es el amor fiel del Señor. Luego, sólo el Señor es el autor y el dueño de la vida, y el ser humano, su imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción, en todas las etapas de la existencia, hasta su muerte natural y después de la muerte. La mirada cristiana sobre el ser humano permite percibir su valor que trasciende todo el universo: “Dios nos ha mostrado de modo insuperable cómo ama a cada hombre, y con ello confiere una dignidad infinita” (388).

De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y trasformación de su situación. En este primer domingo de adviento la Palabra de Dios nos exhorta a que estemos prevenidos, porque el Señor vendrá a la hora menos pensada. Evidentemente nuestra sociedad necesita convertirse al bien común y a la justicia. La esperanza cristiana nos impulsa a sentirnos responsables para ser testigos de la dignidad humana y de “la vida”.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez



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