Muchas veces nos preguntamos: si Dios todo lo puede… ¿por qué hay tanta hambre en el mundo, gente que no tiene qué comer y algunos que mueren de hambre y desnutrición?
XVII Domingo durante el año (b)
Por Mons. Marcelo Martorell
El tema central de la liturgia de este domingo es el de “Dios Providente” (2 Re. 4, 42-44). El Profeta Eliseo multiplica los panes, preludio del gesto que obrará Jesús siglos más tarde y que leemos en el evangelio de Juan 6,1-15. Un hombre se presenta al Profeta “con veinte panes de cebada” y recibe de parte de éste la orden de distribuirlos entre la gente. Eran unos cien hombres y el servidor objeta a Eliseo que no es suficiente, pero el Profeta repite la orden en nombre de Dios: “Esto dice el Señor: comerán y sobrará” (Ib, 43). Y así sucedió.
Ocho siglos más tarde, Jesús se ve rodeado de una multitud que lo sigue y que acudía a Él (Jn. 6,5). Así como Eliseo, Jesús provee al hambre de la gente que le sigue para escuchar su palabra. Pero a diferencia de Eliseo que, con veinte panes cura el hambre de cien personas, Jesús con cinco panes y dos peces saciará el hambre de cinco mil. En ambos casos quedan las sobras, doce canastas. El evangelista hace notar este hecho para mostrar que Dios da y de sobra, que el Señor no es avaro en proveer a las necesidades de sus hijos. Por eso en el salmo responsorial de hoy rezamos: “Señor abres tu mano y sacias de favores a todo viviente” (Sal. 144, 16). Fijémonos, como el Señor que puede hacer cualquier cosa de la nada, se sirve en ambos casos de los panes presentados por la generosidad de alguien. Y es que precisamente, Dios no quiere hacer en la tierra las cosas sin el concurso del hombre, a quien le dio la capacidad de gobernar y regir en el orden temporal la vida de las personas y el orden de las cosas materiales. Tanto en el caso del hombre que ofreció a Eliseo lo panes de cebada, como en el del joven que ante la necesidad de la gente ofrece a Jesús sus panes y peces, el Señor que todo lo puede, sin embargo, utiliza el concurso del hombre para hacer el milagro y saciar el hambre de tantos.
Muchas veces nos preguntamos: si Dios todo lo puede… ¿por qué hay tanta hambre en el mundo, gente que no tiene qué comer y algunos que mueren de hambre y desnutrición? ¿No será que entre tantos que tienen mucho y nadan en la abundancia de bienes, no hay alguno que ofrezca un poco de lo suyo para que Dios remedie el mal de muchos? Dios quiere que el hombre aprenda a vivir con la conciencia de que es necesario compartir entre los hermanos, al menos lo superfluo para él. Pero nosotros podemos ver que los hombres nos cerramos en el egoísmo y algunos en la acumulación de bienes sin tener presente a Dios y por ende a los hermanos.
El hombre llevó su pan a Eliseo y el joven cedió a Jesús sus cinco panes y dos peces. Es importante notar que cuando las personas hacemos de nuestra parte -siguiendo el mandato de Jesús- la caridad y la justicia, entonces Dios omnipotente y siempre misericordioso, no deja de intervenir haciendo fructificar las obras buenas. Dios nos está llamando siempre a las obras buenas en favor de nuestro prójimo. Tener siempre presente las necesidades ajenas -que en el misterio de la vida cristiana son de todos- nos insta a hacernos participes de la vida de nuestros hermanos, no sólo con palabras buenas, sino con obras concretas en orden al bien. El Apóstol Santiago nos dice que ellas van unidas a la fe y la fe va unida a las obras.
El milagro de Eliseo es preludio del milagro de Jesús y es figura de un milagro mucho más grande y significativo: el milagro de la Eucaristía. No es casualidad que los gestos y palabras de Jesús en esta ocasión sean semejantes a los gestos y palabras de la institución de la Eucaristía: “tomó los panes, dio la acción de gracias y los repartió”. Luego de haber saciado el hambre del cuerpo, Jesús proveerá de una forma maravillosa a curar el hambre del espíritu. Alimentados de un único pan, el Cuerpo de Cristo, los fieles formamos un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo. Si somos uno en Cristo esta realidad debe manifestarse en la vida cotidiana. Por eso, caridad y solidaridad entre los hermanos, ese es el mandato del amor de Cristo Jesús.
Que María Virgen nos ayude a ser de Cristo cada día un poco más, para así atender a las necesidades de los hermanos con mayor solicitud.
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XVII Domingo durante el año (b)
Por Mons. Marcelo Martorell
El tema central de la liturgia de este domingo es el de “Dios Providente” (2 Re. 4, 42-44). El Profeta Eliseo multiplica los panes, preludio del gesto que obrará Jesús siglos más tarde y que leemos en el evangelio de Juan 6,1-15. Un hombre se presenta al Profeta “con veinte panes de cebada” y recibe de parte de éste la orden de distribuirlos entre la gente. Eran unos cien hombres y el servidor objeta a Eliseo que no es suficiente, pero el Profeta repite la orden en nombre de Dios: “Esto dice el Señor: comerán y sobrará” (Ib, 43). Y así sucedió.
Ocho siglos más tarde, Jesús se ve rodeado de una multitud que lo sigue y que acudía a Él (Jn. 6,5). Así como Eliseo, Jesús provee al hambre de la gente que le sigue para escuchar su palabra. Pero a diferencia de Eliseo que, con veinte panes cura el hambre de cien personas, Jesús con cinco panes y dos peces saciará el hambre de cinco mil. En ambos casos quedan las sobras, doce canastas. El evangelista hace notar este hecho para mostrar que Dios da y de sobra, que el Señor no es avaro en proveer a las necesidades de sus hijos. Por eso en el salmo responsorial de hoy rezamos: “Señor abres tu mano y sacias de favores a todo viviente” (Sal. 144, 16). Fijémonos, como el Señor que puede hacer cualquier cosa de la nada, se sirve en ambos casos de los panes presentados por la generosidad de alguien. Y es que precisamente, Dios no quiere hacer en la tierra las cosas sin el concurso del hombre, a quien le dio la capacidad de gobernar y regir en el orden temporal la vida de las personas y el orden de las cosas materiales. Tanto en el caso del hombre que ofreció a Eliseo lo panes de cebada, como en el del joven que ante la necesidad de la gente ofrece a Jesús sus panes y peces, el Señor que todo lo puede, sin embargo, utiliza el concurso del hombre para hacer el milagro y saciar el hambre de tantos.
Muchas veces nos preguntamos: si Dios todo lo puede… ¿por qué hay tanta hambre en el mundo, gente que no tiene qué comer y algunos que mueren de hambre y desnutrición? ¿No será que entre tantos que tienen mucho y nadan en la abundancia de bienes, no hay alguno que ofrezca un poco de lo suyo para que Dios remedie el mal de muchos? Dios quiere que el hombre aprenda a vivir con la conciencia de que es necesario compartir entre los hermanos, al menos lo superfluo para él. Pero nosotros podemos ver que los hombres nos cerramos en el egoísmo y algunos en la acumulación de bienes sin tener presente a Dios y por ende a los hermanos.
El hombre llevó su pan a Eliseo y el joven cedió a Jesús sus cinco panes y dos peces. Es importante notar que cuando las personas hacemos de nuestra parte -siguiendo el mandato de Jesús- la caridad y la justicia, entonces Dios omnipotente y siempre misericordioso, no deja de intervenir haciendo fructificar las obras buenas. Dios nos está llamando siempre a las obras buenas en favor de nuestro prójimo. Tener siempre presente las necesidades ajenas -que en el misterio de la vida cristiana son de todos- nos insta a hacernos participes de la vida de nuestros hermanos, no sólo con palabras buenas, sino con obras concretas en orden al bien. El Apóstol Santiago nos dice que ellas van unidas a la fe y la fe va unida a las obras.
El milagro de Eliseo es preludio del milagro de Jesús y es figura de un milagro mucho más grande y significativo: el milagro de la Eucaristía. No es casualidad que los gestos y palabras de Jesús en esta ocasión sean semejantes a los gestos y palabras de la institución de la Eucaristía: “tomó los panes, dio la acción de gracias y los repartió”. Luego de haber saciado el hambre del cuerpo, Jesús proveerá de una forma maravillosa a curar el hambre del espíritu. Alimentados de un único pan, el Cuerpo de Cristo, los fieles formamos un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo. Si somos uno en Cristo esta realidad debe manifestarse en la vida cotidiana. Por eso, caridad y solidaridad entre los hermanos, ese es el mandato del amor de Cristo Jesús.
Que María Virgen nos ayude a ser de Cristo cada día un poco más, para así atender a las necesidades de los hermanos con mayor solicitud.
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