(Sábado 25 de julio de 2009)
El pasado 19 de junio, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, dio comienzo el Año Sacerdotal, que el Papa Benedicto XVI ha promulgado para toda la Iglesia con la intención de fijar la mirada de la fe en la realidad del sacerdocio católico”.
“Ante todo, este Año especial va dirigido a los mismos sacerdotes. Es un Año Sacerdotal, para que ellos reflexionen seriamente acerca de su consagración y de su misión y ratifiquen con alegría aceptación del don que han recibido”.
“Pero también es un año destinado a que todos los fieles de la Iglesia confirmen su aprecio al ministerio de los sacerdotes y recen por su santificación; para que recen, además, por las vocaciones sacerdotales, que se hacen desear en muchos países. La vocación es, sin duda, un don de la gracia de Dios, pero también tiene su causa en la fecundidad del amor eclesial, que puede atraer ese don sobre muchos jóvenes que, hoy día, podrían asumir el ministerio sacerdotal en favor de sus hermanos”.
“Por eso, me parece importante que todos aprovechemos este tiempo, sobre todo para adquirir una conciencia más clara acerca de lo que es exactamente el sacerdote y de lo que se puede y se debe esperar de él”.
“En este tiempo, en general, la cultura vigente no aprecia la realidad esencial del sacerdocio, no percibe su dimensión sobrenatural. No sólo no lo aprecia, sino que la comunicación globalizada suele destacar con complacencia los casos raros. Es decir, se publican los escándalos, las defecciones, las fallas que exhiben algunos miembros del clero, pero no se reconoce la vida ejemplar y la entrega generosa de tantos sacerdotes, la mayoría silenciosa, que cumplen con fidelidad su ministerio”.
“Pasa con esto lo que frecuentemente se dice que pasa con los aviones: no son noticia los que llegan al aeropuerto sino los que se caen”.
“Ante todo conviene recordar que el ministerio del sacerdote tiene su fuente en una consagración, que es una participación de la consagración y de la misión misma Cristo. El Concilio Vaticano II lo enseña claramente cuando presenta una especie de cadena de misiones: el Padre envió a Su Hijo, Jesucristo, para que anunciara el Reino de Dios, para que trajera a los hombres la salvación; luego Cristo envió a los apóstoles, ellos instituyeron en los obispos a sus sucesores y los obispos llaman a colaborar consigo a los presbíteros”.
“El presbítero participa del ministerio de enseñar, santificar y conducir pastoralmente al pueblo de Dios, ministerio que es propio de los obispos, sucesores de los apóstoles”.
“Esta dimensión propiamente religiosa y sobrenatural del sacerdocio es lo que hay que poner de relieve en este Año Sacerdotal, no sea cosa que, finalmente, el influjo y las presiones de la cultura vigente confundan aun a los mismos católicos de modo que acaben viendo en el sacerdote simplemente a una persona dedicada en términos genéricos al servicio de los demás, a un agente de promoción social, al funcionario de una institución que es depositaria una tradición cultural y de valores espirituales, pero no al hombre de Dios, a aquel que tiene que ponernos en contacto con Dios. Porque para eso está el sacerdote, como dice la Carta a los Hebreos: el sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios”
“Ojalá que todos los fieles aprovechen bien este tiempo y que recen por los sacerdotes, por su santificación, por su fidelidad. El lema de este Año Sacerdotal es “Fidelidad de Cristo, fidelidad del Sacerdote”. Que recen también para que el Señor suscite muchas vocaciones, de modo que se acreciente el servicio que la Iglesia tiene que prestar al hombre de hoy, tan sediento de Dios, que aún sin darse cuenta, ansía esa plenitud que sólo se encuentra en la salvación.”.
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