sábado, 13 de junio de 2009
JESÚS: LA MISA Y LA JUSTICIA SOCIAL
La participación auténtica de la Misa no puede quedar en la ceremonia, por solemne y piadosa que fuere, sino que el sacrificio de alabanza a Dios se ha de concretar en comunicación fraterna y servicio a los que más necesitan.
Homilía 14-06-09
Por Mons. Miguel Esteban Hesayne, Obispo
La festividad del Corpus tuvo origen en la Edad Media con el objetivo de reafirmar la presencia real de Jesús a través de pan y vino consagrados en la Misa. Sin dejar este objetivo, es preciso hacer tomar conciencia, a no pocos católicos, cuál ha sido el proyecto de Jesús al dejarnos lo que hoy llamamos Misa o Eucaristía.
Jesús anunció el contenido y finalidad de la Misa, con admirable pedagogía. Llamó la atención de la gente con un impactante signo: sació la hambruna de una muchedumbre desfalleciente. Fue la conocida multiplicación de unos pocos panes y peces (Jn. 6,1-6) Cuando la gente lo buscan para elegirlo Rey (6,15), Jesús aprovecha este nuevo encuentro multitudinario, para enseñarles qué tienen que hacer para lograr una vida humana en plenitud: “Yo puedo dar vida, pues soy el pan que da vida… Yo moriré para dar esa vida a los que creen en mí… El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tendrá vida eterna… El Padre, el Dios de la vida, fue el que me envió y me dio vida, pues tiene poder para darla. Por eso, todo el que coma mi cuerpo, tendrá vida eterna” (Jn.6, 46-58)
Este anuncio fue crucial para los oyentes de Jesús. A tal punto que a la mayoría, le resultó imposible creerlo y lo abandonaron. Jesús no se cedió. Más aún, desafió a los más íntimos a que se definieran o que lo abandonaran o que lo siguieran aceptándolo como El se presentó: el Pan que da vida (Jn.6, 51). Simón Pedro y unos pocos más, reafirmaron, con firmeza, su seguimiento haciendo un acto de Fe en Jesús como Hijo de Dios y aceptando que El es el Pan de Vida eterna (Jn.6, 68-69).
En vísperas de su muerte, hablando con sus apóstoles, en íntima amistad, aclara lo que va a significar para ellos y sus futuros seguidores, participar de su propia vida que entregará en rescate salvador de quienes creyeren en lo que hoy, llamamos su Evangelio. (Jn 14.15.16.17). Y no queda en discurso; sino antes de la Ultima Cena, en la que cumple con la promesa de entregar su Cuerpo y Sangre como el alimento de la Vida eterna real, se pone a lavar los pies a sus discípulos como un sirviente a sus dueños. Y con este gesto, proclamó la exigencia profunda que contrae quien participa de la Misa. Es la exigencia del amor... El hecho de alimentarse con el Cuerpo y Sangre de Jesús capacita para amar como el amó. Por eso, San Pablo urge a las comunidades de la Iglesia naciente, a examinarse, seriamente, como comen el Cuerpo y beben la Sangre de Jesús, el Señor. (1Cor.11, 27.34.)
La Eucaristía (Misa) nos transforma en familia de Dios. Es un acto de adoración a Dios que nos impulsa a arrodillarnos ante su imagen viviente que es cada persona humana, de modo especial, la más necesitada. Cada Misa, en intención de Jesús, es para que miremos el mundo, que nos rodea, con sus propios ojos. La intención fundamental de la muerte y resurrección de Jesús y por lo tanto de la Misa es la unidad de la humanidad en familia de Dios (Jn.17, 11)
La participación auténtica de la Misa no puede quedar en la ceremonia, por solemne y piadosa que fuere, sino que el sacrificio de alabanza a Dios se ha de concretar en comunicación fraterna y servicio a los que más necesitan. A Misa no se va para cumplir con una obligación; sino para transformar los corazones con los mismos sentimientos de Jesús (Fil.2, 1-11). La Misa no es una práctica piadosa individual.
Es eminentemente social-política como lo es por naturaleza la persona humana. San Cipriano le escribía a una cristiana acomodada: “Tu vienes a misa sin ofrecer nada. Tu suprimes la parte del sacrificio que es del pobre”. Rico a los ojos de Jesús es aquel que tiene para sí sólo, más de lo que necesita, mientras junto a él hay hermanos que carecen de lo indispensable.
La Misa es el alimento de los hijos de Dios, con el Cuerpo y Sangre del Hijo-Dios, que purifica del más mínimo egoísmo. Al pobre lo libera de miseria y dominación de cualquier género, dándole ánimo para buscar con dignidad, sin violencia, la justicia social. Al rico lo libera de la indiferencia, el consumismo y bienestar sobreabundante. La Misa bien celebrada derrama sobre los participantes el Espíritu de comunión fraternal y participación de bienes y personas.
A Misa se va para adorar a Dios convirtiéndonos en servidores de una comunidad de hermanas y hermanos.
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