sábado, 4 de abril de 2009

VOLVERNOS A JESÚS (VI)


Los que comían la Pascua del Señor no se dejaban transformar en pan festivo pascual para con los demás en la convivencia ciudadana (1 Corintios)
Homilía 05-04-09


Por Mons. Miguel Esteban Hesayne

- Volvernos a Jesús… no es simplemente tener una cierta o gran simpatía por su figura histórica; considerarlo un eximio maestro con un atrayente discurso; un portentoso realizador de curaciones milagrosas. No. Volvernos a Jesús es algo más que aprender su doctrina, es algo vital de cada persona. Es entrar e intimar en su seguimiento adhiriendo a su persona y a su causa, en forma absoluta, radical y plena. De tal suerte que la meta normal del discípulo/a de Jesús es vivir en forma personalísima la expresión paulina “…ya no soy el que vive, sino que es Jesucristo el que vive en mi” (Gálatas 2, 20). No hay anulación del uno o del otro pero sí plena comunión vital.

¿Misticismo? De ninguna manera. Es la meta normal a la que se ha de dirigir el que quiera llamarse cristiana/o con honestidad y coherencia. Es la meta que va alcanzando quien se sienta con frecuencia a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, si se lo hace como el mismísimo Jesús lo ha indicado de mil maneras en su Evangelio: el manual cristiano.

- Claro está que el mejor de los alimentos no produce su efecto si no se lo ingiere en forma correcta. Más aún produce indigestión si se lo toma en forma inadecuada. Por eso, Jesús preparó su comida pascual que les iba a dejar a las/los discípulas/os de todos los tiempos y lugares de la tierra, en forma muy cuidadosa. Y los Apóstoles vigilaban cómo se celebraba la Cena del Señor (Misa-Eucaristía) en las reuniones cristianas (asamblea-iglesia) en casas de familias. Tenemos un testimonio muy positivo de un historiador pagano Suetonio.

Relata la aparición del cristianismo en la Roma Imperial señalando que un grupo de hombres y mujeres romanos han tomado la costumbre de reunirse en animado diálogo sobre algún tema, luego comen algo extraño y destaca que lo notable es que se van distinguiendo en los diversos barrios romanos por su ayuda al necesitado y la bondad del trato con los demás. ¿Acaso no es la versión de quién mira desde fuera lo que describe Lucas que vive esas reuniones y señala las tres instancias esenciales de la vida de la comunidad cristiana en sus orígenes? Tres instancias: escuchar la Palabra de Dios, celebrar la Eucaristía-Misa y compartir en fraternidad los bienes. (Hechos 2,42). Por eso, en las primeras comunidades cristianas los Apóstoles estaban sumamente atentos a que dichas comunidades vivieran estas tres instancias. Lo hacían personalmente o por sus delegados y delegadas o por cartas. Es notable por su precisión y vehemencia la carta de S.Pablo a la comunidad-Iglesia de Corintio. Después de haberle recordado que Jesús ha querido la UNIDAD fraterna al dejar su Pascua bajo el símbolo del Pan y Vino consagrados en la Cena-Misa, les reprocha que el rito que ellos están haciendo no llega a ser la Cena del Señor porque unos tienen qué comer y otros no. Ha faltado en esa comunidad el compartir fraternal. En esas Cenas había comunión del alimento pascual pero no producía el efecto de la comunión fraternal entre los comensales. Los que comían la Pascua del Señor no se dejaban transformar en pan festivo pascual para con los demás en la convivencia ciudadana (1 Corintios)

En la historia de los orígenes cristianos a partir de la última Cena en el Cenáculo de Jerusalén, los creyentes en Jesús muerto y resucitado siguen al Maestro celebrando la acción litúrgica de la Cena y viviendo una fuerte y notable fraternidad en servicio al necesitado para lograr encontrarse, instante a instante, con el Señor Jesús Salvador.

Personal y comunitariamente sabemos que nos vamos encontrando con el Señor Jesús y con mayor autenticidad llamarnos cristianos, en tanto en cuanto después de cada misa la tarea de la paz social no nos es indiferente. Porque vamos entendiendo que la Misa -tal cual ha sido pensada por Jesús- tiene una dimensión socio-política que concretiza la alabanza a Dios como Padre de la gran familia humana. Solamente se reconoce a Dios como Padre de Jesús y Padre Nuestro cuando en cada Misa nos alimentamos para la justicia en el amor y no para el bienestar egoísta, al transformarnos con los mismos sentimientos de Jesús Resucitado (Filipenses 2, 1-18).

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