El papa Benedicto XVI presidió en la basílica de San Pedro del Vaticano la solemne Misa Crismal, que concelebró con los obispos y presbíteros presentes en Roma, en la que bendijo los santos óleos y exhortó a los sacerdotes a renovar sus promesas rogando al Señor que los haga hombres de verdad, de amor y de Dios.
También en este día del Amor Fraterno, el Papa se unió a los que sufren en la región italiana de Los Abruzos, que espera visitar en cuanto sea posible, como anunció él mismo ayer, enviando a L’Aquila una parte de los óleos bendecidos en la Misa Crismal, para manifestar de esa manera su cercanía con los que sufren por las consecuencias del trágico terremoto, por quienes elevó plegarias a Dios.
“A nuestro querido hermano, monseñor Giuseppe Molinari, arzobispo de L’Aquila, que a raíz de los gravísimos daños provocados por el terremoto no podrá reunir a su presbiterio diocesano para la celebración de la Misa Crismal, deseo hacer llegar estos sagrados óleos en señal de profunda comunión y cercanía espiritual”, dijo el Papa en la homilía, palabras que arrancaron fuertes aplausos en el grandioso templo vaticano. “Que estos santos óleos -agregó- puedan acompañar el tiempo del renacer y de la reconstrucción sanando las heridas y sosteniendo la esperanza”.
El Pontífice en su homilía hizo hincapié en la oración de Cristo en el Cenáculo, la tarde antes de su pasión. “El Señor oró por sus discípulos reunidos en torno a Él, pero con la vista puesta al mismo tiempo en la comunidad de los discípulos de todos los siglos”, expresó.
“En la plegaria por los discípulos de todos los tiempos, Él nos vio también a nosotros y oró por nosotros. Oigamos lo que pide para los Doce y para los que estamos aquí reunidos: ‘Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad’. El Señor pide nuestra santificación, la santificación en la verdad. Y nos envía para continuar su misma misión”.
“Por ellos me consagro yo”. Evocando esta súplica del Señor, Benedicto XVI reflexionó sobre lo que quieren decir en la Biblia las palabras ‘santo’ y ‘consagrar/santificar’, para comprender lo que sucede, precisamente lo que dice Jesús: “Éste es el acto sacerdotal en el que Jesús –el hombre Jesús, que es una cosa sola con el Hijo de Dios– se entrega al Padre por nosotros. Es la expresión de que Él es al mismo tiempo sacerdote y víctima. Me consagro, me sacrifico: esta palabra abismal, que nos permite asomarnos a lo íntimo del corazón de Jesucristo, debería ser una y otra vez objeto de nuestra reflexión. En ella se encierra todo el misterio de nuestra redención. Y ella contiene también el origen del sacerdocio de la Iglesia”.
Consagrados en la Verdad, en la Palabra de Dios, para poder desarrollar el servicio sacerdotal para el mundo, el Santo Padre invitó a preguntarse “¿cómo están las cosas en nuestra vida? ¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento? ¿O no es más bien nuestro pensamiento el que se amolda una y otra vez a todo lo que se dice y se hace? ¿Acaso no son con frecuencia las opiniones predominantes los criterios que marcan nuestros pasos? ¿Acaso no nos quedamos, a fin de cuentas, en la superficialidad de todo lo que frecuentemente se impone al hombre de hoy? ¿Nos dejamos realmente purificar en nuestro interior por la palabra de Dios?”.
“Hay caricaturas de una humildad equivocada y una falsa sumisión que no queremos imitar”, afirmó más adelante Benedicto XVI, señalando luego que sin embargo “existe también la soberbia destructiva y la presunción, que disgregan toda comunidad y acaban en la violencia”. Y tras destacar la importancia de aprender de Cristo “la recta humildad, que corresponde a la verdad de nuestro ser, y esa obediencia que se somete a la verdad, a la voluntad de Dios”, el Papa recordó, una vez más, que “hay un único sacerdote de la Nueva Alianza, Jesucristo mismo. Por tanto, el sacerdocio de los discípulos sólo puede ser participación en el sacerdocio de Jesús”.
Ser sacerdotes no es más que un nuevo modo de unión con Cristo. Si la vida sacerdotal no se desarrolla entrando en la verdad del Sacramento, puede convertirse en un juicio de condena. Benedicto XVI recordó la importancia de la oración, en comunión personal con Cristo. No en una autocontemplación, pues es importante aprender continuamente a orar rezando con la Iglesia. Sin olvidar la celebración correcta de la Eucaristía.
“Estar inmersos en la verdad y, así, en la santidad de Dios, también significa para nosotros aceptar el carácter exigente de la verdad; contraponerse tanto en las cosas grandes como en las pequeñas a la mentira que hay en el mundo en tantas formas diferentes; aceptar la fatiga de la verdad, porque su alegría más profunda está presente en nosotros. Cuando hablamos del ser consagrados en la verdad, tampoco hemos de olvidar que, en Jesucristo, verdad y amor son una misma cosa. Estar inmersos en Él significa ahondar en su bondad, en el amor verdadero. El amor verdadero no cuesta poco, puede ser también muy exigente. Opone resistencia al mal, para llevar el verdadero bien al hombre. Si nos hacemos uno con Cristo, aprendemos a reconocerlo precisamente en los que sufren, en los pobres, en los pequeños de este mundo; entonces nos convertimos en personas que sirven, que reconocen a sus hermanos y hermanas, y en ellos encuentran a Él mismo.
“Conságralos en la verdad”. Ésta es la primera parte de aquel dicho de Jesús. Pero luego añade: “Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad”, es decir, verdaderamente. Pensando el significado específico de esta segunda parte, el Papa se refirió a los múltiples modos rituales de “santificación”, de consagración de una persona humana que hay en las religiones del mundo. A los ritos que pueden quedarse en simples formalidades, se contrapone la verdadera santificación que Cristo pide para sus discípulos, que transforma su ser, a ellos mismos; que no se quede en una forma ritual, sino que sea un verdadero convertirse en propiedad del Dios santo. Alentando a dejarse inundar por la luz de Dios, al concluir su homilía, el Santo Padre recordó con emoción la víspera de su Ordenación:
“La víspera de mi Ordenación sacerdotal, hace 58 años, abrí la Sagrada Escritura porque todavía quería recibir una palabra del Señor para aquel día y mi camino futuro de sacerdote. Mis ojos se detuvieron en este pasaje: ‘Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad’. Entonces me dí cuenta: el Señor está hablando de mí, y está hablándome a mí. Y lo mismo me ocurrirá mañana. No somos consagrados en último término por ritos, aunque haya necesidad de ellos. El baño en el que nos sumerge el Señor es Él mismo, la Verdad en persona. La Ordenación sacerdotal significa ser injertados en Él, en la Verdad. Pertenezco de un modo nuevo a Él y, por tanto, a los otros, ‘para que venga su Reino’. Queridos amigos, en esta hora de la renovación de las promesas queremos pedir al Señor que nos haga hombres de verdad, hombres de amor, hombres de Dios. Roguémosle que nos atraiga cada vez más dentro de sí, para que nos convirtamos verdaderamente en sacerdotes de la Nueva Alianza. Amén”.
Un envío de AICA
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