lunes, 6 de abril de 2009

¿CRUCIFICADOS O CRUCIFICADORES?


También hoy muchos que se creen buenos cristianos, siguen viviendo un mesianismo fácil, una religión que no compromete a nada y que usan como tapadera de sus ambiciones, egoísmos, idolatrías y atropellos a los derechos ajenos.
Domingo de Ramos - B / 05-04-2009

Por el P. Jesús Álvarez, ssp
Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: - Vayan a ese pueblo que ven enfrente; apenas entren encontrarán un burro amarrado, que ningún hombre ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El Señor lo necesita, pero se lo devolverá cuanto antes. Se fueron y encontraron en la calle al burro, amarrado delante de una puerta, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: - ¿Por qué sueltan ese burro? Ellos les contestaron lo que les había dicho Jesús, y se lo permitieron. Trajeron el burro a Jesús, le pusieron sus capas encima y Jesús montó en él. Muchas personas extendían sus capas a lo largo del camino, mientras otras lo cubrían con ramas cortadas en el campo. Y tanto los que iban delante como los que seguían a Jesús gritaban: - ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!Mc 11,1-10

Jesús se había ocultado cuando intentaron proclamarlo rey. Pero ya a las puertas de la muerte y de la resurrección, deja que la multitud lo aclame rey, puesto que lo es, aunque no en sentido de rey temporal, como los judíos pretenden.
Jesús quiere una subida triunfal a Jerusalén, para subir desde aquí al triunfo de la cruz. Él ya sabe que buena parte de esa misma multitud entusiasmada, a las pocas horas y con mayores gritos, pedirá su muerte.
También hoy muchos que se creen buenos cristianos, siguen viviendo un mesianismo fácil, una religión que no compromete a nada y que usan como tapadera de sus ambiciones, egoísmos, idolatrías y atropellos a los derechos ajenos. Tienen a Jesús en sus bocas, ponen velas a las imágenes, hacen limosnas, integran hermandades, van a misa y reciben la comunión, y luego condenan a Cristo y lo maltratan en el ambiente familiar o laboral, sobre todo en el más débil, en la muchacha de servicio, o en los dependientes, o en la calle, o en el grupo. Y para colmo se creen intachables ante Dios y ante los hombres.
¡Absurda conducta! Pero debemos cuidarnos bien de vivir tan grande y fatal absurdo.
Hoy empieza la Semana Santa, en la que celebramos el Misterio Pascual; o sea, la pasión, muerte y resurrección de Jesús, no sólo su pasión y muerte. Él probó todos los sufrimientos físicos, morales, psicológicos y espirituales. Pero ya no sufre en su persona, aunque sí sufre, muere y resucita cada día en multitud de sus hermanos, con quienes se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos mis hermanos, a mí me lo hacen”.
El objetivo esencial de la Semana Santa es la Resurrección, no la compasión ante los sufrimientos y la muerte de Jesús. Son estremecedoras sus palabras. “No lloren por mí, sino por ustedes y por sus hijos”. Es necesario verificar cuál es nuestro papel hoy en la pasión y muerte de Cristo presente en nuestro prójimo, y ver cómo llevamos nuestras cruces: si les damos sentido de salvación, de resurrección y de vida para nosotros y para los otros, asociándolas a las de Cristo; o si las hacemos estériles por falta de fe y de amor a Dios y al prójimo. Las cruces no ofrecidas, además de estériles, se vuelven mucho más pesadas.
Es necesario discernir si somos verdugos y crucificadores de nuestro prójimo - en el hogar, trabajo, evasión, placer, negocio, política...-, construyendo nuestra felicidad a costa del sufrimiento ajeno. O si tal vez somos crucificados a imitación de Jesús, camino de la resurrección, cuando nos dará un cuerpo glorioso como el suyo.
La cruz es el camino, pero la resurrección es el destino. Semana Santa sin fe y esperanza en la Resurrección, es una semana pagana. Y así parece ser para muchos, que celebran la pasión y muerte de Cristo, pero no les interesa Cristo resucitado, ni creen que los ama y por eso se entregó por ellos; ni creen en su presencia permanente, por él asegurada: “Estoy con ustedes todos los días".
Si sufrimos con Cristo y como Cristo, reinaremos con él; si morimos con Cristo viviremos con él. He ahí la verdadera perspectiva del sufrimiento, de la muerte y de la alegría verdadera: la resurrección y el paraíso eterno. Sólo con esta perspectiva es posible y razonable llevar una vida auténticamente cristiana.

Isaías 50, 4-7
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.

La experiencia de Isaías es un fiel anticipo de la experiencia de Jesús, incluida la experiencia como discípulo, según él mismo dice: “Yo hablo de lo que el Padre me enseñó”, “Yo no hago sino lo que veo hacer a mi Padre”. Y por eso puede enseñarnos y confortarnos de verdad: “Quien escucha mi Palabra y la cumple, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré”.
En la pasión de Jesús se repiten, casi a la letra, pero aumentados, los sufrimientos del profeta: brutal flagelación, coronación de espinas que herían su cabeza al golpearlas con la caña, burlas, salivazos, bofetadas; desafío a que adivine, con los ojos vendados, quién le pega, sin dejar entender que sabe perfectamente quién lo abofetea… Pero él se calla, no amenaza, no se lamenta, no llora… Endurece su rostro como una piedra.
Se pone camino del calvario y de la muerte porque él quiere, nadie lo obliga, y por eso el Padre lo ama, no lo defrauda, sino que lo acompaña fortaleciéndolo en su dolor y para transformar la derrota de la cruz y de la muerte en el triunfo glorioso de la resurrección. Su paz y su resistencia se apoyan en la esperanza del premio.
Ese es también el camino triunfal del cristiano: luchar por arrancar todas las cruces evitables, -ajenas y propias-, y acoger las cruces inevitables –las propias y las ajenas- para asociarlas a la cruz redentora de Cristo por la salvación del mundo, y así llegar de su mano al triunfo de la resurrección, junto con muchos otros en cuya salvación hemos colaborado.

Filipenses 2, 6-11
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».

Adán quiso ser Dios, y fracasó, y con él toda la humanidad. Pero Dios (en Jesús) quiso ser hombre, hasta las últimas consecuencias, incluida la muerte, y triunfó con la resurrección para él y para toda la humanidad, mereciendo el “Nombre sobre todo nombre”, y ante el cual se dobla toda rodilla en la tierra, en el cielo y en los abismos”.
Jesús ocultó su divinidad, y vivió en humildad, como un hombre cualquiera, por amor a Dios y al hombre, a cada uno de nosotros. Por eso san Pablo exclamaba emocionado: “¡Me amó y se entregó por mí!” Pero a veces lo tratamos quizá como un “don nadie”, aprovechando de que no se manifiesta con la omnipotencia y gloria de Dios, como quien es, y lo desafiamos: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz -y sube a tu divinidad, haz milagros-, y creeremos”.
Con su abajamiento, Jesús quiere restablecer las relaciones filiales del hombre con Dios (para que vivamos como hijos de Dios), y recuperar las relaciones fraternales entre los hombres (que seamos humanos con los hijos de Dios), renunciando al orgullo, a creerse más, y viviendo en la humildad, en la sencillez, en la verdad. A la humildad en el mundo corresponde, para Jesús y para nosotros, la exaltación en el cielo. Por la resurrección Jesucristo es constituido “Señor” de toda la creación visible e invisible, y desea compartir con nosotros su glorioso señorío eterno y universal.
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