Jesús manifiesta la grandeza sublime del amor del Padre hacia el hombre y revela también que para ser salvados por aquel que consumó el holocausto de la obediencia en la muerte de cruz, es necesario que el hombre obedezca también, negándose a sí mismo.V Domingo de Cuaresma (b)
Por Mons. Marcelo Martorell
La liturgia de este domingo está imbuida del misterio de la Pasión del Señor, y es Jesús mismo quien nos habla de ella a través del evangelio de San Juan, presentándola como el misterio de su glorificación y de su obediencia a la voluntad del Padre. Y se declara abiertamente el “Salvador de todos los hombres”: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”(Jn. 12,23). Jesús compara su muerte, con la del grano de trigo, que muere para dar vida a la espiga nueva. El quiere decirnos que de su muerte nacerá un –pueblo nuevo- en donde ya no estarán solamente los hebreos, sino los hombres de toda raza, pueblo o nación. Todos ellos redimidos a través de su muerte y resurrección.
Jesús conoce el misterio que encierra su pasión y muerte…debería sentir el gozo de la obra de Dios; sin embargo su humanidad sufre horrores al saber que se acerca semejante calvario…”Ahora mi alma está agitada, y que diré Padre líbrame de esta hora” (Ib 27). El evangelista Marcos relata la frase de Jesús ante su pasión “me muero de tristeza”(Mc.14,34). Es Jesús verdadero hombre y verdadero Dios, que sufre como hombre, pero sabe que “para esto ha venido al mundo”(Jn.12,27), es el clamor de Dios hecho hombre por los pecados e iniquidades del hombre. Es Dios que sufre por el rechazo del -amor de Dios al orden de la naturaleza y a la verdad de los valores- Jesús sabe que quizás el hombre dice –matemos a Dios así seremos libres y no tendremos que escuchar reproches a nuestro comportamiento.-
Es la hora de la glorificación, cuando sea elevado en el madero de la cruz, Jesús acallará el pecado y atraerá hacia sí a todos los hombres y al mismo tiempo rendirá al Padre la máxima gloria.
El siendo Dios no tiene porque someterse a tal sufrimiento, más es obediente y obediente hasta la muerte. Pero el Hijo es entregado al dolor y la muerte “a gritos y lágrimas presento oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte (Hb.5,7), porque el hombre a pecado y necesita ser redimido. Jesús manifiesta así la grandeza sublime del amor del Padre hacia el hombre; y revela también que para ser salvados por aquel que consumó el holocausto de la obediencia en la muerte de cruz, es necesario que el hombre obedezca también, negándose a sí mismo.
Esta es la “Nueva Alianza” de la que nos habla el Profeta Jeremias 31,1. Por medio de ella el hombre se renueva en su ser más íntimo. La Ley de Dios no es ya una Ley escrita en tablas de piedra, sino una Ley escrito con la sangre del Hijo, en el corazón de los hombres, Ley que expresa la máxima grandeza del –amor misericordioso de Dios- Por la pasión de Cristo llegaron los días en los que Dios había dicho: “Meteré mi ley en sus pechos, la escribiré en sus corazones…perdonaré sus crímenes, y no recordaré sus pecados. (33-34)
Frente a la inminencia de la Pasión, estamos los hombres preparando, en el ayuno y la penitencia, el arrepentimiento de nuestros pecados, y en su paso a la muerte, lloramos por la dureza del nuestros corazones y del corazón de los hombres. Suplicando al Dios de toda misericordia, que nos haga morir y pasar a la vida de los hijos de Dios. Amándole, respetándole, y siguiendo los pasos de Jesús, exclamar y mostrar con nuestras vidas, -que vive Jesús- y que él es el salvador del mundo.
Que María, testigo de la Pasión de su Hijo, nos ayude a vivir desde hoy como verdaderos cristianos en medio del mundo.
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