El cristiano es, ante todo, un hombre, una mujer, con inteligencia, voluntad, sentimientos, es decir, antes de ser cristiano es un hombre con todas las cualidades y necesidades de realización y de amor.
Por Mons. José María Arancedo
En este tiempo de Cuaresma nos podríamos preguntar: ¿cómo se forma un cristiano? Se trata de una de las preguntas más importantes, si queremos que la vida cristiana no sea sólo un ropaje exterior, sino el testimonio coherente entre la fe y la vida. El cristiano es, ante todo, un hombre, una mujer, con inteligencia, voluntad, sentimientos, es decir, antes de ser cristiano es un hombre con todas las cualidades y necesidades de realización y de amor. Por ello, si la verdad de la fe no llega a iluminar estos niveles profundos de su vida, difícilmente podamos hablar de un cristiano maduro. Tendrá sólo la etiqueta de cristiano.
Para formar a un cristiano la única respuesta es llegar a tener un encuentro vivo con Jesucristo que transforme su vida, su modo de pensar y de actuar. Para ello la Palabra de Dios merece un tiempo y un lugar destacado en su vida. En ella se da ese progresivo conocer y asimilar las palabras de Jesús, sus gestos, sus silencios. Esto sólo se logra desde una lectura pausada y contemplativa de las Sagradas Escrituras. Necesitamos volver al asombro de la fe que nos descubre que es Dios quién viene hacia mí, que es él personalmente quién me habla. Necesitamos recobrar la actitud del oyente ante un Dios que nos habló.
Estamos acostumbrados a una lectura rápida e informativa de lo que leemos, esto no nos ayuda. Demorarnos, en cambio, en un texto de la Palabra de Dios es crear un clima espiritual que nos permite abrir nuestro corazón e inteligencia, para iniciar esa experiencia de sabiduría que nos hace “gustar” ese camino de encuentro y de comunión con él. La asimilación de la Palabra de Dios es como la lluvia suave que llega a lo hondo de la tierra y la hace fértil.
Su lectura, si es posible diaria, es el inicio de un diálogo con el Señor que ilumina, sana y reconstruye la armonía de nuestra vida. Hay un desgaste en la vida espiritual que va debilitando tanto las convicciones, como la alegría en lo que creemos. Cuaresma es un tiempo propicio para crear ese espacio de lectura meditada de la Palabra de Dios, que nos permita fortalecer las razones de nuestra fe para así: “transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicios, los valores dominantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida” (E.N. 19). Como vemos el cristiano nace y se forma en este encuentro vivo y permanente con Jesucristo.
Que este camino de la Cuaresma nos ayude a reflexionar sobre nuestra vida y a tener la capacidad y humildad necesarias, para saber cambiar o corregir aquello que en nuestra vida pueda, y tal vez, deba ser mejorado. Reciban junto a mis oraciones y afecto, mi bendición en el Señor.
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