No defiende la vida, como primer derecho humano, una sociedad que vive con indiferencia frente a la marginalidad de sus hijos. No se trata se suprimir pobres sino de atacar la pobreza.
Por Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
El próximo 25 de Marzo, Fiesta de la Anunciación del Señor, celebramos el Día del niño por nacer. La Anunciación nos recuerda la concepción de Jesús en el seno de la Virgen María. Concepción y nacimiento son dos momentos en el desarrollo de una misma vida. Desde el momento de la concepción la vida adquiere una entidad independiente que nos compromete en su defensa por ser su primer derecho. Esto tan fácil de expresar presenta, sin embargo, una serie de objeciones que no parten del derecho que esta vida nueva reclama, sino desde la libertad del hombre como un absoluto que le da derecho a decidir. Ahora bien, si no aceptamos que mi libertad tiene un límite en el derecho del otro, estamos ejerciendo un poder sobre el otro que no nos corresponde. La vida del ser naciente no es un objeto del que soy dueño, sino un sujeto con su entidad, autonomía y derechos.
Estamos hablando del aborto, no de un método anticonceptivo. Aquí no se habla de impedir la concepción, aquí se habla de eliminar lo ya concebido. Esta es la gravedad del aborto. No se trata, por ello, de un tema religioso que pueda quedar reducido a la esfera de lo personal o a las convicciones de un grupo, sino que estamos ante un derecho que hace a la dignidad del ser humano. La negación al aborto no comienza por un acto de fe sino por un dato científico con consecuencias éticas y jurídicas, es decir, cuando la ciencia nos dice aquí hay vida humana, en ese mismo momento comienza la exigencia de una actitud de respeto y de cuidado que la fe, es cierto, lo va a reforzar y a defender, incluso haciendo referencia a un mandamiento de la Ley de Dios, que nos dice: “no matarás”. Como vemos, el hecho de la vida es, ante todo, una realidad humana que nos compromete moralmente. Por ello es obligación del Estado proteger y tutelar con sus leyes, el camino de esta vida nueva desde su concepción a su nacimiento. Desde esta perspectiva podemos comprender por qué la Iglesia habla del aborto como un tema “no negociable”.
La defensa de la vida no se reduce, por otra parte, sólo a luchar contra el aborto sino que abarca todo el desarrollo de esta vida, principalmente en sus momentos de mayor fragilidad, comenzando por el embarazo, pero siguiendo por el nacimiento y su cuidado posterior. Pienso en la soledad y la pobreza de muchos niños que viven en un mundo que se jacta de sus logros y carece de sensibilidad para dar una respuesta a su realidad. No defiende la vida, como primer derecho humano, una sociedad que vive con indiferencia frente a la marginalidad de sus hijos. No se trata se suprimir pobres sino de atacar la pobreza. Dios ama al pobre pero no quiere la pobreza impuesta. ¿Es justa una sociedad, me pregunto, que ve crecer en la degradación de la pobreza a sus hijos? ¿No nos debemos sentir responsables como sociedad, políticamente organizada, del futuro de una juventud que crece desde la niñez debilitada en su salud física, psicológica y cultural? Es por ello que el tema de la defensa de la vida abarca la totalidad de etapas y aspectos en los que ella se desarrolla, pero debemos poner el acento, ciertamente, en aquellos momentos que más necesita de la presencia y responsabilidad de los adultos y la sociedad. El primer momento de fragilidad la puede padecer el niño por nacer.
Quiero agradecer la presencia y entrega de “Grávida” como institución dedicada a acompañar la vida naciente desde el seno de la madre, que ha permitido el nacimiento de muchos niños que hoy son la alegría de sus madres. También quiero valorar el trabajo desinteresado de muchas familias que asumen el rol generoso de ser “Hogares de Tránsito” para aquellos niños que nacen sin la posibilidad inmediata de un hogar propio. Todas ellas son familias sin grandes recursos pero con sólidas convicciones morales, en ellas veo una reserva moral de nuestra sociedad.
Reciban de su Obispo junto a mi respeto y afecto, mis oraciones y bendición en el Señor Jesús y María Nuestra Madre.
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Por Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
El próximo 25 de Marzo, Fiesta de la Anunciación del Señor, celebramos el Día del niño por nacer. La Anunciación nos recuerda la concepción de Jesús en el seno de la Virgen María. Concepción y nacimiento son dos momentos en el desarrollo de una misma vida. Desde el momento de la concepción la vida adquiere una entidad independiente que nos compromete en su defensa por ser su primer derecho. Esto tan fácil de expresar presenta, sin embargo, una serie de objeciones que no parten del derecho que esta vida nueva reclama, sino desde la libertad del hombre como un absoluto que le da derecho a decidir. Ahora bien, si no aceptamos que mi libertad tiene un límite en el derecho del otro, estamos ejerciendo un poder sobre el otro que no nos corresponde. La vida del ser naciente no es un objeto del que soy dueño, sino un sujeto con su entidad, autonomía y derechos.
Estamos hablando del aborto, no de un método anticonceptivo. Aquí no se habla de impedir la concepción, aquí se habla de eliminar lo ya concebido. Esta es la gravedad del aborto. No se trata, por ello, de un tema religioso que pueda quedar reducido a la esfera de lo personal o a las convicciones de un grupo, sino que estamos ante un derecho que hace a la dignidad del ser humano. La negación al aborto no comienza por un acto de fe sino por un dato científico con consecuencias éticas y jurídicas, es decir, cuando la ciencia nos dice aquí hay vida humana, en ese mismo momento comienza la exigencia de una actitud de respeto y de cuidado que la fe, es cierto, lo va a reforzar y a defender, incluso haciendo referencia a un mandamiento de la Ley de Dios, que nos dice: “no matarás”. Como vemos, el hecho de la vida es, ante todo, una realidad humana que nos compromete moralmente. Por ello es obligación del Estado proteger y tutelar con sus leyes, el camino de esta vida nueva desde su concepción a su nacimiento. Desde esta perspectiva podemos comprender por qué la Iglesia habla del aborto como un tema “no negociable”.
La defensa de la vida no se reduce, por otra parte, sólo a luchar contra el aborto sino que abarca todo el desarrollo de esta vida, principalmente en sus momentos de mayor fragilidad, comenzando por el embarazo, pero siguiendo por el nacimiento y su cuidado posterior. Pienso en la soledad y la pobreza de muchos niños que viven en un mundo que se jacta de sus logros y carece de sensibilidad para dar una respuesta a su realidad. No defiende la vida, como primer derecho humano, una sociedad que vive con indiferencia frente a la marginalidad de sus hijos. No se trata se suprimir pobres sino de atacar la pobreza. Dios ama al pobre pero no quiere la pobreza impuesta. ¿Es justa una sociedad, me pregunto, que ve crecer en la degradación de la pobreza a sus hijos? ¿No nos debemos sentir responsables como sociedad, políticamente organizada, del futuro de una juventud que crece desde la niñez debilitada en su salud física, psicológica y cultural? Es por ello que el tema de la defensa de la vida abarca la totalidad de etapas y aspectos en los que ella se desarrolla, pero debemos poner el acento, ciertamente, en aquellos momentos que más necesita de la presencia y responsabilidad de los adultos y la sociedad. El primer momento de fragilidad la puede padecer el niño por nacer.
Quiero agradecer la presencia y entrega de “Grávida” como institución dedicada a acompañar la vida naciente desde el seno de la madre, que ha permitido el nacimiento de muchos niños que hoy son la alegría de sus madres. También quiero valorar el trabajo desinteresado de muchas familias que asumen el rol generoso de ser “Hogares de Tránsito” para aquellos niños que nacen sin la posibilidad inmediata de un hogar propio. Todas ellas son familias sin grandes recursos pero con sólidas convicciones morales, en ellas veo una reserva moral de nuestra sociedad.
Reciban de su Obispo junto a mi respeto y afecto, mis oraciones y bendición en el Señor Jesús y María Nuestra Madre.
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