“…la reconciliación puede ser considerada como el término de un proceso al que arribamos luego de diversas etapas, parecería que su espíritu, el deseo de reconciliación, debe estar al principio. Cuando existe este espíritu todo aquello que dificulta el proceso de diálogo…”
Por Mons. José María Arancedo
En esta Cuaresma he querido meditar sobre algunos temas que nos propone el documento de los Obispos: “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad”. Hoy quiero detenerme en uno de ellos, en el tema del diálogo, como una actitud que nos permitirá, dice el texto: “proyectar el futuro del país y un país con futuro” (18), pero agrega una reflexión que considero importante en toda relación humana: “nunca llegaremos a la capacidad de diálogo (dice) sin una sincera reconciliación.
Se requiere renovar una confianza mutua que no excluya la verdad y la justicia” (19). No se trata de prescindir de la verdad ni del justo reclamo de la justicia, sino de introducir el valor de la reconciliación como una meta posible a alcanzar en nuestras relaciones. Esto supone una mirada de fe en Dios que es Padre de todos, y a quién le decimos: “perdónanos nuestras faltas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Esto no niega la verdad de un hecho, ni disminuye la justa condena a quién ha cometido un delito. Recuerdo cuando Juan Pablo II fue a la cárcel a visitar a aquel que lo quiso matar, no fue a negar el hecho ni a pedir que lo dejaran en libertad, sino a testimoniar su condición de hermano y ser para él, quién lo había intentado matar, el camino de una vida nueva.
Es decir, si bien la reconciliación puede ser considerada como el término de un proceso al que arribamos luego de diversas etapas, parecería que su espíritu, el deseo de reconciliación, debe estar al principio. Cuando existe este espíritu todo aquello que dificulta el proceso de diálogo, sean heridas, historias, desconfianza, comienza a ser algo que puede ser superado. Diría que el pasado comienza a ser iluminado por una actitud nueva que permite mirar el futuro en términos de reconciliación, sin negar la verdad ni la justicia que siempre deben estar presentes. Este espíritu de reconciliación es el que nos dispone al diálogo y, por lo mismo, se convierte en un signo de esperanza frente a toda situación. El espíritu de reconciliación no espera el gesto del otro, se pone en camino hacia él como portador de una vida nueva que es posible, porque responde a la condición del hombre como ser espiritual, que no está determinado sólo por la actitud del que ofende. Este fue el gesto de Jesucristo frente a las ofensas, en el que resplandece la imagen de un hombre nuevo, donde se invierten los criterios meramente humanos, para inaugurar un mundo nuevo sobre la verdad y la justicia ciertamente, pero que se abre y corona por el amor y la misericordia, que son el fundamento de una paz duradera.
Este lenguaje puede parecernos inalcanzable en este mundo, sin embargo es real y posible cuando nos dejamos transformar por la presencia viva de Jesucristo. Ya no estamos bajo el imperio de una ley que nos maneja sino bajo la fuerza del Evangelio, que sin negar la ley la supera. La presencia de un espíritu de reconciliación y de misericordia son signos de una nueva creación y el comienzo de un mundo nuevo; en ellas el cristiano da testimonio de su fe, que es “locura para algunos” dirá san Pablo, pero es “fuerza de Dios” para los que creen (1 Cor. 1, 18). La actitud de diálogo que necesitamos para: “proyectar el futuro del país y un país con futuro”, tiene mucho que ver con este espíritu o deseo de reconciliación que nos permita abrirnos más al futuro que debemos construir, que quedarnos atados al pasado. Con este espíritu vivamos la Cuaresma, tal vez acercándonos a aquellos hermanos nuestros un tanto alejados, pero con quienes es posible recrear una relación nueva.
Deseando que este domingo sea un día en familia, pero recordemos también que Dios, nuestro Padre, nos espera en la celebración de la Santa Misa para encontrarnos con su Hijo, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
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