Un amigo argentino el otro día me preguntó inesperadamente: "pero, ¿qué es un sionista? Yo tenía entendido que es algo así como un insulto". Esta nota está dedicada a responder en forma brevísima a su pregunta.
Del arte de cruzar los océanos - Fabián Glagovsky
El sionismo nació en 1897 como movimiento político organizado. Representó el movimiento de liberación nacional del pueblo judío. Buscó la autodeterminación del pueblo judío en su tierra ancestral. Hoy se lo llama simplemente "nacionalismo judío". El sionismo no inventó la idea de que los judíos somos un pueblo y no una religión. Aquella concepción es tan o más antigua que el judaísmo. En la Biblia, el tardío libro de Ester es el único en que somos llamados judíos. En el resto somos Am Israel (el pueblo de Israel) o Bnei Israel (los hijos de Israel). En la Biblia somos considerados un pueblo, por lo menos, una tribu.
La Revolución Francesa marcó el nacimiento del nacionalismo en Europa. Los europeos gradualmente se fueron reconociendo como pueblos distintos. La lengua que hablaban fue el factor más importante para establecer las fronteras entre los pueblos, pero no fue el único. Los judíos, que se reconocían como pueblo antes que los europeos, pero que vivían dispersos por varios continentes, se vieron de golpe entre la espada y la pared. La Asamblea Nacional francesa los obligó a fijar su identidad: o ciudadanos franceses de religión judía o extranjeros (a ser expulsados). Sin opción, los judíos aceptaron lo primero. Muchos, entre ellos Teodoro Herzl, el fundador del sionismo, hicieron de la cultura de la sociedad general su cultura y del judaísmo su más o menos olvidada religión. Otros intentaron vivir aparte, sin contacto con la sociedad gentil, temiendo lo que la modernidad hacía con su cultura. Estos son los judíos ortodoxos.
Pero para fines del siglo XIX, incluso los judíos "menos judíos" podían ver que las cosas no funcionaban. Cuanto más un judío se esforzaba por ser un ciudadano como los otros y abandonaba su cultura, más odio y recelo enfrentaba. El anti-judaísmo se expresó en el temor a la invasión invisible y en el odio por el progreso en la escala social de los judíos. Los judíos no conseguían ser completamente aceptados. Cuando el ejército francés acusó y degradó a Dreyfuss, un oficial judío, acusándolo de traición en base a pruebas espurias, Teodoro Herzl como periodista presenció a la masa del pueblo francés gritar "muerte a los judíos". Herzl concluyó que no había futuro para los judíos en Europa. El viejo odio religioso contra el judío como "pueblo deicída", sin desaparecer del todo, había mutado en una mezcla de odio nacional, de clase y finalmente racial.
Los anhelos de los judíos de volver a ser un pueblo libre y responsable por su propio destino y en la tierra de sus ancestros dieron fuerza al sionismo. Las dificultades de los judíos provocadas por el antisemitismo creciente en Europa lo empujaron desde atrás. Decenas de miles llegaron a la Tierra de Israel para fundar su propio país. Allí, con el tiempo, chocaron con el naciente nacionalismo árabe, que nació en muchos aspectos como reacción frente al conciente nacionalismo judío.
Los judíos ortodoxos nunca habían dejado de considerarse un pueblo. Pero su solución a los problemas era religiosa, esperar la llegada del Mesías. El sionismo en cambio era una solución laica al problema del antisemitismo: se terminaría cuando los judíos tuvieran un Estado y fueran como los demás pueblos. Por eso, la mayor parte de los judíos ortodoxos se opuso al sionismo. Los judíos comunistas se opusieron por otro motivo: emigrar a Palestina era abandonar la lucha por la Revolución en Europa. El Holocausto cerró el debate ideológico: los judíos que permanecieron en Europa fueron exterminados, los judíos que emigraron a Palestina se salvaron.
Algunos consideraron que los objetivos del movimiento sionista se cumplieron el día que nació el Estado de Israel. Otros decidieron que el sionismo sería una fuerza de apoyo a este Estado, que se debatía entre dificultades gravísimas. Sionistas de todo el mundo aportaron dinero y fueron a Israel a plantar bosques, construir asentamientos para los inmigrantes, realizar trabajo voluntario y, sobre todo, a vivir allí. Pero no todos los judíos quisieron trasladarse a Israel. Para estos su sionismo se manifestó en el afecto y la relación cercana con la "Madre Patria". Un amor voluntario, sin obligaciones, a veces distraído y sin nombre, como un amigo con el que no se habla seguido pero se sabe que está.
El conflicto con los árabes y/o musulmanes que se extiende hasta hoy, dio un sentido adicional al sionismo. Un sector de aquellos mantiene vivo el deseo de la destrucción de Israel. El sionismo entonces continuó representando "el deseo de autodeterminación judía" aún después de haberse logrado ésta.
Como el sionismo en su sentido puro sólo tiene como objetivo la creación de un Estado judío en la Tierra de Israel y desde 1948 su continuada existencia, permite tantas variantes como intereses políticos hay: sionismo de derecha y de izquierda; socialista y capitalista; liberal y conservador; sionismo laico y -sorprendentemente, ya que no era lo que Herzl esperaba- religioso; sionismo judío y aún sionismo de los simpatizantes no judíos de Israel.
Fuera del marco sionista quedaron ideologías antinacionales de raíz marxista que rápidamente se convirtieron en sus enemigas, así como ideologías de extrema derecha que siempre temieron el poder, real o imaginado, de los judíos. Israel, si es algo, es la manifestación del éxito de la mayor obra colectiva de los judíos en los tiempos modernos. Y en ese sentido, aterra a quienes siempre han temido lo que los judíos son capaces de hacer juntos.
Si la ultraderecha racista se resiente de que Hitler "no haya terminado su trabajo" y que el nazismo haya muerto en un bunker alemán, mientras que el país de los judíos goza de buena salud, la izquierda marxista por su parte, tiene un resentimiento parecido: la Revolución en Europa fracasó, en el Tercer Mundo sólo apiló cadáveres. El sionismo en cambio fue exitoso más allá de los sueños más locos de sus partidarios. La inmigración de millones de judíos a Israel, lejos de ser una utopía inalcanzable, como le parecía a Trotsky, fue una realidad. Se entiende su histeria anti-israelí. Es simplemente producto de la envidia.
De lo dicho hasta ahora se desprende que no hay ninguna relación directa entre ser sionista y estar a favor de tal o cual política del gobierno de Israel, incluyendo el destino de los territorios en disputa donde viven palestinos. Lo único en lo que todos los sionistas coincidimos es en la necesidad de la existencia continuada de nuestro Estado. Lo cual, me parece que se entiende, se hace difícil si nos tiran cohetes todos los días.
Y así como yo digo con orgullo y conocimiento que soy judío, pero sé reconocer cuando alguien usa la palabra "judío" como insulto, así digo con orgullo que soy sionista, aun cuando mis enemigos usen esa palabra de manera torva. En los 1930s el lema antisemita en las manifestaciones en Inglaterra era "Echen a los judíos a Palestina". Hoy las manifestaciones anti-sionistas dicen "Echen a los judíos de Palestina". ¿Hay realmente tanta diferencia?
Fuente http://fabitas.blogspot.com/
Un envío de Claudio E. Gershanik
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