domingo, 15 de febrero de 2009

¿OBAMA SE PARECE A KIRCHNER Y A PERÓN?


Percepción fallida.
Para ser piadosos habría que decir que la comparación a que se hace referencia depende de una imaginación confusa que se anticipa a la realidad.


Por Nélida Rebollo de Montes

Los historiadores desconfían de las analogías históricas usadas con estrategias seductoras pero con resultados peligrosos. Un conocido dirigente peronista, Lorenzo Pepe fue entrevistado recientemente en un canal de Buenos Aires para que dijera lo que se proponía: comparó a Obama con Perón. El entrevistador se limitó a escucharlo al locuaz entrevistado.

Por otra parte, la presidenta argentina Cristina Fernández, esposa del ex presidente Néstor Kirchner también comparó a Barack Obama presidente de la primer potencia del mundo con Néstor Kirchner.

Más de uno se ha preguntado sobre las semejanzas de los protagonistas elegidos para la analogía. Evidentemente los personajes son distintos. De ahí que sea necesario comprender la historia para recién pensar en el destino humano de la época en que están anunciando el parecido de los presidentes nombrados.

Los que han aprendido a situarse en la historia se miden en la verdad para comprender las pasiones y los conflictos que agitan a los hombres y a las ideas históricas que no han tenido en cuenta los que han expresado públicamente la comparación de referencia.

Cada individuo a los ojos de los demás se caracteriza por un determinado estilo que lo hace semejante a sí mismo e incomparable a cualquier otro. De ahí que se pueda afirmar “Soy a mis propios ojos diferente de las representaciones que los otros se hacen de mí”.

La identidad de intención no suprime las oposiciones entre la personalidad de las personas y las épocas. De ahí que se imponga en la comparación una confrontación que tome conciencia de sus evidencias y las del prójimo.

El hacer semejanzas al paso y desaprensivamente, sin profundizar los dichos, no es serio. La responsabilidad de lo que dicen las personas que ocupan lugares importantes en el poder político y en la dirigencia, exige que se evite despropósitos en las apreciaciones, sobre todo si sus opiniones son públicas.

Ninguna sociología, ninguna filosofía de la historia puede permitirse esta analogía de los hombres actuantes y bien dispares. Por lo tanto, es honesto evitar que las comparaciones vulgares adheridas al interés político no intenten hacer creer que el prestigio del mejor pueda ser prenda de afinidad del que no lo es.

Para ser piadosos habría que decir que la comparación a que se hace referencia depende de una imaginación confusa que se anticipa a la realidad.

No se podría afirmar sin grave error que el parecido está en el reparto de cargos; ni en los proyectos constitucionales revolucionarios; ni en el sistema de distribución de cargos ministeriales ni en atribuirle al Estado la decisión de repartir prebendas y cargos sin tomar en consideración los méritos.

Por todo lo que sabemos y seguimos aprendiendo de lo que hace el recientemente elegido presidente de los Estados Unidos de Norteamérica Barack Obama, la semejanza es un agravio si se piensa que Obama hará lo que otros siguen haciendo, por ejemplo la incrementación del número de cargos pensando en una definida tendencia a la burocratización en la que los cargos revistan como una pensión segura.

¿Quién puede anunciar desde su rango una afinidad de presidentes en la corrupción y en la incompetencia con la que amenaza el aparato estatal, tan ajeno a la política estadounidense? Tampoco se puede asegurar ningún parecido en la pulcritud del procedimiento jurídico de quien respeta y cumple con la democracia, considerada el contenido moral de la república y constituida por la justicia y la libertad como es el proyecto proclamado por Obama. Partiendo de estos principios no puede haber semejanza con los que basan su acción en la lucha partidista; en el ataque a los partidos de la oposición; en la elección de legisladores que le hagan frente al parlamento para negociar con los partidos la unificación del grupo y dueños, además, de un partido dominante que vive acrecentando su poder y anulando el derecho del ciudadano, mientras nombra funcionarios dispuestos en situación de disponibilidad discrecional.

Es loco pensar en una afinidad entre Obama y Kirchner; entre Obama y Perón cuando los presuntos émulos miran la libertad de prensa con desprecio y sin disimular la miserable cobardía de rebajar a los periodistas impidiéndoles ejercer su misión crítica.

Si la analogía que ha expresado Cristina de Kirchner y Lorenzo Pepe es una broma cruel, pasará como tal, pero la semejanza que le atribuyen a Obama, Kirchner y Perón es descabellada, insolente y falta de juicio normal.

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