Por José-Román Flecha Andrés
Erradicar la pobreza extrema y el hambre es el primero de los objetivos de desarrollo para el tercer milenio. Hay medios de sobra para conseguir ese objetivo. No hace falta más que observar con qué tranquilidad se despilfarran bienes y alimentos a nuestro alrededor.
Sin embargo, la realidad nos acusa con su terquedad y su evidencia. Las mujeres católicas de Manos Unidas llevan ya cincuenta años recordándonos que una buena parte de la humanidad sigue padeciendo el azote del hambre. Durante dos décadas sus carteles nos anunciaban el Día del Ayuno Voluntario. Después nos fueron señalando las causas estructurales del hambre, la falta de justicia, de paz y de cultura. La mortalidad de las madres de medio mundo. Y, sobre todo, nuestra propia responsabilidad en una desigualdad escandalosa. Esa indiferencia que nos hace cómplices.
Ahora resulta que el panorama no ha mejorado. Nada menos que 923 millones de hermanos nuestros han pasado hambre a lo largo del año 2008.
El día 22 de noviembre de 2007, el Papa Benedicto XVI recibía en audiencia a los participantes en la XXXIV Conferencia de la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación. «La solución de estos problemas -“les decía- no sólo requiere una extraordinaria dedicación y una formación técnica muy cualificada, sino sobre todo un espíritu auténtico de cooperación que una a todos los hombres y mujeres de buena voluntad».
Evidentemente, hacen falta soluciones técnicas y programas de largo alcance. «El esfuerzo conjunto de la comunidad internacional para eliminar la desnutrición y promover un desarrollo auténtico requieren necesariamente estructuras claras de gestión y supervisión, y una valoración realista de los recursos necesarios para afrontar un amplio abanico de situaciones diferentes».
El Papa añadía que ese esfuerzo también «requiere la contribución de todos los miembros de la sociedad -”personas, organizaciones de voluntariado, empresas y gobiernos locales y nacionales-”, siempre con el debido respeto de los principios éticos y morales que son el patrimonio común de todos los pueblos y el fundamento de toda la vida social».
El hambre de nuestros hermanos es una acusación a nuestro egoísmo. Nuestra palabras no los libran de la desnutrición y de la muerte. Ante la invitación anual de Manos Unidas a contribuir con nuestra aportación a poner la mesa para todos nuestros hermanos recordamos las palabras finales del Papa: «Ha llegado el tiempo de garantizar, por el bien de la paz, que ningún hombre, mujer y niño tenga hambre». Combatir el hambre, ha de ser un proyecto de todos.
Fuente Cope.es
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