martes, 18 de julio de 2000

MAXIMUM ILLUD (30 DE NOVIEMBRE DE 1919)


CARTA APOSTÓLICA

MAXIMUM ILLUD

DEL SUMO PONTÍFICE

BENEDICTO XV

SOBRE LA PROPAGACIÓN DE LA FE CATÓLICA

EN EL MUNDO ENTERO


Carta apostólica a los venerables hermanos patriarcas, primados, arzobispos, obispos en paz y comunión con la Sede Apostólica

INTRODUCCIÓN

1. Evangelización del mundo, deber permanente de la Iglesia. Historia y actualidad

1. La grande y santísima misión confiada a sus discípulos por Nuestro Señor Jesucristo, al tiempo de su partida hacia el Padre, por aquellas palabras: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las naciones» (Mc 16,15), no había de limitarse ciertamente a la vida de los apóstoles, sino que se debía perpetuar en sus sucesores hasta el fin de los tiempos, mientras hubiera en la tierra hombres para salvar la verdad.

2. Pues bien: desde el momento en que los apóstoles «salieron y predicaron por todas partes» (Mc 16,20) la palabra divina, logrando que «la voz de su predicación repercutiese en todas las naciones, aun en las más apartadas de la tierra» (Sal 18,5), ya en adelante nunca jamás la Iglesia, fiel al mandato divino, ha dejado de enviar a todas partes mensajeros de la doctrina revelada por Dios y dispensadores de la salvación eterna, alcanzada por Cristo para el género humano.

3. Aun en los tres primeros siglos, cuando una en pos de otra suscitaba el infierno encarnizadas persecuciones para oprimir en su cuna a la Iglesia, y todo rebosaba sangre de cristianos, la voz de los predicadores evangélicos se difundió por todos los confines del Imperio romano.

4. Pero desde que públicamente se concedió a la Iglesia paz y libertad, fue mucho mayor en todo el orbe el avance del apostolado; obra que se debió sobre todo a hombres eminentes en santidad. Así, Gregorio el Iluminador gana para la causa cristiana a Armenia; Victoriano, a Styria; Frumencio, a Etiopía; Patricio conquista para Cristo a los irlandeses; a los ingleses, Agustín; Columbano y Paladio, a los escoceses. Más tarde hace brillar la luz del Evangelio para Holanda Clemente Villibrordo, primer obispo de Utrecht, mientras Bonifacio y Anscario atraen a la fe católica los pueblos germánicos; como Cirilo y Metodio a los eslavos.

5. Ensanchándose luego todavía más el campo de acción misionera, cuando Guillermo de Rubruquis iluminó con los esplendores de la fe la Mongolia y el B. Gregorio X envió misioneros a la China, cuyos pasos habían pronto de seguir los hijos de San Francisco de Asís, fundando una Iglesia numerosa, que pronto había de desaparecer por completo al golpe de la persecución.

6. Más aún: tras el descubrimiento de América, ejércitos de varones apostólicos, entre los cuales merece especial mención Bartolomé de las Casas, honra y prez de la Orden dominicana, se consagraron a aliviar la triste suerte de los indígenas, ora defendiéndolos de la tiranía despótica de ciertos hombres malvados, ora arrancándolos de la dura esclavitud del demonio.

7. A1 mismo tiempo, Francisco Javier, digno ciertamente de ser comparado con los mismos apóstoles, después de haber trabajado heroicamente por la gloria de Dios y salvación de las almas en las Indias Orientales y el Japón, expira a las puertas mismas del Celeste Imperio, adonde se dirigía, como para abrir con su muerte camino a la predicación del Evangelio en aquella región vastísima, donde habían de consagrarse al apostolado, llenos de anhelos misioneros y en medio de mil vicisitudes, los hijos de tantas Ordenes religiosas e Instituciones misioneras.

8. Por fin, Australia, último continente descubierto, y las regiones interiores de África, exploradas recientemente por hombres de tesón y audacia, han recibido también pregoneros de la fe. Y casi no queda ya isla tan apartada en la inmensidad del Pacífico adonde no haya llegado el celo y la actividad de nuestros misioneros.

9. Muchos de ellos, en el desempeño de su apostolado, han llegado, a ejemplo de los apóstoles, al más alto grado de perfección en el ejercicio de las virtudes; y no son pocos los que han confirmado con su sangre la fe y coronado con el martirio sus trabajos apostólicos.

10. Pues bien: quien considere tantos y tan rudos trabajos sufridos en la propagación de la fe, tantos afanes y ejemplos de invicta fortaleza, admitirá sin duda que, a pesar de ello, sean todavía innumerables los que yacen en las tinieblas y sombras de muerte, ya que, según estadísticas modernas, no baja aún de mil millones el número de los gentiles.

11. Nos, pues, llenos de compasión por la suerte lamentable de tan inmensa muchedumbre de almas, no hallando en la santidad de nuestro oficio apostólico nada más tradicional y sagrado que el comunicarles los beneficios de la divina Redención, vemos, no sin satisfacción y regocijo, brotar pujantes en todos los rincones del orbe católico los entusiasmos de los buenos para proveer y extender las Misiones extranjeras.

12. Y así, para encender y fomentar más y más esos mismos anhelos, en cumplimiento de nuestros más vivos deseos, después de haber implorado con reiteradas preces la luz y el auxilio del Señor, os mandamos, venerables hermanos, estas letras, con las que os exhortamos a vosotros y a vuestro clero y pueblo a cooperar en obra tan trascendental, indicándoos juntamente el modo como podéis favorecer a esta importantísima causa.


I. NORMAS PARA LOS OBISPOS, VICARIOS Y PREFECTOS APOSTÓLICOS

2. Sean el alma de la misión

13. Nuestras palabras dirígense ante todo a aquellos que, como obispos, vicarios y prefectos apostólicos, están al frente de las sagradas Misiones, ya que a ellos incumbe más de cerca el deber de propagar la fe; y en ellos, y más que en ningún otro, ha depositado la Iglesia la esperanza de la expansión del cristianismo.

14. No se nos oculta su ardiente celo ni las dificultades y peligros grandísimos por los que, sobre todo últimamente, han atravesado en su empeño no sólo de conservar sus puestos y residencias, sino aun de extender todavía más el Reino de Dios. Con todo, persuadidos de su mucha piedad filial y adhesión a esta Sede Apostólica, queremos descubrirles nuestro corazón con la confianza de un padre a sus hijos.

15. Tengan, pues, ante todo, muy presente que cada uno debe ser el alma, como se dice, de su respectiva Misión. Por lo cual, edifiquen a los sacerdotes y demás colaboradores de su ministerio con palabras, obras y consejos, e infúndanles bríos y alientos para tender siempre a lo mejor. Pues conviene que cuantos en la viña del Señor trabajan de un modo o de otro sientan por propia experiencia y palpen claramente que el superior de la Misión es padre vigilante y solícito, lleno de caridad, que abraza todo y a todos con el mayor afecto; que sabe alegrarse en sus prosperidades, condolerse de sus desgracias, infundir vida y aliento a sus proyectos y loables empresas, prestándoles su concurso, e interesarse por todo lo de sus súbditos como por sus propias cosas.

3. Cuidado paternal de los misioneros

16. Como el diverso resultado de cada Misión depende de la manera de gobernarla, de ahí el peligro de poner al frente de ellas hombres ineptos o menos idóneos.

17. En efecto, el misionero novel que, inflamado por el celo de la propagación del hombre cristiano, abandona patria y parientes queridos, tiene que pasar de ordinario por largos y con mucha frecuencia peligrosos caminos; y su ánimo se halla siempre dispuesto a sufrir mil penalidades en el ministerio de ganar para Jesucristo el mayor número posible de almas.

18. Claro es que si este tal se encuentra con un superior diligente cuya prudencia y caridad le pueda ayudar en todas las cosas, sin duda que su labor habrá de resultar fructuosísima; pero, en caso contrario, muy de temer es que, fastidiado poco a poco del trabajo y de las dificultades, al fin, sin ánimo para nada, se entregue a la postración y abandono.

4. Impulsar la vitalidad de la misión

19. Además, el superior de la Misión debe cuidar primeramente de promover e impulsar la vitalidad de la misma, hasta que ésta haya alcanzado su pleno desarrollo. Porque todo cuanto entra dentro de los límites que ciñen el territorio a él confiado, en toda su extensión y amplitud, debe ser objeto de sus desvelos, y así deber suyo es también mirar por la salvación eterna de cuantos habitan en aquellas regiones.

20. Por lo cual, aunque logre reducir a la fe algunos millares de entre tan numerosa gentilidad, no por eso podrá descansar. Procure, sí, defender y confortar a aquellos que engendró ya para Jesucristo, no consintiendo que ninguno de ellos sucumba ni perezca.

21. Por esto es poco, y crea no haber cumplido su deber si no se esfuerza con todo cuidado, y sin darse tregua ni reposo, por hacer participantes de la verdad y vida cristiana a los que, en número sin comparación mayor, le quedan todavía por convertir.

22. Para que la predicación del Evangelio pueda más pronta y felizmente llegar a oídos de cada una de esas almas, aprovechará sobremanera fundar nuevos puestos y residencias, para que, en cuanto la oportunidad lo permita, pueda la Misión más tarde subdividirse en otros centros misioneros, gérmenes asimismo de otros tantos futuros Vicariatos y Prefecturas.

5. Buscar nuevos colaboradores

23. A1 llegar aquí hemos de tributar el debido elogio a aquellos Vicariatos Apostólicos que, conforme a esta norma que establecemos, han ido siempre preparando nuevos crecimientos para el Reino de Dios; y que, si para este fin vieron no les bastaba la ayuda de sus hermanos en religión, no dudaron en acudir siempre gustosos en demanda de auxilio a otras Congregaciones y familias religiosas.

24. Por el contrario, ¡qué digno de reprensión sería quien tuviese de tal manera como posesión propia y exclusiva la parte de la viña del Señor a él señalada, que obstaculizara el que otros pusieran mano en ella!

25. ¡Y cuán severo habría de pasar sobre él el juicio divino, sobre todo si, como recordamos haber sucedido no pocas veces, teniendo él tan sólo unos pocos cristianos, y éstos esparcidos entre muchedumbres de paganos, y no bastándole sus propios colaboradores para instruir a todos, se negara, no digo a pedir, pero ni aun a admitir para la conversión de aquellos gentiles la ayuda de otros misioneros!

26. Por eso, el superior de una Misión católica que no abriga en su corazón más ideal que la gloria de Dios y la salvación de las almas, en presencia de la necesidad, acude a todas partes en busca de colaboradores para el santísimo ministerio; ni se le da nada que éstos sean de su Orden y nación o de Orden y nación distintas, «con tal que de cualquier modo Cristo sea anunciado» (Flp 1,18)).

27. No sólo busca toda clase de colaboradores, sino que se da traza para hacerse también con colaboradoras o hermanas religiosas para escuelas, orfanatos, hospitales, hospicios y demás instituciones de caridad, en las que sabe que la providencia de Dios ha puesto increíble eficacia para dilatar los dominios de la fe.

6. Colaboración pastoral de conjunto

28. Para este mismo efecto, el superior de Misión no se ha de encerrar de tal modo dentro de su territorio, que tenga por cosa ajena todo lo que no entra dentro de su círculo de acción; sino que, en virtud de la fuerza expansiva del amor de Cristo, cuya gloria debe interesarle como propia en todas partes, debe procurar mantener trato y amistosas relaciones con sus colegas vecinos, toda vez que, dentro de una misma región, hay otros muchos asuntos comunes que naturalmente no pueden solucionarse sino de común acuerdo.

29. Por otro lado, sería de grandísimo provecho para la religión que los superiores de Misión, en el mayor número posible y en determinados tiempos, tuviesen sus reuniones donde poder aconsejarse y animarse mutuamente.

7. Cuidado y formación del clero nativo

30. Por último, es de lo más principal e imprescindible, para quienes tienen a su cargo el gobierno de las Misiones, el educar y formar para los sagrados ministerios a los naturales mismos de la región que cultivan; en ello se basa principalmente la esperanza de las Iglesias jóvenes.

31. Porque es indecible lo que vale, para infiltrar la fe en las almas de los naturales, el contacto de un sacerdote indígena del mismo origen, carácter, sentimientos y aficiones que ellos, ya que nadie puede saber como él insinuarse en sus almas. Y así, a veces sucede que se abre a un sacerdote indígena sin dificultad la puerta de una Misión cerrada a cualquier otro sacerdote extranjero.

32. Mas, para que el clero indígena rinda el fruto apetecido, es absolutamente indispensable que esté dotado de una sólida formación. Para ello no basta en manera alguna un tinte de formación incipiente y elemental, esencialmente indispensable para poder recibir el sacerdocio.

33. Su formación debe ser plena, completa y acabada bajo todos sus aspectos, tal como suele darse hoy a los sacerdotes en los pueblos cultos.

34. No es el fin de la formación del clero indígena poder ayudar únicamente a los misioneros extranjeros, desempeñando los oficios de menor importancia, sino que su objeto es formarles de suerte que puedan el día de mañana tomar dignamente sobre sí el gobierno de su pueblo y ejercitar en él el divino ministerio.

35. Siendo la Iglesia de Dios católica y propia de todos los pueblos y naciones, es justo que haya en ella sacerdotes de todos los pueblos, a quienes puedan seguir sus respectivos naturales como a maestros de la ley divina y guías en el camino de la salud.

36. En efecto, allí donde el clero indígena es suficiente y se halla tan bien formado que no desmerece en nada de su vocación, puede decirse que la obra del misionero está felizmente acabada y la Iglesia perfectamente establecida. Y si, más tarde, la tormenta de la persecución amenaza destruirla, no habrá que temer que, con tal base y tales raíces, zozobre a los embates del enemigo.

37. Siempre ha insistido la Sede Apostólica en que los superiores de Misiones den la importancia debida y se apliquen con frecuencia a este deber tan principal de su cargo. Prueba de esta solicitud son los colegios que ahora, como en tiempos antiguos, se han levantado en esta ciudad para formar clérigos de naciones extranjeras, especialmente de rito oriental.

38. Por eso es más de sentir que, después de tanta insistencia por parte de los Pontífices, haya todavía regiones donde, habiéndose introducido hace muchos siglos la fe católica, no se vea todavía clero indígena bien formado y que haya algunos pueblos, favorecidos tiempo ha con la luz y benéfica influencia del Evangelio, y que, habiendo dejado ya su retraso y subido a tal grado de cultura que cuentan con hombres eminentes en todo género de artes civiles, sin embargo, en cuestión de clero, no hayan sido capaces de producir ni obispos que los rijan ni sacerdotes que se impongan por su saber a sus conciudadanos. Ello es señal evidente de ser manco y deficiente el sistema empleado hasta el día de hoy en algunas partes en orden a la formación del clero indígena.

39. Con el fin de obviar este inconveniente, mandamos a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide que apliquen las medidas que las diversas regiones reclamen, y que tome a su cuenta la fundación o, si ya están fundados, la debida dirección de seminarios que puedan servir para varias diócesis en cada región, con miras especiales a que en los Vicariatos y demás lugares de Misiones adquiera el clero nuevo y conveniente desarrollo.


II. EXHORTACIÓN A LOS MISIONEROS

8. Tarea sublime


40. Es ya hora, amadísimos hijos, de hablaros a vosotros, cuantos trabajáis en la viña del Señor, a cuyo celo, juntamente con la propagación de la verdad cristiana, está encomendada la salvación de innumerables almas.

41. Sea lo primero, y como base de todo, que procuréis formaros cabal concepto de la sublimidad de vuestra misión, la cual debe absorber todas vuestras energías.

42. Misión verdaderamente divina, cuya esfera de acción se remonta muy por encima de todas las mezquindades de los intereses humanos, ya que vuestro fin es llevar la luz a los pueblos sumidos en sombras de muerte y abrir la senda de la vida a quienes de otra suerte se despeñarían en la ruina.

9. Evitar nacionalismos

43. Convencidos en el alma de que a cada uno de vosotros se dirigía el Señor cuando dijo: «Olvida tu pueblo y la casa de tu padre»(Sal 44,11), recordad que no es vuestra vocación para dilatar fronteras de imperios humanos, sino las de Cristo; ni para agregar ciudadanos a ninguna patria de aquí abajo, sino a la patria de arriba.

44. Sería ciertamente de lamentar que hubiera misioneros tan olvidados de la dignidad de su ministerio que, con el ideal y el corazón puestos más en patrias terrenas que en la celestial, dirigiesen sus esfuerzos con preferencia a la dilatación y exaltación de su patria.

45. Sería ésa la más infecciosa peste para la vida de un apóstol, que, además de relajar en el misionero del Evangelio los nervios mismos de la caridad, pondría en peligro ante los ojos de los evangelizados su propia reputación, ya que los hombres, por incultos y degradados que sean, entienden muy bien lo que significa y lo que pretende de ellos el misionero, y disciernen con sagacísimo olfato si busca otra cosa que su propio bien espiritual.

46. Suponed, pues, que, en efecto, entren en la conducta del misionero elementos humanos, y que, en lugar de verse en él sólo al apóstol, se trasluzca también al agente de intereses patrios. Inmediatamente su trabajo se haría sospechoso a la gente, que fácilmente podría ser arrastrada al convencimiento de ser la religión cristiana propia de una determinada nación y, por lo mismo, de que el abrazarla sería renunciar a sus derechos nacionales para someterse a tutelas extranjeras.

47. Ved por qué han producido en Nos honda amargura ciertos rumores y comentarios que, en cuestión de Misiones, van esparciéndose de unos años a esta parte, por los que se ve que algunos relegan a segundo término, posponiéndola a miras patrióticas, la dilatación de la Iglesia; y nos causa maravilla cómo no reparan en lo mucho que su conducta predispone las voluntades de los infieles contra la religión.

48. No obrará así quien se precie de ser lo que su nombre de misionero católico significa, pues este tal, teniendo siempre ante los ojos que su misión es embajada de Jesucristo y no legación patriótica, se conducirá de modo que cualquiera que examine su proceder, al punto reconozca en él al ministro de una religión que, sin exclusivismos de fronteras, abraza a todos los hombres que adoran a Dios en verdad y en espíritu, «donde no hay distinción de gentil y judío, de circuncisión e incircuncisión, de bárbaro y escita, de siervo y libre, porque Cristo lo es todo en todos» (Col 3,11).

10. Vivir pobremente

49. El segundo escollo que debe evitarse con sumo cuidado es el de tener otras miras que no sean las del provecho espiritual. La evidencia de este mal nos ahorra el detenernos mucho en aclararlo.

50. En efecto, a quien está poseído de la codicia le será imposible que procure, como es su deber, mirar únicamente por la gloria divina; imposible que en la obra de la glorificación de Dios y salud de las almas se halle dispuesto a perder sus bienes y aun la misma vida, cuando así lo reclame la caridad.

51. Júntese a esto el desprestigio consiguiente de la autoridad del misionero ante los infieles, sobre todo si, como no sería extraño en materia tan resbaladiza, el afán de proveerse de lo necesario degenerase en el vicio de la avaricia, pasión abyecta a los ojos de los hombres y muy ajena del Reino de Dios.

52. El buen misionero debe, pues, con todo empeño seguir también en este punto las huellas del Apóstol de las Gentes, quien, si no duda en escribir a Timoteo: «Estamos contentos, con tal de tener lo suficiente para nuestro sustento y vestido»(1Tim 6,8), en la práctica avanzó todavía tanto en su afán de aparecer desinteresado que, aun en medio de los gravísimos cuidados de su apostolado, quiso ganarse el mantenimiento con el trabajo de sus propias manos.

11. Preparación intelectual y técnica

53. Tampoco debe descuidarse la diligente preparación que exige la vida del misionero, por más que pueda parecer a alguno que no hay por qué atesorar tanto caudal de ciencia para evangelizar pueblos desprovistos aun de la más elemental cultura.

54. No puede dudarse, es verdad, que, en orden a salvar almas, prevalecen los medios sobrenaturales de la virtud sobre los de la ciencia; pero también es cierto que quien no esté provisto de un buen caudal de doctrina se encontrará muchas veces deficiente para desempeñar con fruto su ministerio.

55. Cuántas veces, sin poder recurrir a los libros ni a los sabios, de quienes poder aconsejarse, se verá en la precisión de contestar a muchas dificultades en materia de religión y a consultas muy difíciles.

56. Está claro que, en estos casos, la reputación social del misionero depende de mostrarse docto e instruido, y más si se trata de pueblos que se glorían de progreso y cultura; sería muy poco decoroso quedar entonces los maestros de la verdad a la zaga de los ministros del error.

57. Conviene, pues, que los aspirantes al sacerdocio que se sientan con vocación misionera, mientras se forman para ser útiles en estas expediciones apostólicas, se hagan con todo el acopio de conocimientos sagrados y profanos que las distintas situaciones del misionero reclamen.

58. Esto queremos, como es justo, se cumpla en las clases del Pontificio Colegio Urbano, instituido para propagar el cristianismo; en el que mandamos, además, que en adelante se abran clases en las que se enseñe cuanto se refiere a la ciencia de las Misiones (Misionología).

12. Estudio de las lenguas indígenas

59. Y ante todo, sea el primer estudio, como es natural, el de la lengua que hablan sus futuros misionados. No debe bastar un conocimiento elemental de ella, sino que se debe llegar a dominarla y manejarla con destreza; porque el misionero ha de consagrarse a los doctos lo mismo que a los ignorantes, y no desconoce cuán fácilmente, quien maneja bien el idioma, puede captar los ánimos de los naturales.

60. Misionero que se precie de diligente en el cumplimiento de su deber no deja completamente en manos de catequistas la explicación de la doctrina, que considera como una de sus principales ocupaciones, toda vez que para eso, para predicar el Evangelio, ha sido enviado por Dios a las Misiones.

61. Además, han de ocurrirle casos por su ministerio de apóstol y de intérprete de religión tan santa, en los que, por invitación o por cortesía, se verá obligado a tener que tratar con los hombres de autoridad y letras de la Misión, y entonces, ¿de qué manera conservará su dignidad si, por ignorancia de la lengua, se ve incapaz de expresar sus sentimientos?

62. Tal ha sido uno de los fines que recientemente hemos tenido a la vista cuando, para mirar por la propagación e incremento del nombre cristiano entre los orientales, fundamos en Roma una casa de estudios con el intento de que quienes habían de ejercitar el apostolado en aquellas tierras saliesen de ella provistos de la ciencia, conocimiento de la lengua y costumbres y demás requisitos que deben adornar a un buen misionero del Oriente.

63. Esta fundación nos parece de mucha trascendencia, y así aprovechamos esta oportunidad para exhortar a los superiores de los Institutos religiosos, a los que están confiadas estas Misiones, que procuren cultivar y perfeccionar en estos conocimientos a sus alumnos destinados a las Misiones orientales.

13. Santidad de vida

64. Pero quienes deseen hacerse aptos para el apostolado tienen que concentrar necesariamente sus energías en lo que antes hemos indicado, y que es de suma importancia y trascendencia, a saber: la santidad de la vida. Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar, como ha de huir del pecado quien a los demás exhorta que lo detesten.

65. De una manera especial tiene esto explicación tratándose de quien ha de vivir entre gentiles, que se guían más por lo que ven que por la razón, y para quienes el ejemplo de la vida, en punto a convertirles a la fe, es más elocuente que las palabras.

66. Supóngase un misionero que, a las más bellas prendas de inteligencia y carácter, haya unido una formación tan vasta como culta y un trato de gentes exquisito; si a tales dotes personales no acompaña una vida irreprochable, poca o ninguna eficacia tendrá para la conversión de los pueblos, y aun puede ser un obstáculo para sí y para los demás.

67. El misionero deber ser dechado de todos por su humildad, obediencia, pureza de costumbres, señalándose sobre todo por su piedad y por su espíritu de unión y continuo trato con Dios, de quien ha de procurar a menudo recabar el éxito de sus negocios espirituales, convencido de que la medida de la gracia y ayuda divina en sus empresas corresponderá al grado de su unión con Dios.

68. Para él es aquel consejo de San Pablo: «Revestíos como escogidos que sois de Dios, santos y amados; revestíos de entrañas de compasión, de benignidad, de modestia, de paciencia»(Col 3,12). Con el auxilio de estas virtudes caerán todos los estorbos y quedará llana y patente a la Verdad la entrada en los corazones de los hombres; porque no hay ninguna voluntad tan contumaz que pueda resistirles fácilmente.

14. Caridad y mansedumbre

69. El misionero que, lleno de caridad, a ejemplo de Jesucristo, trata de acrecentar el número de los hijos de Dios, aun con los paganos más perdidos, ya que también éstos se rescataron con el precio de la misma sangre divina, ha de evitar lo mismo el irritarse ante su agresividad como el dejarse impresionar por la degradación de sus costumbres; sin despreciarlos ni cansarse de ellos, sin tratarlos con dureza ni aspereza, antes bien ingeniándose con cuantos medios la mansedumbre cristiana pone a su alcance, para irlos atrayendo suavemente hacia el regazo de Jesús, su Buen Pastor.

70. Medite a este propósito aquello de la Sagrada Escritura: «¡Oh cuán benigno y suave es, Señor, tu espíritu en todas las cosas! De aquí es que los que andan perdidos, tú les castigas poco a poco; y les amonestas y les hablas de las faltas que cometen para que, dejada la malicia, crean en ti, oh Señor... Pero como tú eres el soberano Señor de todo, juzgas sin pasión y nos gobiernas con moderación suma» (Sab 12,1-2; 12,18).

71. Porque ¿qué dificultad, molestia o peligro puede haber capaz de detener en el camino comenzado al embajador de Jesucristo? Ninguno, ciertamente; ya que, agradecidísimo para con Dios por haberse dignado escogerle para tan sublime empresa, sabrá soportar y aun abrazar con heroica magnanimidad todas las contrariedades, asperezas, sufrimientos, fatigas, calumnias, indigencias, hambres y hasta la misma muerte, con tal de arrancar una sola alma de las fauces del infierno.

15. Confianza en Dios

72. Con esta disposición y estos alientos siga el misionero tras las huellas de Cristo y de sus apóstoles, henchida, sí, el alma de esperanza, pero convencido también de que su confianza ha de estribar solamente en Dios.

73. La propagación de la sabiduría cristiana, lo repetimos, es toda ella obra exclusiva de Dios; pues a sólo Dios pertenece el penetrar en el corazón para derramar allí sobre la inteligencia la luz de la ilustración divina y para enardecer la voluntad con los estímulos de las virtudes, a la vez que prestar al hombre las fuerzas sobrenaturales con las que pueda corresponder y efectuar lo que por la luz divina comprendió ser bueno y verdadero.

74. De donde se deduce que si el Señor no auxilia con su gracia a su misionero, quedará éste condenado a la esterilidad. Sin embargo, no ha de dejar de trabajar con ahínco en lo comenzado, confiado en que la divina gracia estará siempre a merced de quien acuda a la oración.

16. Exhortación especial a las misioneras

75. A1 llegar a este punto, no debemos pasar en silencio a las mujeres que, ya desde la cuna misma del cristianismo, aparecen prestando grandísima ayuda y apoyo a los misioneros en su labor apostólica.

76. Sean nuestras mayores alabanzas en loor de esas vírgenes consagradas al Señor que, en tanto número, sirven a las Misiones, dedicadas a la educación de la niñez y al servicio de innumerables instituciones de caridad.

77. Quisiéramos que esta nuestra recomendación de su benemeritísima labor sirviese para infundirles nuevos ánimos en obra de tanta gloria de la Iglesia. Y persuádanse todas de que el fruto de su ministerio corresponderá a la medida del grado de su entrega a la perfección.


III. COLABORACIÓN DE TODOS LOS FIELES

17. Urgidos por la caridad


78. Tiempo es ya de dirigir nuestra palabra a todos aquellos que, por especial gracia del Señor misericordioso, gozan de la verdadera fe y participan de los innumerables beneficios que de ella dimanan.

79. En primer lugar conviene que fijen su atención en aquella santa ley, por la que están obligados a ayudar a las sagradas Misiones entre los no cristianos. Porque «mandó (Dios) a cada uno de ellos el amor de su prójimo»(Eclo 17,12); mandamiento que urge con tanta mayor gravedad cuanta mayor es la necesidad que pesa sobre el prójimo.

80. ¿Y qué clase de hombres más acreedores a nuestra ayuda fraternal que los infieles, quienes, desconocedores de Dios y presa de la ceguera y de las pasiones desordenadas, yacen en la más abyecta servidumbre del demonio?

81. Por eso, cuantos contribuyeren, en la medida de sus posibilidades, a llevarles la luz de la fe, principalmente ayudando a la obra de los misioneros, habrán cumplido su deber en cuestión tan importante y habrán agradecido a Dios de la manera más delicada el beneficio de la fe.

18. La oración

82. A tres se reducen los géneros de ayuda a las Misiones, que los mismos misioneros no cesan de encarecérnoslos. Es el primero, fácilmente asequible a todos, el de la oración para pedir el favor de Dios. Porque, según hemos repetido ya varias veces, vana y estéril ha de ser la labor del misionero si no la fecunda la gracia de Dios. Así lo atestigua San Pablo: «Yo planté, Apolo regó; pero Dios es quien ha dado el crecimiento»(1Cor 3,6).

83. Sabido es que el único camino para lograr esta gracia es la humilde perseverancia de la oración, porque «cualquier cosa, dice el Señor, que pidieren, se la dará mi Padre»(Mt 18,19). Ahora bien, si en materia alguna, en ésta sin duda más que en otras, es imposible se frustre el efecto de la oración, ya que no hay petición ni más excelente ni más del agrado del Señor.

84. Así, pues, como Moisés, cuando luchaban los israelitas contra Hamalec, levantaba sus brazos suplicantes al cielo en la cumbre de la montaña, del mismo modo, mientras los misioneros del Evangelio se fatigan en el cultivo de la viña del Señor, todos los fieles cristianos deben ayudarles con sus oraciones.

85. Como, para este efecto, hállase ya establecida la asociación llamada «Apostolado de la Oración», queremos recomendarla aquí encarecidamente a todos los buenos cristianos, deseando que ninguno deje de pertenecer a ella, para que así, si no de obra, al menos por el celo participen de sus apostólicos trabajos.

19. Las vocaciones misioneras

86. En segundo lugar, urge la necesidad de cubrir los huecos que abre la extremada falta de misioneros, que, si siempre grande, ahora, por motivo de la guerra, preséntase en proporciones alarmantes, de manera que muchas parcelas de la viña del Señor han tenido que quedar abandonadas.

87. Punto es éste, venerables hermanos, que nos obliga a recurrir a vuestra próvida diligencia; y sabed que será la más exquisita prueba de afecto que daréis a la Iglesia si os esmeráis en fomentar la semilla de la vocación misionera, que tal vez empiece a germinar en los corazones de vuestros sacerdotes y seminaristas.

88. No os dejéis engañar de ciertas apariencias de bien, ni de meros motivos humanos, so pretexto de que los sujetos que consagréis a las Misiones serán una pérdida para vuestras diócesis, ya que, por cada uno que permitáis salga fuera de ella, el Señor os suscitará dentro muchos y mejores sacerdotes.

89. A los superiores de las Ordenes e Institutos religiosos que tienen a su cargo Misiones extranjeras les pedimos y suplicamos no dediquen a tan difícil empresa sino sujetos escogidísimos, que sobresalgan por su intachable conducta, devoción acendrada y celo de las almas.

90. Después, a los misioneros que vean son más diestros en amañarse para arrancar a los pueblos de sus falsas supersticiones, una vez que éstos vayan consolidando sus misiones, como a soldados avezados de Cristo, trasládenlos a nuevas regiones, encargando gustosos lo ya evangelizado al cuidado de otros que miren por completar lo adquirido.

91. De esta manera, al mismo tiempo que trabajan en el cultivo de una mies copiosísima, harán descender sobre sus familias religiosas las bendiciones de la divina Bondad.

20. La limosna

92. E1 tercer recurso, y no escaso, que reclama la actual situación de las Misiones es el de la limosna, ya que, por efecto de la guerra, se han acumulado sobre ellas necesidades sin cuento.

93. ¡Cuántas escuelas, hospitales, dispensarios y muchas otras instituciones gratuitas de caridad deshechas o desaparecidas por completo! Aquí, pues, hacemos un llamamiento a todos los corazones buenos para que se muestren generosos en la medida de sus recursos.

94. Porque «quien tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en la necesidad, cierra las entrañas para no compadecerse de él, ¿cómo es posible que resida en él la caridad de Dios?»(1Jn 3,17).

95. Así habla el apóstol San Juan cuando se trata del alivio de necesidades temporales. Pero ¿con cuánta mayor exactitud se debe observar la ley de la caridad en esta causa, donde no se trata solamente de socorrer la necesidad, indigencia y demás miserias de una muchedumbre infinita, sino también, y en primer lugar, de arrancar tan gran número de almas de la soberbia dominación de Satanás para trasladarlas a la libertad de los hijos de Dios?

21. Prioridad de las Obras Misionales Pontificias

96. Por lo cual, queremos recomendar a la generosidad de los católicos favorezcan preferentemente las obras instituidas para ayudar a las sagradas Misiones.

97. Sea la primera de éstas la llamada «Obra de la Propagación de la Fe», muchas veces elogiada ya por nuestros predecesores, y a la que quisiéramos que la Congregación de Propaganda la hiciera con sumo empeño rendir en adelante todo el ubérrimo fruto que de ella puede esperarse. Porque muy provista ha de estar la fuente principal, de donde no sólo las actuales Misiones, sino aun las que todavía estén por establecerse han de surtirse y proveerse.

98. Confiamos, sí, que no consentirá el orbe católico que, mientras los predicadores del error abundan en dinero para sus propagandas, los misioneros de la verdad tengan que luchar con la falta de todo.

99. La segunda obra, que también recomendamos intensamente a todos, es la de la Santa Infancia, obra cuyo fin es proporcionar el bautismo a los niños moribundos hijos de paganos.

100. Hácese esta obra tanto más simpática cuanto que también nuestros niños tienen en ella su participación; con lo cual, a la vez que aprenden a estimar el valor del beneficio de la fe, se acostumbran a la práctica de cooperar a su difusión.

101. No queremos tampoco dejar de mencionar aquí la «Obra de San Pedro», instituida con el fin de coadyuvar a la educación y formación del clero nativo en las Misiones.

102. Además, deseamos que se cumpla también lo prescrito por nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, a saber: que en el día de la Epifanía del Señor se haga en todas las Iglesias del mundo la colecta «para redimir esclavos en África» y que se remita íntegramente el dinero recaudado a la Sagrada Congregación de Propaganda (20 de noviembre de 1890. Cf. Collectanea n. 1943).

22. La Unión Misional del Clero


103. Pero, para que estos nuestros deseos lleguen a verificarse con la más segura garantía y éxito halagador, debéis de un modo especial, venerables hermanos, organizar vuestro clero en punto de Misiones.

104. En efecto: el pueblo fiel siente propensión innata a socorrer con largueza las empresas apostólicas; y así, ha de ser obra de vuestra diligencia saber encauzar en bien y prosperidad de las Misiones ese espíritu de liberalidad.

105. Para el logro de esto, sería nuestro deseo se implantase en todas las diócesis del mundo la «Unión Misional del Clero», sujeta en todo a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, a la que por nuestra parte hemos otorgado cuantas atribuciones necesita su perfecto funcionamiento.

106. Apenas nacida en Italia, se ha extendido ya por otras varias regiones, y, objeto juntamente de nuestra complacencia, florece al amparo de no pocos favores pontificios.

107. Y con razón: porque su carácter cuadra perfectamente con el influjo que debe ejercer el sacerdote, ya para despertar entre los fieles el interés por la conversión de los gentiles, ya para hacerles contribuir a las obras misionales, que llevan nuestra aprobación.


CONCLUSIÓN

108. He aquí, venerables hermanos, lo que he creído deber escribiros sobre la difusión del catolicismo por toda la tierra.

109. Ahora bien: si cada uno cumpliese con su obligación como es debido, lejos de la patria los misioneros y en ella los demás fieles cristianos, abrigamos la confianza de que presto tornarían las Misiones a reverdecer llenas de vida, repuestas ya de las profundas y peligrosas heridas que les han ocasionado la guerra.

110. Y cual si repercutiese aún en nuestros oídos aquella palabra del Señor: «¡Guía mar adentro!» (Lc 5,4)), dicha a San Pedro, a los ardorosos impulsos de nuestro corazón de padre, sólo ansiamos conducir a la humanidad entera a los brazos de Jesucristo.

111. Porque la Iglesia siempre ha de llevar entrañado en su ser el espíritu de Dios, rebosante de vida y fecundidad; ni es posible que el celo de tantos varones, que han fecundado y aún fecundan con sus sudores de apóstol las tierras por conquistar, carezca de su fruto natural.

112. Tras ellos, inducidos sin duda por su ejemplo, surgirán después nuevos escuadrones que, merced a la caritativa munificencia de los buenos, engendrarán para Cristo una numerosa y gozosa multitud de almas.

113. Secunde los anhelos de todos la excelsa Madre de Dios y Reina de los Apóstoles, e impetre la difusión del Espíritu Santo sobre los pregoneros de la fe.

114. Como augurio de tanta gracia y en prenda de nuestro amor, os otorgamos a vosotros, venerables hermanos, y a vuestro clero y pueblo, amantísimamente, la apostólica bendición.

Dado en Roma, en San Pedro, el 30 de noviembre de 1919, sexto año de nuestro pontificado.



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