martes, 21 de marzo de 2000

ENCÍCLICA QUANTO CONFICIAMUR (10 DE AGOSTO DE 1863)


ENCÍCLICA 

QUANTO CONFICIAMUR MOERORE

PAPA PÍO IX 


Sobre la promoción de falsas doctrinas



A Nuestros Queridos Hijos, Cardenales, Arzobispos y Obispos de Italia.

Nuestros amados hijos y venerables hermanos, saludos y bendiciones apostólicas.

Todos fácilmente comprenderéis, Amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, cómo nos agobia la tristeza a causa de la encarnizada y sacrílega guerra que, en casi todas partes del mundo, se ha desatado contra la Iglesia en estos azarosos tiempos, y ante todo en la infeliz Italia, donde ella desde hace muchos años fue declarada por el gobierno piamontés y estimulada de día en día; pero en medio de Nuestras gravísimas angustias, volviendo la vista a vosotros, Nos llenamos de sumo gozo y consuelo, pues vosotros, a pesar de haber sufrido contumelias, con toda clase de injusticias y de violencias, arrancados de vuestra grey, enviados al destierro, y hasta encerrados en la cárcel, sin embargo, revestidos con la fuerza de lo alto, nunca habéis dejado, ya de palabra, ya por escrito, de defender denodadamente la causa, los derechos y la doctrina de Dios, de su Iglesia y de esta Sede Apostólica, y de proveer a la salud de vuestro rebaño. Por esto, de todo corazón os congratulamos por vuestra alegría de haber sufrido contumelias por el nombre de Jesús y os tributamos las merecidas alabanzas, sirviéndonos de las palabras de Nuestro predecesores San León cuando dijo: Aunque me compadezca con todo mi corazón de los sufrimientos que habéis soportado por la defensa de la fe católica y de lo que vosotros habéis padecido; sin embargo, comprendo que hay más motivo para alegrarse que para entristecerse, al ver que, fortificados por Nuestro Señor Jesucristo, habéis permanecido invencibles en la doctrina evangélica y apostólica... Y mientras los enemigos de la fe cristiana os arrojaban de vuestras sedes, preferisteis sufrir las amargura del exilio a mancillaros con cualquier categoría de impiedad.

¡Ojalá pudiéramos anunciaros el fin de tantas calamidades para la Iglesia! Mas la corrupción de las costumbres que nunca puede deplorarse suficientemente, va en aumento por todas partes estimulada por los escritos antirreligiosos, vergonzosos y obscenos, por espectáculos teatrales, el establecimiento casi por doquiera de casas de prostitución y se promueve también con otras malas artes; los más monstruosos errores se difunden por doquiera; crece el nefando aluvión de todos los vicios y crímenes; el mortífero veneno de la incredulidad y del indiferentismo se propaga intensamente; displicentemente se desprecia la potestad eclesiástica, las cosas sagradas y las leyes; injusta y violentamente se despoja a la Iglesia de sus bienes; feroz e ininterrumpidamente se persigue a los ministros sagrados, a los religiosos y a las vírgenes consagradas a Dios; se odia con odio perfectamente diabólico a Cristo, a la Iglesia, su doctrina, a esta Sede Apostólica. Un sin número de otros actos que los encarnizados enemigos de la Religión, que cada día nos vemos precisados a lamentar parece prolongar y diferir el tiempo tan deseado en que Nos será dado asistir al completo triunfo de Nuestra santísima Religión, de la verdad y de la justicia.

Este triunfo vendrá aunque Nos no conozcamos el tiempo que el omnipotente Dios le tiene señalado, quien con su admirable y divina Providencia todo lo rige y gobierna, encaminándolo a Nuestra utilidad. Pero, aunque el Padre celestial permita que su santa Iglesia, que milita en esta misérrima y mortal peregrinación sea atormentada y con muchas penalidades e infortunios afligida, sin embargo, estando fundada por Nuestro Señor Jesucristo sobre firmísima e inconmovible roca, no sólo ningún poder ni ningún embate puede jamás derribarla ni echarla por tierra, sino que lejos de disminuir con las persecuciones, aumenta y el campo del Señor se viste de una mies tanto más abundante cuanto que los granos, que caen uno a uno, nacen multiplicados.

Vemos que esto sucede también, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, por un singular beneficio de Dios en estos luctuosísimos tiempos, pues, aunque la inmaculada Esposa de Cristo se vea al presente en gran manera afligida por obra de los impíos, sin embargo triunfará de sus enemigos. Triunfa de ellos y resplandece maravillosamente, ya por la fidelidad, amor y respeto que todos vosotros y todos nuestros demás Venerables Hermanos, los prelados de todo el mundo católico manifestáis a Nos y a esta Cátedra de Pedro, por vuestra admirable constancia en defender la unidad católica: ya por medio de tantas obras piadosas de Religión y caridad cristiana, que con la gracia de Dios se multiplican más cada día en el orbe católico: ya por medio de la luz de la sagrada fe, con la cual se iluminan siempre más los países: ya por el egregio amor y solicitud de los católicos hacia la Iglesia, hacia Nos y esta Santa Sede; ya por la inmortal e insigne gloria del martirio. Pues sabéis cómo en las regiones de Tonkín principalmente y Cochinchina, los Obispos, sacerdotes, los laicos, y hasta las débiles mujeres y tiernas jovencitas y jovencitos, emulando los antiguos ejemplos de los mártires, con ánimo invicto y heroico valor desprecian los tormentos más crueles, y llenos de regocijo se glorían sobre manera de poder dar la vida por Cristo. Todo lo cual debe servir, en verdad para Nos y para vosotros de gran consuelo en medio de las mayores amarguras que nos agobian.

Más el cargo de Nuestro Ministerio Apostólico exige perentoriamente que con todo cuidado defendamos la causa de la Iglesia que Nuestro Señor Jesucristo nos ha encomendado y que recobremos a todos aquellos que no vacilan en combatir y conculcar a la misma Iglesia y sus sagrados derechos, a sus ministros y a esta Sede Apostólica, por estas Letras confirmamos, declaramos y condenamos nuevamente todas y cada una de aquellas cosas que en muchas de nuestras Alocuciones consistoriales y en otras Letras Nuestras, con mucha pena de Nuestra alma, nos hemos visto obligados a lamentar, señalar y condenar.

Y aquí, queridos Hijos nuestros y Venerables Hermanos, es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación . Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima Religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.

Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, “a quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la viña”, no pueden alcanzar la eterna salvación. Son en efecto muy claras las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Quien no oyere a la Iglesia, sea para ti como un gentil o un publicano” [1], “El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y el que a mí me desprecia, desprecia a Aquel que me ha enviado” [2], “El que no creyere se condenará” [3], “El que no cree ya está juzgado” [4], “El que no está conmigo está contra mí, el que conmigo no recoge, desparrama” [5]. De aquí que el Apóstol San Pablo diga que “estos hombres están corrompidos y condenados por su propio juicio” [6] y que el Príncipe de los Apóstoles los llame “maestros de la mentira que introducen sectas de perdición, niegan a Dios y atraen sobre sí una pronta condenación” [7].

Lejos, sin embargo, de los hijos de la Iglesia Católica ser jamás en modo alguno enemigos de los que no nos están unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al contrario, si aquellos son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias, esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de la caridad cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por sacarlos de las tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la verdad católica y a la madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de tenderles sus manos maternas y llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra buena (Col. 1, 10), consigan la eterna salvación.

Ahora, empero, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, no podemos pasar por alto otro error y mal perniciosísimo que, en nuestra infaustísima época miserablemente arrebata y perturba el espíritu y las almas de los hombres. Hablamos pues de aquel desenfrenado y perjudicial amor propio y aquella codicia con que muchos, sin preocuparse en lo más mínimo del prójimo, no buscan otra cosa ni tienden sino a sus propias utilidades y bienestar; hablamos de aquella insaciable pasión de dominar y de ganar, con la cual, desechando las normas de la honestidad y de la justicia, no dejan de juntar y de cualquier modo acumular las riquezas con codicia; y, concentrados ansiosamente sólo en las cosas terrenas, olvidados de Dios, de la Religión y de sus almas, ponen criminalmente toda su felicidad en amontonar riquezas y tesoros pecuniarios. Recuerden estos hombres y mediten seriamente las palabras muy graves de Nuestro Señor: ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? [8], y reflexionen cuidadosamente sobre lo que enseña el Apóstol San Pablo cuando dice: Los que quieren hacerse ricos caen en la tentación y en el lazo del diablo, en muchos deseos inútiles y nocivos los que van sumiendo al hombre en la muerte y en la perdición; porque la avaricia constituye la raíz de todos los males; por causa suya se desviaron muchos de la fe y se precipitaron en una multitud de dolores [9].

Cierto es que los hombres, según la propia y diversa condición de cada uno deben procurarse con sus fatigas los recursos necesarios para vivir ora cultivando las letras y las ciencias, ora ejerciendo las artes liberales o profesionales, ora desempeñando cargos públicos y privados, ora dedicándose al comercio; pero es de todo punto indispensable lo hagan con honestidad, con justicia con integridad y caridad; que siempre tengan a Dios presente, y guarden cuidadosamente sus mandamientos y preceptos.

Ya no podemos, empero, ocultar que Nos aflige un acerbísimo dolor por haber en Italia miembros de uno y otro clero que, a tal extremo se han olvidado de su santa vocación que no se avergüenzan en lo más mínimo de difundir, aun por escritos perniciosos, falsas doctrinas, instigando lo s ánimos de los pueblos contra Nos, contra esta Silla Apostólica, atacando el principado civil de esta misma Sede Nuestra y favoreciendo descaradamente con todo empeño y diligencia a los perversísimos enemigos de la Iglesia Católica y de esta Silla. Estos Clérigos, después de separarse de sus Prelados, de Nos y de esta Santa Sede, y, apoyados en el fervor y auxilio del Gobierno Subalpino (piamontés) y de sus Magistrados, llegaron a tanta audacia, que, despreciando totalmente las censuras y penas eclesiásticas no temían en lo más mínimo establecer ciertas sociedades del todo reprobables, llamadas Clérigo-liberales, De socorro mutuo, Emancipadora del Clero Italiano y otras más, animadas del mismo espíritu; y aunque sus obispos, con toda justicia los hayan suspendido del sagrado ministerio, sin embargo, no trepidan en absoluto en ejercerlo a guisa de intrusos de un modo criminal e ilícito, en muchos templos.

Por eso, reprobamos y condenamos las detestables sociedades mencionadas y la mala conducta de dichos eclesiásticos, amonestando y exhortando al mismo tiempo una y otra vez a estos infelices clérigos a que se arrepientan, se conviertan y atiendan a su propia salvación, considerando seriamente que ningún prejuicio tolera Dios menos que el causado por los sacerdotes, al ver que, habiéndolos puesto para que sirvan de corrección a los demás, dan ejemplos de depravación. Mediten atentamente que han de dar rigurosa cuenta ante el Tribunal de Cristo. Plegue a Dios que estos desgraciados clérigos obedezcan a Nuestras paternales amonestaciones, dándonos el consuelo que otros varones de uno y otro clero nos han proporcionado y que ellos miserablemente engañados y arrastrados al error, acudan conpungidos por días a Nos para implorar con humildad e insistencia el perdón de sus pecados y la absolución de las censuras eclesiásticas.

Conocéis muy bien, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, los escritos de toda clase salidos de las tinieblas y llenos de dolo, mentiras, calumnias y blasfemias, conocéis las escuelas confiadas a maestros anticatólicos, en sinnúmero de otras acechanzas realmente diabólicas, las artimañas y los esfuerzos con que los enemigos de Dios y de los hombres se empeñan en destruir, si les fuese posible, hasta los cimientos de la Iglesia Católica en la desgraciada Italia, en depravar y corromper cada día más, principalmente a la inexperta juventud y en extirpar de todos los corazones Nuestra santísima fe y Religión.

Por eso, no dudamos que vosotros, Amados Hijos y Venerables Hermanos, fortalecidos con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, continuaréis en vuestro esclarecido celo episcopal, como hasta ahora con gran alabanza de vuestro nombre lo habéis practicado, oponiendo con constancia, espíritu unánime y redoblados esfuerzos un muro protector para la casa de Israel, combatiendo por la buena causa de la fe, defendiendo de las asechanzas de los adversarios a los fieles encomendados a vuestros cuidados, advirtiéndoles y exhortándolos continuamente a que conserven siempre la fe santísima, sin la cual es imposible agradar a Dios, la que la Iglesia ha recibido de Cristo por medio de los Apóstoles y que enseña, que permanezcamos firmes e inconmovibles en Nuestra santa Religión, la única verdadera, que prepara para la vida eterna, que conserva también en forma extraordinaria y hace feliz a la sociedad civil.

Por eso, no dejéis de enseñar, siempre y con exactitud, los venerables misterios de Nuestra augusta Religión, su doctrina, preceptos, y su disciplina, a los pueblos confiados a vuestros cuidados, valiéndoos principalmente de los párrocos y de otros clérigos que se distingan por la integridad de su vida, la gravedad de su conducta y la santa y sólida doctrina, sea por medio de la predicación de la divina palabra, sea por el catecismo. Pues, vosotros sabéis muy bien que una parte notabilísima de los males nacen en la mayoría de los casos de la ignorancia de las cosas divinas que son necesarias para la salvación, por consiguiente comprenderéis perfectamente que debe emplearse todo cuidado y empaño para alejar del pueblo este mal.

Antes de terminar esta Nuestra Carta, no podemos menos de rendir el tributo de las merecidas alabanzas al Clero italiano que en su mayoría permaneció íntimamente unido a Nos, a esta Cátedra de Pedro y a sus Prelados, no se ha desviado en lo más mínimo del recto camino, sino que, siguiendo los insignes ejemplos de sus Obispos y, sobrellevando con muchísima paciencia las cosas más arduas, cumple agregiamente con su deber. Abrigamos la esperanza de que el mismo Clero, con el auxilio de la divina gracia, camine en forma digna a la vocación con que ha sido llamado, luchando siempre por dar pruebas cada vez más espléndidas de su piedad y virtud.

Tributamos también el homenaje de Nuestro encomio a tantas vírgenes consagradas a Dios, que arrojadas violentamente de sus monasterios, expoliadas de sus rentas y reducidas a la mendicidad, no quebrantaron, sin embargo, la fe que prometieron a su Esposo sino que, soportando con toda constancia su tristísima situación, no cesan día y noche de alzar sus manos al cielo , pidiendo a Dios por la salvación de todos y también la de sus perseguidores, esperando con paciencia la misericordia del Señor.

Nos complacemos también en alabar a los pueblos de Italia que, egregiamente animados de sentimientos católicos, detestan tantas impías maquinaciones contra la Iglesia y ardientemente se glorían en permanecer fieles a Nos, a esta Santa Sede y a sus Prelados con filial piedad, respeto y obediencia, y, pese a las dificultades sobremanera grandes y a los peligros a que están expuestos, no dejan de darnos todos los días y de todas maneras pruebas inconfundibles de su singular amor e interés y de aliviar Nuestras penosísimas angustias y las de esta Sede apostólica, ya con fondos reunidos, ya con otros donativos.

En medio de tantas amarguras y tal tempestad levantada contra la Iglesia, no nos desanimemos nunca, amadísimos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, puesto que Cristo es nuestro consejo y nuestra fortaleza [10], sin el cual nada podemos [11] y por el cual lo podemos todo [12], quien al confirmar a los predicadores del Evangelio y a los ministros de los Sacramentos, les dijo: He aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos [13], y de cierto sabemos que las puertas del infierno nunca prevalecerán contra la Iglesia que siempre se ha erguido y se erguirá inconmovible, siendo su custodio y protector Nuestro Señor Jesucristo, quien la edificó y quien fue ayer, hoy y en todos los siglos [14].

Mas no dejemos de ofrecer, amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, día y noche, con un celo cada vez , más ardiente y con humildad de corazón, las oraciones y súplicas a Dios por mediación de Jesucristo, a fin de que, deshecha esta turbulentísima tempestad, su santa Iglesia respire aliviada, después de tantas calamidades, disfrute en todas partes de la paz y libertad tan anheladas, y obtenga sobre sus enemigos nuevos y más espléndidos triunfos, a fin de que todos los extraviados, iluminados con la luz de su divina gracia, vuelvan del camino del error al sendero de la verdad y de la justicia, y, haciendo dignos frutos de penitencia, posean el perpetuo amor y temor de su santo nombre.

Y para que Dios, rico en misericordia, acceda más fácilmente a Nuestra fervorosísimas plegarias, invoquemos el poderosísimo patrocinio de la Inmaculada Madre de Dios, la Santísima Virgen María e imploremos la intercesión de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos del cielo para que con sus poderosísimas súplicas pidan a Dios en tiempo oportuno misericordia y gracia para todos, y aparten con poder de la Iglesia todas las calamidades que en todas partes, y principalmente en Italia la afligen.

18. En medio de tantas calamidades y confrontados con tanta furia contra la Iglesia, no estamos abatidos por “Cristo es nuestro consejo y nuestra fortaleza; sin él no podemos hacer nada, a través de él podemos hacer todas las cosas. Mientras confirmaba a los predicadores del Evangelio y a los ministros de los sacramentos, dijo: 'He aquí, yo estoy contigo siempre, hasta el final de los tiempos'” [15]. Sabemos con certeza, además, que las puertas del infierno lo harán. nunca prevalezca contra la Iglesia que permanece y permanecerá inamovible con Cristo Jesús, nuestro Señor, como guardián y protector, que ha construido la Iglesia y que ha sido “ayer, hoy y siempre” [16].

19. Con un celo cada vez más ardiente y humildad de corazón, nosotros, nuestros amados hijos y venerables hermanos, nunca dejemos de ofrecer nuestras oraciones y peticiones a Dios a través de Jesucristo para que Su Iglesia, impulsada por esta tempestad tan turbulenta, pueda recuperarse de tan grande desastres, disfrute de la paz y la libertad más benditas en todo el mundo y obtenga nuevos y más espléndidos triunfos sobre sus enemigos. Oremos para que el errante se inunde con la luz de su gracia divina, pueda regresar del camino del error al camino de la verdad y la justicia y, al experimentar el fruto digno del arrepentimiento, pueda poseer amor y temor perpetuos por su santo nombre.

Finalmente, como prenda más segura de nuestra singular benevolencia hacia usted, le impartimos con amor nuestra sincera Bendición Apostólica sobre ustedes, amados hijos y venerables hermanos, y sobre el rebaño comprometido a su cuidado.

Dado en Roma, en San Pedro, el 10 de agosto de 1863, en el año dieciocho de Nuestro pontificado.

Pío IX


Notas:

[1] Mateo 18, 17.

[2] Lucas, 10, 16.

[3] Marcos 16, 16.

[4] Juan 3, 18.

[5] Lucas 11, 23.

[6] Tito 3, 11.

[7] II Pedro 2, 1.

[8] Mateo 16, 26.

[9] I Timoteo 6, 9.

[10] II Pedro 1, 16; II Corintios 12, 9. (volver)

[11] Juan 15, 5.

[12] Filipenses 4, 13.

[13] Mateo 28, 20.

[14] Hebreos 13, 8.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.