lunes, 3 de febrero de 2025

¿FUE LEFEBVRE ORDENADO VÁLIDAMENTE?

La ordenación sacerdotal de Monseñor Lefebvre fue administrada por el masón Achille Liénart, cuya ordenación como obispo es precisamente lo que está en duda...

Por Eberhard Heller


Traducción de Alberto Ciria

(Reimpresión del artículo aparecido en EINSICHT, Año XIII, Nr.6, Febrero 1984)

Desde el discurso de Monseñor Lefebvre del 27 de mayo de 1976 en Montreal, Canadá, en el que confirmaba haber sido ordenado sacerdote y obispo por el masón Achille Liénart, el debate –llevado en un nivel público o privado– acerca de si las ordenaciones administradas por Liénart fueron válidas, o bien si él mismo es un obispo ordenado válidamente, no tiene fin. Al margen de algunas indicaciones ocasionales sobre el presente problema, hasta ahora no hemos adoptado públicamente ninguna postura, puesto que, en nuestra opinión, el material dado no es suficiente para una demostración concluyente de la invalidez de las ordenaciones

A nuestro entender no se puede aducir una demostración ni en sentido positivo ni en sentido negativo. Para nuestra lucha contra el lefebvrismo han bastado argumentos más sólidos (como por ejemplo el reconocimiento obligatorio del Novus Ordo Missae para los miembros de la hermandad –ordenado por Lefebvre bajo amenaza de expulsión–, o el reconocimiento obligatorio de los herejes Montini, Luciani y Wojtyla como “papas legítimos”) para mostrar que Monseñor Lefebvre y su organización no son más que un grupo de rebeldes tradicionalistas dentro de la apostática organización de la “Iglesia”, que no sólo no tiene nada que ver con la verdadera oposición católica, sino que además, siempre que puede, destruye a ésta de modo programático.

Entre tanto, sin embargo, toda una serie de sacerdotes han abandonado la hermandad de Lefebvre y trabajan (o por lo menos lo intentan) como curas en los más diversos centros de celebración. Esta circunstancia nos da la ocasión de llamar la atención sobre el problema relacionado con las ordenaciones que se les administraron.


En primer lugar presentamos aquí fragmentos del discurso que Monseñor Lefebvre dio el 27 de mayo de 1976 en Montreal y que desató el debate en todo el mundo:
“El Santo Padre [Montini] se educó en un medio modernista […]. Por eso no es sorprendente que el Papa no reaccionara como hubiera reaccionado San Pío X, como hubiera reaccionado el Papa Pío IX o un León XIII. Como fenómeno consecuente, en el Concilio reinaba una atmósfera tal que no había oposición alguna frente al influjo modernista ejercido por un grupo de cardenales que estaba dirigido principalmente por él […]. Ahora bien: hace dos meses la revista tradicionalista CHIESA VIVA publicó en Roma en el reverso de la portada –yo lo he visto en Roma con mis propios ojos– una fotografía del Cardenal Liénart con todos sus atributos masones, el día de la fecha de su iniciación en la masonería, el grado en el que pertenecía a la masonería, luego la fecha en la que ascendió al grado vigésimo y más tarde al grado trigésimo de la masonería, que se sumó a esta y a aquella logia, en esta y en aquella ciudad. Desde entonces, hace aproximadamente dos o tres meses, después de que apareciera esta publicación, no he escuchado ningún tipo de reacción ni ningún tipo de rechazo. Desgraciadamente tengo que decirles ahora que este Cardenal Liénart es mi obispo, que es él quien me ordenó sacerdote, que es él quien me consagró obispo. No es culpa mía […]. Afortunadamente las ordenaciones son válidas […]. Pero pese a todo fue muy doloroso para mí enterarme de esto”.
(Citado según la traducción alemana del Dr. Hugo Maria Kellner, de Estados Unidos, en la carta Nr. 72 de julio de 1977; los datos sobre la pertenencia de Liénart a la masonería pueden encontrarse en la revista CHIESA VIVA, N° 51, marzo de 1976, dirección: C.V., Editrice Civiltá, Via Galileo 121, I – 25100 Brescia).

Según ha podido demostrar el Dr. Kellner, ya antes de mayo de 1970 Monseñor Lefebvre tenía conocimiento de la pertenencia de Liénart a la masonería.

Acerca de las personas de que aquí se trata:

Achille Liénart:
1907: ordenación sacerdotal.
1912: ingreso en la logia masónica de Cambrai (más tarde asociación con logias en Lille, Valenciennes y París).
1919: fue nombrado “Visiteur” (grado decimoctavo).
1924: fue ascendido al grado trigésimo.
1928: fue ordenado obispo.
Además, Liénart asistía a misas negras.

Marcel Lefebvre:
Nacido el 29 de noviembre de 1905 en Tourcoing, diócesis de Lille.
Estudiante en el seminario de Lille, en el que Liénart enseñaba como profesor antes de ser ordenado obispo.
Fue ordenado sacerdote el 21 de septiembre de 1929 por Liénart, que entre tanto había sido consagrado obispo.
Fue ordenado obispo por Liénart el 18 de septiembre de 1947.

Fuentes acerca de la pertenencia de Liénart a la masonería:

André Henri Jean Marquis de la Franquerie, L‘infaillibilté pontificale, segunda edición 1970, pp. 80 y ss. El libro puede adquirirse en Jean Auguy, editor, Diffusion de la Pensée Française, Chiré-en-Mon-treuil, F – 86190 – Vouillé.

André Marquis de la Franquerie

El autor demuestra también que Liénart era satanista. Marquis pertenecía a la cámara secreta del Papa y era conocedor de las infiltraciones masonas en el Vaticano, y sobre todo también de las actividades de Rampolla
cardenal y masón, secretario de Estado en tiempos de León XIII.

Poco después de ser conocidos estos hechos las dudas sobre la validez de las ordenaciones administradas por Liénart y Monseñor Lefebvre empezaron a circular abiertamente. Enseguida se concentraron en la pregunta de si el satanista y masón de alta graduación Liénart en 1928 estaba dispuesto con la intención adecuada a recibir válidamente la ordenación episcopal. Si esta pregunta se respondiera negativamente, entonces resultarían las siguientes conclusiones: si Liénart no hubiera recibido una consagración episcopal válida, las consagraciones administradas a Lefebvre evidentemente serían también inválidas, así como las ordenaciones que el propio Lefebvre administró.

En este sentido se ha argumentado de este modo: aun cuando la “ordenación episcopal” de Marcel Lefebvre a cargo de Liénart hubiese sido inválida, al menos los dos coconsagradores habrían administrado válidamente la ordenación episcopal. Este argumento sería pertinente si fuera cierto que previamente Lefebvre había sido ordenado sacerdote válidamente. Pero como la ordenación sacerdotal fue administrada también por el masón Liénart, de cuya ordenación como obispo precisamente se duda, siendo que por otro lado para la recepción de la consagración episcopal se presupone la administración de la ordenación sacerdotal válida, esta réplica ya no puede mantenerse.

La pregunta de si en 1928 la disposición intencional de Liénart era tal que recibió válidamente la ordenación episcopal, en los círculos de la posición católica se respondió de modo muy diverso:

– El Dr. Hugo Maria Kellner, de los Estados Unidos, intentó demostrar la invalidez apuntando a posibles falsificaciones en el derecho eclesiástico de 1917. (Cartas N°. 72 y 75 de 1979.) A esta argumentación se sumó desde Francia en 1979 el Abbé E. Robin, entre tanto fallecido.

– Guerard des Lauriers, en aquella época Padre, trató de refutar los argumentos aportados. (Carta del 14 de junio de 1979)

– Gloria Riestra, en TRENTO, también consideró válida la consagración.

– Por el contrario A. Eisele, editor de las SAKA-Informationen, expresó sus dudas a comienzos de 1980.

– Fuertes dudas sobre la validez tienen el obispo Vezelis (THE SERAPH de 1983) y también los obispos mejicanos.

– Posteriormente, en una circular del 27 de abril de 1983 el Prof. B. F. Dryden de Estados Unidos abogó de nuevo por su validez (*).

– En favor de la validez de las ordenaciones se aduce asimismo que es seguro que Liénart habría recibido las ordenaciones con la intención correspondiente, y por lo tanto válidamente, precisamente porque él quería dañar a la Iglesia en calidad de obispo. (De modo similar a como sucede en las “misas negras”, en las que las hostias también son consagradas válidamente por obispos que han renegado para asimismo poder profanar realmente el cuerpo de Cristo).

En Múnich hemos discutido este problema con (+) H. H. Dr. Otto Katzer varias veces y muy por extenso (más de ocho horas): la mera pertenencia a la masonería no es suficiente en cuanto tal para demostrar la recepción inválida. Únicamente la hace irregular. Pero en este caso el Código de Derecho Canónico prohíbe el ejercicio de los plenos poderes obtenidos sin autorización. Tampoco la visita de “misas negras” es por sí misma un indicio suficiente. La herejía de Liénart y la destrucción de la fe en el segundo concilio, al que también se refiere Monseñor Lefebvre, no permiten una conclusión directa acerca de su estado mental o de su disposición intencional en el año 1928, en el momento de su consagración. Pero si se toman en su conjunto todos los momentos agravantes y se considera la posición de Liénart en la masonería que hemos expuesto, todo eso permite dudar justificadamente de la intención necesaria para la recepción válida. El Padre Katzer, que primero se negó con rotundidad a ocuparse de este tema, poco antes de su muerte llegó a considerar “que Lefebvre se encuentra en una mala situación”, refiriéndose a la validez de su ordenación, y cabe dudar de si a causa de la insegura intención de Liénart.

Pero también podría ser que –como se ha aducido arriba– Liénart mantuviera una intención suficiente precisamente porque quería dañar a la Iglesia. Esta posibilidad es absolutamente oportuna, sólo que no se puede probar.

En nuestra opinión, no se puede aducir una demostración positiva ni para la validez ni para la invalidez. Una empresa semejante tiene que acabar necesariamente en especulaciones teológico-morales o psicológico-morales, dado que precisamente al Cardenal Liénart ya no se le puede preguntar acerca de su postura en aquel momento –está muerto–, y aun cuando hubiera podido dar una respuesta, no sería seguro que pudiera recordar su intención en aquel momento, y aunque lo pudiera, que nos dijera la verdad.

(FC: en 1984 Heller no tenía conocimiento de la declaración de Liénart a su confesor Descornets, con la debida autorización para hacerla pública, de que él dirigía los trabajos de la logia vaticana para destruir las órdenes eclesiásticas. Esta declaración fue dada a conocer por el lefebvriano Max Barret en Le Courier de la Tychique en 2009)

Para la administración de los Sacramentos rige el principio “tutior”, es decir, tiene que elegirse la administración más segura. En caso de una administración demostrablemente dudosa la Iglesia prescribe repetir este sacramento sub conditione.

En el caso presente, nos sumamos a las recomendaciones que Monseñor Guerard des Lauriers –quien todavía no había sido consagrado obispo– daba a sus alumnos ordenados por Monseñor Lefebvre y que a causa de conflictos dogmáticos habían abandonado su organización: bajo las circunstancias dadas, entre las que están las ordenaciones de Lefebvre, hacerse reordenar sub conditione.

* * *

Nota:

*) Entre tanto se han adoptado más posturas sobre este problema. Entre otras les recuerdo la exposición muy extensa del Padre Groß en KYRIE ELEISON Nr. 1-4, 1987, quien trataba de solventar las dudas sobre la validez de las ordenaciones a la manera del teólogo dominico Ambrosio Catharinus (+1535). En contra, André Perlant (fallecido) le respondió con sus “Observaciones sobre la teología del Padre Groß” (Anmerkun-gen zur Theologie von H.H. P. Groß), EINSICHT Nr. 4, año 20, octubre de 1990, pp. 37 y ss.), donde, frente al parecer del Padre Groß, insistía de modo decisivo en la importancia de una intención positiva en la administración de los sacramentos. En un capítulo del número especial “La destrucción del sacerdocio sacramental a cargo de la Iglesia conciliar romana” (Die Zerstörung des sakramentalen Priestertums durch die ‘römische Konzilskirche, EINSICHT, segundo número especial, abril 1991), el Prof. Wendland trataba igualmente de aportar la demostración de que las ordenaciones de Lefebvre son inválidas debido a la falta de intención.


CARTA DE SU EMINENCIA EL ARZOBISPO NGO-DINH-THUC
A MONSEÑOR LEFEBVRE ACERCA DEL PROBLEMA
DE LA VALIDEZ DE SU ORDENACIÓN

“Rochester, New York 14616 USA

Monseñor:

Me he enterado de que en la actualidad se encuentra Vd. en un mal estado de salud. Por este motivo deseo decirle algo.

Vd. fue ordenado obispo por el cardenal Liénart. Ahora bien, este cardenal jamás fue un creyente de nuestra religión, por lo que la ordenación de Vd. a cargo de él es nula.

Yo estoy dispuesto a ordenarle obispo o a encontrar un obispo que aceptara ordenarle en secreto.

Por cuanto respecta a los seminaristas a los que Vd. ha administrado recientemente la ordenación sacerdotal, Vd. estaría entonces preparado para transmitirles el ministerio sacerdotal o para encontrar un obispo, por ejemplo, yo mismo, que los ordenara. Todo esto en el más estricto secreto, sólo sabido por Vd. y por mí.

Pierre-Martin Ngo-Dinh-Thuc, Arzobispo”


Ver la carta en castellano y alemán en:

CARTA DE NGO-DINH-THUC A LEFEBVRE ACERCA DEL PROBLEMA DE LA VALIDEZ DE SU ORDENACIÓN


Foro Catolico


¿POR QUÉ TANTOS HOMBRES HOMOSEXUALES INGRESARON AL SACERDOCIO EN EL SIGLO XX?

Aquí hay algunas notas muy importantes para leer antes de hablar de la homosexualidad en la Iglesia Católica

Por el padre David Nix


1. Este no es un blog que ataque a los “gays”. Tengo buenos amigos que han luchado con la atracción por el mismo sexo. La mayoría de ellos fueron lo suficientemente inteligentes como para no entrar al seminario o a la vida religiosa. Digo “inteligentes” porque sería estúpido ir a vivir con 100 personas por las que te sientes sexualmente atraído durante más de siete años en una vocación célibe.

2. No creo que nadie nazca “gay”, así que el término católico correcto es en realidad “alguien que lucha con la atracción por el mismo sexo”. Sin embargo, por el bien de la brevedad, a menudo usaré el término “gay” u “homosexual”.

3. Siempre ha habido 
“gays”  en el sacerdocio, pero este blog es una evaluación cultural de lo que es diferente en los siglos XX y XXI. Conozco a un sacerdote de 55 años que afirma que el 60% de los sacerdotes de su edad son “gays”  y el 80% de los obispos son “gays”. El sacerdote que me dijo esto es un sacerdote diocesano normal que ni siquiera conoce la Misa Tradicional en Latín (TLM). Muchos sacerdotes y seminaristas de varias diócesis coinciden en estas cifras, que son una estimación admitida.

4. Si alguien me puede mostrar cualquier momento en la historia de la Iglesia en el que haya habido tantos homosexuales en el clero católico en Europa y las Américas hoy, le daré mi vehículo, un Nissan Murano 2007. No me basta con que me dé numerosas citas de San Pedro Damián del siglo XI. De hecho, el hecho de que tengamos sólo un santo citado repetidamente sobre este tema desde 19 siglos antes del nuestro me demuestra que nunca hemos tenido una epidemia de tantos homosexuales en el sacerdocio como hoy.

5. La mayoría de los sacerdotes y seminaristas menores de 45 años en los Estados Unidos son heterosexuales, por lo que las cosas están mejorando.

6. El 80% de los casos de sacerdotes que violaron a niños vinieron de sacerdotes (incluyendo ahora obispos y cardenales) que se identifican como atraídos por el mismo sexo.

7. Sin embargo, sólo el 1,8% de los sacerdotes son pedófilos.

8. Este artículo no trata sobre el abuso infantil en el clero, sino sobre una de las muchas perversiones subyacentes, a saber, la homosexualidad en el sacerdocio. Esa no es la causa exclusiva de la actividad criminal, pero no es un factor que podamos ignorar.

9. Este artículo no trata sobre la historia completa de los homosexuales en el sacerdocio, sino más bien sobre los factores culturales y los ataques a la Iglesia en el siglo XX que crearon la tormenta perfecta para que muchos homosexuales ingresaran en los seminarios católicos.


☙❧

Jesucristo eligió a doce apóstoles como sus primeros obispos católicos, la mitad de los cuales eran pescadores. Pensemos un momento en esa realidad: los apóstoles elegidos eran trabajadores rudos y obreros que nunca habían llegado a la escuela de rabinos. Por supuesto, no eran unos tontos impíos. Eran trabajadores rudos y obreros que se tomaban en serio su fe, incluso cuando tenían que decirle a Nuestro Señor cosas como: “Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador” (Lucas 5:8). Pensaban en blanco y negro, no en grises hegelianos.


San Juan Bautista, aunque nunca fue elegido sacerdote católico, pertenecía a una tribu sacerdotal judía. Lo sabemos por lo que nos dice San Lucas acerca de su padre, Zacarías: “Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso (Lucas 1:8-9). Como sabéis, en el judaísmo, el hijo de un sacerdote es siempre sacerdote.

Ahora bien, San Juan Bautista vivió su sacerdocio no en el Segundo Templo, sino en el templo original del cosmos, bajo las estrellas, en reflejo del primer sacerdote, Adán. Ese segundo templo de Jerusalén fue construido por el rey Herodes, el hijo de Herodes que un día mataría a San Juan Bautista por predicar contra él tomando a la mujer de su hermano Felipe. Pero también se rumoreaba en los círculos romanos que Herodes era un homosexual vicioso. Por lo tanto, según los estándares actuales, Herodes era un “bisexual” o “pansexual”, ya que también le gustaban los niños.

En un pasaje poco conocido de los Evangelios, Jesús contrasta a su santo primo segundo Juan el Bautista con el inmundo Herodes que un día mataría al Bautista. San Mateo escribe: “Mientras ellos se alejaban, Jesús comenzó a hablar a las multitudes acerca de Juan: “¿Qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué, pues, salieron a ver? ¿Un hombre vestido con ropa delicada? Mirad, los que llevan ropa delicada están en las casas de los reyes. ¿Qué, pues, salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta” (Mt 11:7-8).

Esa palabra traducida arriba como “delicada” en griego es μαλακοῖς, y Jesús está diciendo que Juan el Bautista nunca sería sorprendido con prendas delicadas como los reyes ricos. Pero el adjetivo μαλακοῖς (pronunciado malakois) que de hecho se traduce con precisión como “delicado”, también tiene una etimología muy reveladora. μαλακοῖς viene del sustantivo μαλακός (pronunciado malakos) y mi diccionario griego-inglés lo define así: “μαλακός: delicado, suave al tacto, metaf. en un sentido malo, afeminado, catamito (niño mantenido para relaciones homosexuales con un hombre), varón que somete su cuerpo a una lascivia antinatural, de un prostituto masculino”.

Ahora, mira qué palabra usa el apóstol Pablo para mostrar cómo los homosexuales practicantes no llegarán al cielo: 1 Cor 6:9: “¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los que practican la homosexualidad (μαλακοὶ), ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los injuriadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios” -1 Cor 6:9-10. Nótese que μαλακοὶ es el plural para hombres afeminados.

En su sección sobre el afeminamiento en la Summa Theologica II-II.138, Santo Tomás de Aquino escribe: “Es incoherente que quien no se deja vencer por el temor sea vencido por la lujuria, o que quien ha demostrado ser invencible ante el trabajo ceda al placer”. En otras palabras, Santo Tomás está diciendo que no es probable el hombre “invencible ante el trabajo” sea afeminado. Desafortunadamente, las casas de los obispos modernos se parecen a la casa de Herodes y se aplicaría en ellos aquella frase del Bautista: todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mateo 3:10).

De manera similar, hasta el siglo XX, el sacerdocio era conocido como la vida más difícil que podía vivir un hombre católico. Todos conocemos el dolor físico constante que sufrieron los primeros misioneros en Estados Unidos, como el jesuita San Isaac Jogues o el franciscano San Junípero Serra. San Isaac Jogues fue mordido por los iriquois en el norte del estado de Nueva York. San Junípero Serra caminó desde el centro de México hasta el sur de California después de que un escorpión le picara en el talón… todo para establecer misiones a lo largo de la costa de California.

La gente esperaba esto de los jesuitas y franciscanos de la vieja escuela, pero ¿sabías que los obispos del siglo XIX llevaban vidas igual de exigentes físicamente? El primer obispo de Colorado, el obispo Machebeuf, recorrió la cordillera frontal (la actual I-25) desde Santa Fe hasta Denver y luego de regreso, estableciendo misiones, luchando contra bandas de bandidos, pumas y osos... durmiendo en tiendas de campaña, comiendo poco, expuesto al calor de Nuevo México y al frío de Colorado.
El obispo Joseph Machebeuf

En el siglo XIX, el obispo Machebeuf abandonó Francia para afrontar este reto y fue a todas partes acompañado de dos sacerdotes. Era una vida dura que sólo los católicos franceses más duros podían soportar. Las primeras parroquias de Colorado fundadas por este primer obispo de Colorado, el obispo Machebeuf, se hicieron a costa de que su propio cuerpo fuera atormentado por un dolor constante... pero eso le dejó una actitud humilde y un excelente sentido del humor. Sólo los atletas más duros de Europa podían llegar a ser sacerdotes en los Estados Unidos, ya fueran religiosos o diocesanos.

Antes del Vaticano II, ya había una pequeña infiltración de homosexuales y comunistas en seminarios y órdenes religiosas en los Estados Unidos y Europa. En la década de 1960, una enfermera francesa llamada Marie Carré atendió a un hombre que había sufrido un terrible accidente de coche. Encontró en su maletín pruebas casi increíbles de que los comunistas habían enviado a 1.100 hombres a seminarios occidentales para que los ordenaran, y que habían llegado a la ordenación sin ser detectados. El hombre que murió en ese accidente de coche era uno de ellos, y los hallazgos de ese misterioso maletín se encuentran en este libro. El punto es que la infiltración del sacerdocio de comunistas, “gays” y masones comenzó en algún momento del siglo XX, significativamente antes del Vaticano II.


Recuerde que el objetivo de este artículo es simplemente mostrar cómo la cultura y la Iglesia cambiaron para permitir que más “gays” ingresaran al sacerdocio que nunca antes. Además, recuerde que, aunque este artículo no trata sobre la violación de niños, la nota bene número seis al comienzo de este artículo muestra que el 80% de los sacerdotes que dañan a los niños fueron identificados como “gays”.

El catolicismo crecía muy bien en medio del dolor y la oposición, pero cuando John F. Kennedy fue presidente de los Estados Unidos, los católicos ya no estaban marginados, sino que se habían convertido en una corriente dominante. Luchar codo a codo con los protestantes en dos guerras mundiales nos hizo ganar el respeto de iguales, de verdaderos ciudadanos estadounidenses. Por supuesto, el presidente católico Kennedy promovió mucho la causa católica tanto en los Estados Unidos como en Europa. Esto también está bien, pero presenta un pequeño problema: es difícil ser fiel cuando las cosas se ponen fáciles para un católico. Como dice la traducción de la Biblia de Clear Creek: “Los amados se han vuelto gordos y juguetones” (Dt 32:15.)

Así, los católicos (y especialmente los sacerdotes y obispos) pasaron de ser impopulares y pobres en el siglo XIX a ser populares y ricos después de la Segunda Guerra Mundial. Se llegó a la conclusión de que si quieres vivir en una rectoría de un millón de dólares sólo por ofrecer una misa al día, pero no quieres decirle a tu madre por qué no te gustan las mujeres, ¡entonces el sacerdocio católico puede ser adecuado para ti! Como si esto no fuera suficiente tormenta, llegó el Vaticano II. Durante casi 40 años antes del Vaticano II, hubo un pequeño avance del modernismo, la homosexualidad e incluso el comunismo en los seminarios de América del Norte y América del Sur. El Vaticano II no fue la raíz de esos hombres en la Iglesia, pero ciertamente secuestraron los documentos originales del concilio en la segunda semana de octubre de 1962.

La década que siguió al Vaticano II no fue la génesis de los sacerdotes homosexuales, pero les permitió vivir abiertamente, y esta es mi suposición de por qué: durante todo el seminario, me dijeron que no había cambios en la liturgia ni en la doctrina. El Vaticano II simplemente se había implementado mal. Repetí este extraño mantra y de alguna manera me ordenaron. Entonces, llegué a la parroquia y celebré la misa del Vaticano II de acuerdo con las reglas del Vaticano II tan fielmente como pude. Luego, tristemente, tuve cinco parroquias en cinco años, y me expulsaron repetidamente por no permitir los llamados “ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión”.

Pero, aun así, siempre terminaba en la oficina del obispo citando un documento de 2004, Redemptionis Sacramentum, contra este y otros innumerables abusos. Al cabo de cinco años, me habían expulsado de cinco parroquias y estaba exhausto. Si esperaba que mis lectores me compadecieran por tener tantas parroquias, ahora escribo esto para demostrar un punto simple: si a un sacerdote no se le permite celebrar la misa del Vaticano II según las reglas del Vaticano II en una diócesis conservadora, bajo cinco pastores conservadores... entonces no hay orden en el Novus Ordo.

Permítanme escribir esto sin exagerar: incluso en las diócesis conservadoras, no hay orden en la liturgia del Novus Ordo. Esto significa que la misa del Vaticano II no sólo se implementó mal, sino que fue escrita sin ningún orden. El padre dominico holandés del Vaticano II, Edward Schillebeeckx, dijo: “Hemos usado frases ambiguas durante el concilio y sabemos cómo las interpretaremos después”.

El “padre” Edward Schillebeeckx

¡Misión cumplida, Padre Schillebeeckx! Muchas, si no la mayoría, de las diócesis estadounidenses tienen al menos un sacerdote joven y heterosexual que ha sido suspendido de ofrecer misas públicas no porque haya celebrado la misa tradicional en latín, sino porque celebró la misa del Vaticano II según las llamadas “reglas” del Vaticano II. Pero como admitió el padre Edward Schillebeeckx, la ambigüedad de la misa de Pablo VI se debió en última instancia al caos en las reglas. Esto no viene de mí, sino de uno de los principales protagonistas del Vaticano II.

Esto también demuestra que no hay una “hermenéutica de la continuidad” ni siquiera en las diócesis conservadoras. Esto no es sólo un problema en la liturgia, sino también en la doctrina. En mis primeras cinco parroquias Novus Ordo, ciertamente se me permitió predicar la Verdadera Presencia de Cristo en la Eucaristía e incluso se me permitió predicar a favor de la vida, pero cualquier otra cosa que viniera de la doctrina de la tradición católica, y con frecuencia me decían que yo no era “pastoral”. ¿Qué clase de hombres se van a sentir atraídos por un sistema de doctrina sin orden como ese? ¿Qué clase de hombres se sentirán atraídos por una liturgia que antepone el entretenimiento a la precisión litúrgica? ¿Qué clase de hombres se sentirán atraídos por la popularidad antes que la precisión doctrinal? Sólo hay una respuesta a las tres preguntas: los homosexuales.

Una liturgia sin orden y una doctrina sin orden atraerán a un hombre aberrantemente ordenado. Es realmente muy simple. La misa del Vaticano II y la enseñanza amorfa de los últimos cincuenta años sobre la doctrina son muy atractivas para los hombres manipuladores y emocionales, y tales rasgos de personalidad siempre son correlativos a los hombres que se sienten atraídos por el mismo sexo. Ahora es mucho más fácil desde que sólo ofrezco la Misa Tradicional en Latín.

¿Qué pasó con los hombres heterosexuales que se sentían atraídos por parámetros doctrinales sólidos? Fueron expulsados ​​de los seminarios en los años 90. Un hombre que no cree en ningún orden objetivo para su sexualidad (homosexualidad en el mejor de los casos, abuso infantil en el peor) se sentirá atraído por una misa en la que él, el narcisista, sea el único punto de referencia para entretener a la gente. Además, los hombres homosexuales impenitentes prefieren la doctrina difusa de la era posterior al Vaticano II, porque aquí, toda regla puede prescindirse por “razones pastorales”.

Una vez que los sacerdotes homosexuales, manipuladores y conspiradores comenzaron a llenar seminarios y órdenes religiosas en los años 70, se convirtieron fácilmente en sacerdotes en los años 80, y luego en obispos en los años 90. Para demostrar que los obispos homosexuales se ayudaron ambiciosamente entre sí para ascender en la jerarquía se necesitarían más artículos. Siempre hay que seguir el dinero. Ah, y hay que seguir el sexo: como vimos en la historia del “cardenal” McCarrick, la jerarquía homosexual buscaba deliberadamente jóvenes delicados o guapos (e incluso niños) para que entraran en sus seminarios por razones indeseables. Las órdenes “conservadoras” como los Legionarios de Cristo simplemente fueron más suaves en su destrucción del sacerdocio que los liberales. Cabe señalar que esta perversión “gay” y el abuso infantil incluso ha llegado un poco a ciertas congregaciones religiosas tradicionales que utilizan la Misa Tradicional en Latín. Joseph Sciambra denunció el abuso de niños en la tradicional Sociedad de San Juan hace décadas. No fue plenamente reivindicado hasta el último capítulo del Informe del Gran Jurado de Pensilvania de 2018 sobre la Sociedad de San Juan, publicado recientemente.

¿Por qué los sacerdotes ortodoxos jóvenes de hoy no denuncian a esta mafia gay? Porque la mayoría de los heterosexuales se vuelven cobardes, hombres de compañía bajo sus superiores homosexuales, incluso cuando evitan los pecados sexuales con ellos. De vez en cuando, algún que otro sacerdote tiene la valentía de denunciar a esta mafia.

“Monseñor” Battista Ricca fue un diplomático del Vaticano destinado en Montevideo, Uruguay, y ha aparecido en numerosas ocasiones en las noticias internacionales por sus escándalos homosexuales. Más tarde, Ricca fue nombrado “jefe de la residencia papal” en la Casa Santa Marta.

Por último, hay que tener en cuenta que la necesidad de que los hombres homosexuales dirijan las parroquias encaja muy bien con una América en la que las mujeres son las líderes espirituales de las familias. Aunque yo culpo de estos escándalos a los sacerdotes, no a las familias, debemos reconocer que la desintegración familiar contribuyó a la aparición de estos sacerdotes tan corrompidos. Durante los últimos cincuenta años, los niños católicos han sido criados principalmente por sus madres, no por sus padres. Esto ha contribuido en parte a un sacerdocio mayoritariamente homosexual. Además, estos sacerdotes homosexuales se rodean de mujeres mayores en la parroquia, a las que les dan mucho control. Es una relación simbiótica: el sacerdote homosexual puede chismorrear con las mujeres mientras toma un café toda la mañana. A cambio, a las mujeres se les delega el control de una parroquia, lo más parecido a ser ordenadas.


3 DE FEBRERO: SAN BLAS, OB. y MR.


San Blas, Obispo y Mártir

(✝ 316)

En este día alcanzó la palma de los mártires, el gloriosísimo San Blas, obispo de la ciudad de Sebaste, que es en la provincia de Armenia. Habíase retirado por divina inspiración a un monte que se llama Argeo y hacía vida en una cueva solitaria, cuando vino Agricolao, presidente de los emperadores Diocleciano y Maximiliano, y comenzó a perseguir a los fieles de Cristo condenándolos a las bestias para que el pueblo tuviese algún entretenimiento y regocijo.

Para esto envió a sus ministros a cazar fieras, y cercando el monte Argeo, llegaron a la cueva de San Blas, donde vieron un espectáculo capaz de ablandarles y moverles a abrazar la verdadera Fe, si no fuesen por su maldad más crueles que lo que son las bestias por su naturaleza. Porque vieron delante de la cueva gran número de animales feroces, leones, tigres, osos y lobos, que hacían compañía al santo en gran concordia y amistad, mientras él estaba orando y absorto en altísima contemplación. Lo cual no era cosa rara, porque cada día venían a la cueva del santo las bestias fieras de aquellos desiertos para honrarle y ser curadas por él y recibir su bendición. 

Espantados de esto los ministros de Agricolao, volvieron a la ciudad y contaron al presidente sobre lo que habían hallado y visto, y él envió gran número de soldados para que prendieran a San Blas y a todos los cristianos que encontrasen ocultos en aquellos montes. 

El santo varón a quien reverenciaban las bestias sanguinarias se entregó en las manos de sus enemigos, y después de haber convertido a la Fe muchos infieles con las maravillas que obró cuando le llevaban a la cárcel, testificó la verdad de Cristo con su sangre en los tormentos, porque habiéndole cruelmente azotado, le colgaron de un palo, desgarrando sus carnes con peines de hierro, luego le pusieron en una horrible mazmorra, de la cual le sacaron para echarle en una laguna; más el santo, haciendo la señal de la cruz, andaba sobre las aguas sin hundirse, y sentándose en medio de ellas convidaba a los fieles y ministros de justicia que entrasen en el agua como él, si pensaban que sus dioses los podían ayudar.

Y como algunos entrasen y se fuesen al fondo, el presidente, confuso y burlado, le mandó degollar.

El santo hizo entonces oración al Señor, suplicándole por todos los que en los siglos venideros se encomendasen a sus oraciones, y habiendo oído una voz celestial que le otorgaba lo que pedía, tendió el cuello al cuchillo y le fue cortada la cabeza.

domingo, 2 de febrero de 2025

MANTENIENDO LOS SACRAMENTOS TRADICIONALES

Los defensores de la liturgia tradicional están en minoría en la Iglesia actual. Utilizando el lenguaje de los estrategas, libran una batalla de débiles contra fuertes.

Por el abad Claude Barthe


Pero, con la ayuda de Dios, los “débiles” tienen la fuerza suprema, la fuerza de la causa justa: desde el punto de vista del sentido de la fe, sería gravemente injusto privar al pueblo cristiano de la liturgia inmemorial de la Iglesia romana, ya que la liturgia tridentina aparece como un vehículo privilegiado del depósito de la fe.

En consecuencia -y este es nuestro punto en este artículo- la transmisión de este tesoro doctrinal y espiritual, por su propia naturaleza de participación en la traditio del Buen Depósito, debe ser integral. Pero hoy, con Traditionis custodes, asistimos a una ofensiva que se puede calificar como picoteo: se concede la misa tridentina, pero con una tolerancia que se va reduciendo; y se prohíben rigurosamente los sacramentos tradicionales.

La relatividad de las nuevas leyes litúrgicas en la situación actual de la Iglesia

Vivimos una crisis excepcional y totalmente atípica en la Iglesia, y es importante no normalizar lo anormal. No aceptar la misa y la liturgia tradicional dadas como católicas por la autoridad de la Iglesia es en sí mismo inconcebible, ya que al hacerlo está actuando en su propio ámbito de competencia, el de la enseñanza y la santificación. Salvo que, en la situación excepcional en que nos encontramos, la autoridad promulgue leyes que no lo son realmente.

Los pastores de la Iglesia, al igual que emitieron una enseñanza “simplemente pastoral” en el Vaticano II, deseaban una nueva manera, más o menos informal, de escuchar el culto divino: reglas litúrgicas variables y menos restrictivas, numerosas opciones constantemente propuestas por nuevos libros, un amplio lugar librado a la interpretación -interpretación de sentido e interpretación “teatral”- por parte de los celebrantes. Y este culto menos “rígido” permite también flexibilizar el mensaje que transmite: misa menos claramente sacrificial, adoración de la Eucaristía menos marcada, sacerdocio ministerial menos distinguido, etc. Para dar un mensaje doctrinal débil, se ha compuesto un rito vago, que no compromete realmente. Esta misteriosa abstención de quienes tienen la autoridad de propagar la fe y no la usan es el quid de la misteriosa crisis de la Iglesia en el último medio siglo. Pero aunque la nueva liturgia no está estructurada como una verdadera ley, es sin embargo muy restrictiva. La nueva liturgia se impone como una ideología.

Pero esto chocó con el significado de la fe. En su libro L'histoire de la messe interdite (La historia de la misa prohibida) [1], prohibido en 1969 por la jerarquía eclesiástica, Jean Madiran explica cómo, a pesar de esta prohibición formal de conservar la antigua liturgia [2], el instinto de preservar la fe llevó a un número creciente de sacerdotes a seguir celebrándola para un número cada vez mayor de fieles. 


Esta no obediencia respecto a la orden oficial de la Iglesia romana y al modo de celebrar la Sagrada Eucaristía sólo podía justificarse por el hecho de que la obligación impuesta no era una ley. ¿Por qué era perjudicial? Esa es la cuestión que se plantea a la Iglesia docente, que algún día decidirá. Pero de momento, por su actual abstención, y como medida conservadora como dicen los juristas, debemos considerar que esta obligación/interdicción, obligación de lo nuevo/interdicción de lo viejo, no tiene fuerza de ley.

Al final, esto es lo que la autoridad romana encargada de esta obligación/prohibición decidió -nos atreveríamos a decir admitió- hacer. Como sabemos, el “gran rechazo” de la nueva liturgia por parte de un número significativo de sacerdotes y fieles fue legitimado por dos textos sucesivos inspirados por el cardenal Joseph Ratzinger, a quien Juan Pablo II había confiado este expediente, la Carta Quattuor abhinc annos del 3 de octubre de 1984 y el motu proprio Ecclesia Dei adflicta del 2 de julio de 1988, y finalmente por un tercer documento promulgado por el mismo Joseph Ratzinger, ya como papa, el motu proprio Summorum Pontificum del 7 de julio de 2007.

“El nuevo Ordo fue promulgado para sustituir al antiguo, dijo Pablo VI el 24 de mayo de 1976, en la constitución Missale Romanum. A pesar de ello, Joseph Ratzinger siguió apoyando la interpretación según la cual una prohibición absoluta del antiguo misal “no podía justificarse ni desde el punto de vista jurídico ni desde el punto de vista teológico” [3]. En consecuencia, el artículo 1 de Summorum Pontificum afirmaba que era evidente que el misal tridentino nunca había sido abrogado. Sin embargo, no daba ninguna explicación al respecto.

Esta legitimación jurídica por parte de Benedicto XVI de la no utilización de la reforma por un cierto número de católicos sólo podía basarse en una legitimación de fondo de las razones de su rechazo. Joseph Ratzinger siempre había admitido, aunque mínimamente, pero muy claramente, que la reforma litúrgica no era una buena reforma. En 1966, en una conferencia en Münster, donde entonces era profesor, seguida de otra en Bamberg, en el Katholikentag (el encuentro de católicos alemanes que se organiza cada dos años), atacó el “nuevo ritualismo” de los expertos litúrgicos que sustituían las antiguas costumbres creando “formas” y “estructuras” sospechosas, como el obligado “cara a cara”. En Mi vida [4], lo explica subrayando la radicalidad de la deconstrucción/reconstrucción: “Derribamos el viejo edificio para construir uno nuevo” [5], haciéndose eco del “sentir de la época”.


Con ello se hacía eco del sentimiento generalizado entre los católicos de que todo se había puesto patas arriba, estuvieran a favor o en contra. Y si estaban en contra, hablando de protestantismo, el arzobispo Marcel Lefebvre lo había atacado en 1975 en La messe de Luther (La Misa de Lutero) [6]; Julien Gracq, que procedía de un entorno laico, fue aún más lejos, señalando que el protestantismo “de repente parece -al lado de este ágape desnudo e íntimo- meloso, orquestado, descarnado” [7].

Luego vino la inversión de jurisprudencia por parte de Francisco: Pablo VI, según él, había querido obligar/prohibir. Ahora nos encontramos ante dos interpretaciones opuestas de la obligatoriedad de la nueva liturgia por parte de los papas encargados de su aplicación: la de Francisco en Traditionis custodes, art. 1: “Los nuevos libros litúrgicos 'son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano' - frente a la de Benedicto en Summorum Pontificum, art. 1: el misal tridentino 'debe ser considerado como una expresión extraordinaria de la misma lex orandi”. Un cardenal, que no nombraremos, intentó una síntesis 50/50: “Benedicto ha permitido demasiado; Francisco ha prohibido demasiado”.

La oscuridad jurídica va en aumento:

Traditionis custodes permite a los obispos una posible y muy restringida concesión para usar el Misal romano de 1962 y sugiere que existe la obligación de usar los nuevos sacramentos y otras ceremonias del ritual y pontifical.

● La Responsa de la Congregación para el Culto Divino del 4 de diciembre de 2021 especifica que ya no es posible celebrar con el ritual romano y el pontifical romano anteriores a la reforma del Vaticano II (es decir, la edición típica del ritual de 1952 y la edición típica del pontifical de 1961 y 1962 [8]). Por lo tanto, no está permitido conferir Bautismos, Confirmaciones, Ordenaciones, los Sacramentos de la Penitencia y la Extrema Unción, bendecir Matrimonios, recitar el Oficio Divino, al menos en público, celebrar funerales, bendecir agua, bendecir casas, medallas, etc., según la forma antigua. Aunque, curiosamente, el obispo puede conceder licencia para utilizar el ritual prohibido a parroquias personales creadas para celebrar la liturgia tradicional, pero no la pontificia [9].

● Además, un decreto publicado el 11 de febrero de 2022 permite a los miembros de la Fraternidad de San Pedro “administrar los sacramentos y otros ritos sagrados, y celebrar el Oficio Divino, según las ediciones típicas de los libros litúrgicos vigentes en el año 1962, es decir, el Misal, el Ritual, el Pontifical y el Breviario Romano”. El decreto especifica que pueden usar esta facultad “en sus propias iglesias y oratorios; en cualquier otro lugar, la usarán sólo con el consentimiento del ordinario del lugar”.

A la espera de que venga otro giro jurisprudencial que nos explique que el ritual tradicional romano y el pontifical romano nunca han sido abrogados.

Razones por las que deben conservarse los sacramentos tradicionales

1 - La nueva liturgia no está dividida: puede ser tomada o rechazada en su totalidad.

La reforma litúrgica es un bloqueo, por utilizar las palabras de Clémenceau, sobre otra revolución, y pretende serlo. Desde su punto de vista, lo que proponen las disposiciones actuales que distinguen entre la misa y los sacramentos es inconcebible. Es cierto que la reforma del misal es el acto más importante de la reforma litúrgica, pero el objetivo de esta última es global. Todos los libros fueron modificados, y muy profundamente. El carácter total de la reforma litúrgica postconciliar se manifiesta en la voluntad de mostrar a través de ella “un nuevo rostro de la Iglesia”, transformando el conjunto del culto romano para ofrecer una lex orandi “más accesible a los hombres de nuestro tiempo” (en particular, reduciendo la expresión de “dogmas duros”, tanto en la Misa como sacrificio propiciatorio, como en el Bautismo como lucha contra el demonio y el pecado original, etc.).

Como las celebraciones de los demás sacramentos son actos menos importantes que la celebración de la Eucaristía, no se les presta tanta atención. El hecho es que todo el mundo construido sobre la liturgia tridentina ha sido descartado. De hecho, la “nueva liturgia” constituye un mundo “diferente”. Aunque Summorum Pontificum hable de “formas” distintas del rito romano, se trata efectivamente de dos ritos distintos, pero no como los ritos orientales se distinguen del rito romano: el nuevo rito pretende sustituir al antiguo como un todo suplanta a otro todo. De hecho, en la liturgia, todas las partes se mantienen unidas y responden unas a otras en torno al centro, la Eucaristía, y todos los demás sacramentos se ordenan en torno a ella. El Misal Antiguo y el Misal Reformado son, pues, los corazones respectivos de la Antigua y la Nueva Liturgia. Los que se niegan a usar la nueva Eucaristía serían incoherentes si aceptaran los nuevos sacramentos.

De hecho, fue esta unidad intrínseca la que se puso de relieve en el primer texto que reconocía la legitimidad de las celebraciones antiguas, la Carta Quattuor abhinc annos, que prohibía cualquier mezcla entre las dos liturgias: “Que no se mezclen los ritos y los textos de uno y otro misal”. Es cierto que, en 2007, en la Carta a los obispos que acompañaba a Summorum Pontificum, Benedicto XVI dijo, por el contrario, que las dos “formas de uso” del rito romano “pueden enriquecerse mutuamente”. Pero este “enriquecimiento”, esta mezcla, que se reducía, para el antiguo misal, a la posible inserción de nuevos santos y nuevos prefacios, tenía un carácter subversivo para el nuevo. Para el misal de Pablo VI, las posibilidades de enriquecimiento eran tan amplias como vagas, y “será posible manifestar de una manera más fuerte de lo que a menudo ha sido el caso hasta ahora, esa sacralidad que atrae a muchas personas al rito antiguo”.

2 - La Liturgia Antigua forma un todo coherente: si se utiliza el Misal antiguo, también deben utilizarse los demás libros

Si la nueva liturgia es un bloque, la liturgia antigua es un todo coherente que no se puede disociar.

Históricamente, el arzobispo Marcel Lefebvre, tras algunas vacilaciones, optó por adoptar las últimas ediciones típicas del Misal Tridentino, el Breviario Tridentino y el Pontifical Tridentino, de 1961 y 1962, por razones de comodidad (había muchos libros sin vender) y de lógica: estos libros contenían la liturgia romana en el estado inmediatamente anterior a la reforma iniciada en 1964.

En este punto, es erróneo referirse al “Misal de 1962”. Es más correcto hablar de la última edición típica del Misal Tridentino. Además, el misal que siguió, el primero de la reforma, el publicado por la Congregación de Ritos el 27 de enero de 1965, aunque sigue conteniendo el ofertorio y el canon romano y muchos otros textos antiguos, deja de contener en sus primeras páginas la bula Quo primum que promulga el Misal Tridentino.

Hay que señalar aquí un detalle curioso: a las ediciones típicas siguen las ediciones juxta typicam. El último juxta typiquam de la edición de 1962 (que añade la mención de San José al canon de la Misa) está fechado el 1 de enero de 1964, tres semanas antes del motu proprio Sacram liturgiam del 25 de enero de 1964, en el que Pablo VI puso en marcha la reforma creando una Comisión ad hoc. El primer misal de Pablo VI fue, pues, un misal tridentino...

De acuerdo con esta decisión de Lefebvre, la liturgia celebrada por los sacerdotes tradicionales se basaba generalmente en las principales ediciones típicas vigentes en 1962:

● El Misal Romano, del 23 de junio de 1962;

● La del Pontifical Romano, fechada el 13 de abril de 1961 para la parte 2 y el 28 de febrero de 1962 para las partes 1 y 3 y el apéndice;

● El del Breviario Romano, de 4 de febrero de 1961;

● El Ritual Romano del 25 de enero de 1952;

● El del Martirologio Romano de 1914 (con las últimas variaciones del 26 de julio de 1960);

● El del Ceremonial de los Obispos de 1886.

Naturalmente, a partir de 1984, las decisiones inspiradas por el cardenal Ratzinger refrendaron esta regla informal, que era la más extendida entre los usuarios de la antigua liturgia: la Carta Quattuor abhinc annos daba a los obispos la opción de permitir que “la Misa se celebre utilizando el Misal Romano según la edición típica de 1962”. Para los demás libros, esta regla del “estado de 1962” se respetó, antes de la reforma, y fue definitivamente ratificada por el motu proprio Summorum Pontificum (art. 9) y por la instrucción de aplicación Universæ Ecclesiæ (art. 28).

3 - En una situación minoritaria, los usuarios del Rito Antiguo no pueden permitirse el lujo de ceder terreno

Empezamos mencionando la situación de una minoría que tiene tanto más éxito en hacerse oír cuanto que su causa está en consonancia con la esencia de la transmisión del depósito de la fe, resumida por el concepto de Tradición. De hecho, en esta batalla teóricamente desigual, los “ancianos” se benefician de la mala conciencia de los “modernos” y de su difuso sentimiento de ilegitimidad.

Pero los “ancianos” no llevan en modo alguno las riendas del poder. Y este estado de cosas conlleva obligaciones: cualquier negociación de sus posiciones, cualquier cesión de terreno, es extremadamente peligroso para ellos tal como están las cosas. Y peligroso para todos los usuarios de la Liturgia Tradicional, como subrayaremos en relación con las exigencias del bien común.

En cambio, cuando esta liturgia haya recuperado su lugar, en toda la Iglesia o en algunas partes de ella, será ciertamente oportuna una tolerancia que permita a los usuarios de la nueva liturgia un proceso de transición para que puedan reintegrarse más fácilmente y por grados a la antigua liturgia, proceso que llamamos “la reforma de la reforma”.

4 - La propuesta de celebrar los nuevos ritos en latín es un señuelo

A menudo se ofrece a los sacerdotes y fieles apegados al antiguo rito los nuevos sacramentos, pero celebrados en latín, como una especie de consuelo.

Ciertamente, la lengua latina, muy poco habitual en la nueva liturgia, ofrece en sí misma la seguridad de una cierta dignidad en la ejecución del rito. Aunque no tiene la fuerza del giro del altar hacia el Señor, se puede admitir que trae consigo una cierta tradicionalización del nuevo rito sacramental.

Pero este uso del latín no deja de ser un señuelo, porque es evidentemente el nuevo contenido el que causa el problema. Es incluso una trampa en la medida en que su aceptación da crédito al hecho de que la reivindicación de una liturgia antigua es ante todo una cuestión de sensibilidad estética, en la que el latín tiene mucho que ver.

En un artículo de Catholica titulado “La messe de l'avenir”  (La Misa del Futuro) [10], el padre Jean-Paul Maisonneuve relata una propuesta formulada a menudo en el momento de la imposición del novus ordo por los defensores del antiguo, Jean Madiran, Louis Salleron, e incluso Marcel Lefebvre: “Preferiríamos la Misa Tradicional en francés antes que la nueva misa en latín”. El padre Maisonneuve comenta: “Hoy, como ayer, se nos ofrece la celebración del NOM en latín, pero eso no nos interesa, porque es el propio NOM lo que rechazamos. En cambio, aceptaríamos el VOM con amplias zonas en lengua vernácula, siempre que no fuera un pretexto para acabar erradicando el latín, como el canto gregoriano”. Como señala Jean-Paul Maisonneuve, el latín nunca ha sido una lengua muerta, hoy menos que nunca, y a menudo en espacios culturales independientes de la Iglesia”.

Esto es tanto más cierto en el caso de los Sacramentos, ya que la lengua vulgar ha sido durante mucho tiempo parte integrante de su celebración tradicional. Así lo atestigua el Ritual latino-francés autorizado por la Congregación de Ritos el 28 de noviembre de 1947.

5 - El servicio del bien común de la Iglesia exige que cada uno cumpla con su deber litúrgico, que en ultima instancia, 
se reduce a la profesión de fe.

La Iglesia es un Cuerpo, el Cuerpo Místico, dentro del cual, además, existe ese cuerpo clerical y sacerdotal que participa en las funciones sagradas del Sumo Sacerdote. Se trata de una afirmación que no basta profesar, sino que hay que vivir.

En este Cuerpo místico, pero también especialmente en los miembros que tocan la Cabeza del Cuerpo a través de su ser sacerdotal, la acción virtuosa de cada miembro y de cada clérigo beneficia a todos los demás. Y a la inversa, cualquier debilidad individual debilita a todo el Cuerpo. Si es verdad, pues, que la Liturgia Tradicional, en su conjunto y en cada una de sus partes, aporta eminentes frutos de salvación a las almas, es un grave deber moral, que en última instancia entra dentro de la profesión de fe, el darle vida en su totalidad, ya sea para los fieles a través de sus peticiones, como para los sacerdotes y obispos a través de su celebración.

Este deber pesa especialmente sobre los sacerdotes que, por su historia personal o su pertenencia a comunidades, son “especialistas” en la Liturgia Tradicional. Deben resistir a cualquier invasión a lo tradicional. Al hacerlo, proporcionan un poderoso apoyo a los párrocos que celebran la Misa y los Sacramentos tradicionales, a veces con grandes dificultades.

Notas:

[1] Jean Madian, Histoire de la messe interdite, Via Romana, 2 números, 2007, 2009.

[2] La constitución del Missale Romanum estipulaba que el nuevo misal sería obligatorio a partir del 30 de noviembre de 1969, una vez aprobadas las traducciones. Una nota del 14 de junio de 1971 de la Congregación para el Culto Divino lo confirmaba y precisaba que sólo los sacerdotes ancianos o enfermos podían obtener permiso de su Ordinario para utilizar el antiguo misal.
  
[3] Carta del cardenal Casaroli, Secretario de Estado, 18 de marzo de 1984. Véase Claude Barthe, “Le moment Ratzinger et l'officialisation de la contestation”, en La Messe de Vatican II. Dossier historique, Via Romana, 2018, pp. 269-272.

[4] Edizioni San Paolo, 1997 - Edición francesa: Mi Vida, recuerdos (1927-1977), 2005.

[5] Joseph Ratzinger, 
Mi Vida, recuerdos, op. cit, p. 134.

[6] ACCR, 2019.

[7] Y continúa: “Huysmans es una buena piedra de toque para detectar el cambio actual del catolicismo. A lo que se convirtió fue a todo lo que la Iglesia acababa de desechar, y nada más que a lo que la Iglesia acababa de desechar. Es probable que las conversiones de escritores y artistas sean muy raras en el futuro”.
 (Julien Gracq, “Œuvres complètes”, Gallimard, Pléiade, II, p. 290-29).

[8] Las ediciones típicas son ediciones de referencia publicadas por la Congregación Romana para la Liturgia (antes Congregación de Ritos, ahora Congregación para el Culto Divino) y publicadas como tales por decreto. Después de las primeras ediciones de los libros litúrgicos tridentinos, se publicaron sucesivas ediciones típicas, teniendo en cuenta aclaraciones y modificaciones (en particular debidas a la adición de fiestas de nuevos santos al breviario y al misal).

[9] Además de la comunión eucarística, los Sacramentos comprendidos en el Ritual Romano Tradicional son el Bautismo, la Confirmación cuando es administrada por un sacerdote, la Penitencia, la Extrema Unción y el Matrimonio. Los Sacramentos tratados en el Pontifical Romano son (además del Bautismo y el Matrimonio conferidos por un obispo) las Confirmaciones y Ordenaciones.

[10] Catholica, verano-otoño 2023, pp. 81-84.



VITA MUTATUR, NON TOLLITUR

Elogio fúnebre para Monseñor Richard Nelson Williamson pronunciado por el Arzobispo Carlo Maria Viganò

Tuis enim fidelibus, Domine,
vita mutatur, non tollitur;
et, dissoluta terrestris hujus incolatus domo,
æterna in cælis habitatio comparatur.

Porque a tus fieles, Señor
la vida se cambia, no se quita
y habiendo pasado de la morada terrenal
se prepara la morada celestial eterna.

Mons. Richard Nelson Williamson
(8 de marzo de 1940-29 de enero de 2025)

Un querido Amigo, un venerado hermano en el Episcopado, un compañero de fatigas ha concluido su peregrinación terrena y ha pasado a la eternidad. Y en estas horas de luto, aliviadas sólo por los ojos de la Fe, no podemos dejar de llorar su fallecimiento, de recordar su denodada lucha, su fidelidad, su labor al servicio de la Santa Madre Iglesia, y de recurrir a la oración por el sufragio de su alma.

Mi amistad fraternal con Mons. Williamson es relativamente reciente. Comenzó en el momento en que me enfrenté a las Autoridades romanas, después de haber madurado la conciencia de la revolución conciliar y de sus efectos devastadores, conciencia a la que Su Excelencia había llegado mucho antes que yo. De nuestros encuentros conservo el recuerdo de su capacidad para conciliar la adhesión incondicional a la Verdad Católica con un aflato de verdadera Caridad y una fuerza incansable en la predicación de la Palabra oportuna e inoportuna. Recuerdo su trato humilde y afable. Como verdadero caballero británico, tenía un agudo sentido del humor. Su vasta cultura no le impedía comportarse con sencillez y modestia, incluso en su pobreza de vestimenta. Recuerdo bien la raída sotana que llevaba habitualmente y su reticencia a hacer cumplidos artificiales.

Convertido del anglicanismo y educado en la Fe tradicional en la escuela de un gran Arzobispo, Monseñor Marcel Lefebvre, supo permanecerle fiel incluso ante los fracasos de sus hermanos, cuando las conveniencias humanas y los cálculos diplomáticos prevalecieron sobre el legado del Arzobispo francés. El arzobispo Williamson fue desobediente a una Roma apóstata; desobediente a un conservadurismo enconado que había olvidado las verdaderas razones de su existencia; desobediente a un mundo incapaz de escuchar la verdad a la cara. Esta aparente desobediencia suya -que le vincula indisolublemente a la figura de monseñor Lefebvre, el “obispo rebelde” que se atrevió a desafiar el modernismo de Pablo VI y Juan Pablo II- fue la causa de que en 2012 fuera abandonado y expulsado de la Fraternidad San Pío X a la que pertenecía, por su falta de voluntad de llegar a un acuerdo con la Roma conciliar y el pseudoconservadurismo de Benedicto XVI.

A partir de entonces, Mons. Williamson se comprometió a construir una “resistencia católica” que pudiera contrarrestar eficazmente la apostasía de las autoridades romanas, por un lado, y los compromisos y claudicaciones de la Fraternidad San Pío X, por otro, cuyos Superiores estaban cada vez más atrapados en la búsqueda de la normalización canónica. Monseñor Williamson era un hombre libre, sobre todo en lo que respecta a no conformarse con la corrección política, y nunca se preocupó por la imagen que la prensa daba de él. En su lúcida visión geopolítica, anticipó muchas ideas que hoy se apoyan en los hechos, empezando por el papel del sionismo en el ataque a la sociedad cristiana. Vivió pruebas y humillaciones sin aspavientos, manteniendo la serenidad de alma y buscando en todo únicamente la gloria de Dios y su propia asimilación a Cristo Sacerdote.

Cuando, en 2020, alcé mi voz para denunciar el fraude psicopandémico, compartíamos la misma visión del mundo y de sus tribulaciones geopolíticas, identificando el globalismo como el punto de convergencia de las ideologías de los tiempos modernos, y la relación entre el Estado profundo y la Iglesia profunda como la verdadera amenaza para la humanidad y la Iglesia.

Era un ferviente devoto de la Santísima Virgen y especialmente de Nuestra Señora de Fátima. Su persuasión de la victoria del Inmaculado Corazón, según las promesas de Nuestra Señora, fue el faro de su vida interior y de su acción, y el fiel rezo del Santo Rosario su arma invencible.

La hemorragia cerebral que le sobrevino en las últimas semanas no le impidió, por la gracia de Dios, recibir el consuelo de los Sacramentos y ser acompañado por quienes estaban cerca de él en el momento en que obdormivit in Domino (se durmió en el Señor). Así, en un tranquilo sueño del cuerpo, el Señor quiso que terminase una vida de luchador en las trincheras de la Santa Iglesia, lamentado por sus amigos y aún respetado por sus adversarios.

La doctrina católica sobre los Sufragios, admirablemente expresada en la Liturgia tradicional que Monseñor Williamson ha guardado y transmitido siempre y celosamente, se inspira en el segundo Libro de los Macabeos del Antiguo Testamento. Así, Judas Macabeo hizo ofrecer el sacrificio expiatorio por los muertos, para que fueran absueltos de pecado (2 Mac 12, 45).

Es este Sacrificio expiatorio el que celebramos con el solemne funeral de nuestro venerado hermano Obispo. Un Sacrificio prefigurado por los signos de la Antigua Ley y cumplido en Cristo en la Nueva y Eterna Alianza. Un Sacrificio que el Obispo Williamson celebraba cotidianamente, en la forma conservada a través de los siglos por la Santa Iglesia, porque veía justamente en él el cumplimiento de las antiguas promesas, y la promesa de infinitas Gracias para el futuro.

Es la Santa Misa, en definitiva, la que une a todos los católicos, y en particular a nosotros, Ministros de Dios, en una procesión ininterrumpida que atraviesa todas las regiones de la tierra y todos los tiempos hasta el fin del mundo. Es la Misa Apostólica, la Misa de San Gregorio Magno, de San Pío V, de San Pío X, del Padre Pío, de Mons. Lefebvre. La Misa que es nuestra en cuanto síntesis orante de nuestra Fe, de la Fe de la Iglesia. La Misa que es nuestra y de los fieles, y de la que Roma conciliar y sinodal querría sin embargo privarnos, porque sabe bien que ese Rito venerable refuta y condena todos sus errores, todos sus silencios cobardes, todas sus complicidades cobardes.

Tu es sacerdos in æternum secundum ordinem Melchisedech, dice la divina Sabiduría. Mientras haya sacerdotes y Obispos que sigan el ejemplo de verdaderos Pastores como Mons. Lefebvre y Mons. Williamson, el Sacrificio Perenne no fallará, y será gracias a él que podremos atravesar victoriosamente estos dramáticos momentos de tribulación que preludian los últimos tiempos.

Esta asimilación del Sacrificio no puede ser meramente ritual. Cada alma sacerdotal -os lo digo a vosotros, queridos hermanos clérigos- debe convertirse también en víctima mística, siguiendo el modelo de la Víctima pura, santa e inmaculada, para completar en la propia carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para el bien de su cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24). Es lo que hizo Mons. Williamson, que aceptó sufrir la persecución y el exilio por amor a Cristo y para no renegar de los solemnes compromisos asumidos en la plenitud del Sacerdocio.

En el Paraíso, reunidos en adoración al Cordero y a la Santísima Trinidad en la eterna Liturgia celestial, todos los Santos de todos los tiempos están unidos en su amor al Sacrificio perfecto. Recemos para que el Obispo Williamson sea recibido en las huestes celestiales, y para que desde allí nos contemple repitiendo los gestos sagrados y las palabras santas que tuvo en sus labios hasta pocos días antes de dejarnos.

El lema episcopal de Mons. Williamson era Fidelis inveniatur, tomado de la Primera Carta a los Corintios: Que los hombres nos consideren ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se requiere de los administradores es que cada uno sea hallado fiel (I Cor 4,1-2). Porque el administrador no es el dueño del bien, sino el que debe entregarlo tal como lo ha recibido a los que vendrán después de él. Y esto fue exactamente lo que hizo nuestro hermano Obispo, consciente de las palabras del Apóstol: En cuanto a mí, mi sangre está a punto de ser derramada en libación, y ha llegado el momento de arriar las velas. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Ahora sólo me queda la corona de justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su manifestación (Tim 4,6-8).

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

2 DE FEBRERO: LA PURIFICACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN Y LA PRESENTACIÓN DE SU DIVINO HIJO EN EL TEMPLO


La Purificación de Nuestra Señora y la Presentación de su divino Hijo en el templo nos la refiere el Sagrado Evangelio con estas palabras: 

Cumplidos los cuarenta días (del nacimiento de Cristo) y llegado el día de la purificación de la madre, según la ley de Moisés, José y María llevaron el niño a Jerusalén para presentarle al Señor: Todo varón que nazca primogénito será consagrado al Señor, y para ofrecer un par de tórtolas o dos palominos.

Vivía a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba de día en día la consolación de Israel y la venida del Mesías prometido. Y el Espíritu Santo estaba en él con gracia de profecía, y le había revelado que no había de morir antes de ver entrar al templo el niño Jesús con sus padres José y María, para cumplir lo prescrito por la ley, Simeón tomó al niño con grande gozo en sus brazos, diciendo:

- Ahora, Señor, deja a tu siervo en paz, según la promesa de tu palabra porque ya han visto mis ojos al Salvador que has enviado para que, manifiesto a la vista de todos los pueblos, sea la lumbre de las Naciones y la gloria de tu pueblo Israel.

Escuchaban admirados y gozosos José y María las cosas que decía del niño, y Simeón bendijo a entrambos, y dijo a la madre:  

- Mira que este niño está destinado para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señalar a la que se hará contradicción, lo cual será para ti una espada que atravesará tu alma, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones. 

Hallábase asimismo en Jerusalén una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel de la tribu de Asser, la cual ya era de edad muy avanzada. Habíase casado en su juventud y vivido con su marido siete años; pero después se había conservado en su viudez hasta los ochenta y cuatro años, no saliendo del templo y sirviendo en él a Dios día y noche con ayunos y oraciones. 

Ésta, pues, llegándose en aquella hora, prorrumpió en alabanzas de Dios y en hablar maravillas de aquel Niño a todos los que esperaban la Redención de Israel. (S. Luc. II).

 

sábado, 1 de febrero de 2025

1 DE FEBRERO: SAN IGNACIO, OB. y MR.


San Ignacio, obispo y mártir

(✝ 110)

En tiempo que imperaba Trajano, era obispo de Antioquia San Ignacio, que sucedió en aquella silla a Evodio, y Evodio a San Pedro. Tuvo Ignacio estrecha familiaridad con San Juan Evangelista y con San Policarpo, obispo de Esmirna, su condiscípulo y compañero, lo cual es grande argumento de su admirable santidad. Hacía en todo, oficio de vigilante pastor y habiendo oído en una maravillosa visión que tuvo, multitud de ángeles que cantaban a coros himnos y alabanzas a la Santísima Trinidad, ordenó en su iglesia de Antioquia que se cantase a coros; lo cual siguieron e imitaron después las otras iglesias. Vino en esta sazón a Antioquia el emperador Trajano, y mandando llamar al santísimo Obispo, le dijo: 

- ¿Eres tú aquel Ignacio que te haces llamar Deífero y eres cabeza de los que hacen burla de los dioses?

- Yo -respondió el santo- soy Ignacio, y me llaman Deífero, porque traigo esculpido en mi alma a Cristo que es mi Dios. 

- Yo te prometo -le dijo Trajano- hacerte sacerdote del gran Júpiter, si sacrificas a los dioses inmortales. 

A lo cual contestó el Santo Pontífice:

- Soy sacerdote de Cristo al cual ofrezco cada día sacrificio, y ahora deseo sacrificármele a mí mismo, muriendo por él, así como él murió por mí.

Finalmente, después de largas razones, no teniendo el emperador esperanza de hacer mella en aquel pecho armado de Dios, sentenció contra él que fuese llevado a Roma, y allí, en el teatro, echado vivo a los leones. 

Lloraban todos los fieles de Antioquía, y habiendo el santo mártir encomendado al Eterno Pastor aquella iglesia que había gobernado por espacio de cuarenta años, él mismo, con grande gozo se puso las cadenas y se entregó a los soldados y sayones que habían de conducirle a Roma. Al pasar por Esmirna halló a su queridísimo amigo Policarpo porque Ignacio le había ganado de mano, e iba antes que él a gozar de Dios con la corona del martirio.

Entró el fervoroso Mártir de Cristo en el teatro de las fieras, y viendo que toda la ciudad le miraba y tenía puesto los ojos en él, les dijo estas palabras:

- No penséis, oh romanos, que soy condenado a las bestias por algún maleficio o delito indigno de mi persona, sino porque deseo unirme con Dios, del cual tengo una sed insaciable.

Y oyendo los bramidos de los leones que ya venían, clamó:

- Trigo soy de Cristo, voy a hacer molido por los dientes de los leones para hacerme sabroso pan de mi Señor Jesucristo.

Y diciendo estas palabras los leones hicieron presa en el santo, y le devoraron.


LA MISA DE LUTERO

Publicamos el discurso de Monseñor Lefebvre sobre las sorprendentes similitudes entre la “nueva misa” y la “misa de Lutero” el día 15 de febrero de 1975 en Florencia, Italia.


Señoras y señores:

Deseo hablaros esta tarde sobre la “misa evangélica” de Martín Lutero y de la sorprendente semejanza entre sus innovaciones litúrgicas de hace más de cuatro siglos y el nuevo orden de la Misa recientemente promulgado, el Novus Ordo Missae.

¿Por qué son importantes estas consideraciones? Por el papel destacado que, según el propio Presidente de la Comisión Litúrgica, se ha concedido al concepto de ecumenismo en la realización de estas reformas. Porque, además, si podemos afirmar que existe una estrecha relación entre las innovaciones de Lutero y el Novus Ordo, entonces la cuestión teológica, es decir, la cuestión de la fe, debe plantearse en los términos del conocido adagio "lex orandi, lex credendi"; la ley de la oración no puede cambiarse profundamente sin cambiar la ley de la fe.

Para ayudarnos a comprender las reformas litúrgicas actuales, conviene examinar cuidadosamente los documentos históricos reales sobre las reformas de Lutero.

Para comprender el objetivo de Lutero al presentar sus reformas debemos recordar brevemente la doctrina de la Iglesia con respecto al Sacerdocio y al Santo Sacrificio de la Misa.

El Concilio de Trento (1562) enseña que Nuestro Señor Jesucristo, queriendo que su sacerdocio continuara después de su muerte en la cruz, instituyó en la Última Cena un sacrificio visible destinado a aplicar el efecto salvífico de su Redención a los pecados de la humanidad. Por eso, Cristo instituyó el Orden Sagrado y, eligió a sus Apóstoles y a sus sucesores para que fueran los sacerdotes del Nuevo Testamento, los marcó como tales con un carácter sagrado e indeleble.

Este Sacrificio instituido por Cristo se realiza en nuestros altares por la acción sacrificial del mismo Redentor, verdaderamente presente bajo las especies del pan y del vino, ofreciéndose como víctima a su Padre. Y al participar en la Comunión de esta Víctima, nos unimos al Cuerpo y a la Sangre de Nuestro Señor, y nos ofrecemos también en unión con Él.

Así, la Iglesia enseña, en primer lugar, que el sacerdocio del sacerdote es esencialmente diferente del de los fieles, que no tienen el sacerdocio pero pertenecen a una Iglesia que esencialmente requiere un sacerdocio. Es profundamente apropiado que este sacerdocio sea célibe y que sus miembros se diferencien de los fieles por la vestimenta clerical.

En segundo lugar, el acto litúrgico esencial realizado por este Sacerdocio es el Santo Sacrificio de la Misa, diferente del Sacrificio de la Cruz solamente en que este último es un sacrificio cruento, y el primero es un sacrificio incruento. El Sacrificio de la Misa se realiza mediante la acción sacrificial de recitar las palabras de la Consagración, y no simplemente recitando una narración o haciendo un recuerdo de la Pasión o de la Última Cena.

En tercer lugar, en virtud de este acto sublime y misterioso, los efectos de la Redención se aplican tanto a las almas de los fieles de la Tierra como a las del Purgatorio. Esta doctrina se expresa de la manera más admirable en el ofertorio de la Misa.

En cuarto lugar, se requiere la presencia real de la Víctima, que se realiza mediante la conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor. Por eso se nos exige adorar la Eucaristía y reservarle el máximo respeto, de donde proviene la tradición de que sólo los sacerdotes distribuyan la Sagrada Eucaristía y cuiden de su custodia.

De lo anterior se desprende, finalmente, que aunque el sacerdote celebre la Misa y tome la Comunión solo, sin embargo, realiza un acto público, un sacrificio de igual valor que cualquier otra Misa y de valor infinito, tanto para el celebrante como para toda la Iglesia. Por consiguiente, la Iglesia alienta vivamente las Misas celebradas en privado.

Los principios antes mencionados son la base de las oraciones, la música y las ceremonias que han hecho de la Misa en latín del Concilio de Trento una verdadera joya litúrgica. La doctrina profundamente conmovedora del Concilio de Trento sobre el Canon, el elemento más precioso de la Misa, afirma:
"Como conviene que las cosas santas sean administradas santamente, y este sacrificio es el más santo de todos, la Iglesia Católica, para que fuera ofrecido y recibido digna y reverentemente, instituyó hace muchos siglos el santo Canon, que está tan libre de error, que no contiene nada que no tenga en sumo grado sabor a cierta santidad y piedad y eleve a Dios los ánimos de los que lo ofrecen. Pues se compone en parte de las mismas palabras del Señor, en parte de las tradiciones de los Apóstoles, y también de piadosas prescripciones de los santos Pontífices" (Actas del Concilio de Trento, sesión 22, capítulo IV).
Examinemos el modo en que Lutero llevó a cabo su reforma de la liturgia, es decir, la “misa evangélica”, como él mismo la llamaba. De particular interés en este esfuerzo son las palabras del propio Lutero, o de sus discípulos, con respecto a las reformas. Es esclarecedor observar las tendencias liberales que inspiraron a Lutero:

En primer lugar, escribe, "Quisiera pedir amablemente y por el amor de Dios a todos aquellos que vean este orden de servicio o deseen seguirlo: no lo conviertan en una ley rígida para atar o enredar la conciencia de nadie, sino úsenlo en libertad cristiana mientras, cuando, donde y como lo encuentren práctico y útil" (T. C. Tappert, ed., Selected Writings of Martin Luther, vol. 3, p. 397). "El culto" -continúa- "antes estaba destinado a rendir homenaje a Dios; de ahora en adelante se dirigirá al hombre para consolarlo e ilustrarlo. Mientras que antes el sacrificio ocupaba el lugar de honor, de ahora en adelante lo más importante será el sermón" (de Léon Christiani, Du luteranisme au protestantisme (1910), p. 312).

Reflexiones de Lutero sobre el sacerdocio

En su obra sobre las Misas celebradas en privado, Lutero trata de demostrar que el sacerdocio católico es una creación de Satanás. Fundamenta esta afirmación en el principio, que desde entonces es fundamental para su pensamiento, de que lo que no está en la Sagrada Escritura es una adición de Satanás. Por consiguiente, para Lutero, puesto que la Escritura no menciona el sacerdocio visible, sólo puede haber un sacerdote y un Pontífice, Cristo. Con Cristo todos estamos llamados al sacerdocio, lo que hace que éste sea a la vez único y universal. ¡Qué locura pretender limitarlo a unos pocos! Del mismo modo, todas las distinciones jerárquicas entre los cristianos son dignas del Anticristo: "¡Ay, pues, de los que se llaman sacerdotes!" (Christiani, Ibid., p. 269).

En 1520, Lutero escribió "A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre la reforma del Estado cristiano", en el que ataca a los romanistas e insta a la convocación de un concilio libre:
"El primer muro que construyeron los romanistas es la distinción entre clérigos y laicos. Es pura invención que al papa, obispos, sacerdotes y monjes se les llame estado espiritual, mientras que a los príncipes, señores, artesanos y campesinos se les llame estado temporal. Esto es, en verdad, un engaño y una hipocresía. Todos los cristianos son verdaderamente del estado espiritual, y no hay diferencia entre ellos excepto la del cargo... El papa o el obispo unge, confiere la tonsura, ordena, consagra y prescribe un hábito diferente al de los laicos. Bien podría convertir a un hombre en hipócrita al hacerlo, pero nunca en cristiano o en hombre espiritual... Quien sale del agua del bautismo puede jactarse de que ya es sacerdote, obispo y papa consagrado, aunque, por supuesto, no es apropiado que cualquiera ejerza tal cargo". (Tappert, Ibid., vol. 1, 23-65)
Con esta doctrina, Lutero se desprendió tanto del hábito clerical como del celibato. De hecho, él y sus discípulos mostraron el camino al casarse.

¿Cuántas de las reformas del Vaticano II reflejan las propias conclusiones de Lutero? El abandono de la vestimenta clerical y religiosa, la generalización de los matrimonios de religiosos sancionados incluso por la Santa Sede, la supresión de las distinciones entre sacerdotes y laicos. Este igualitarismo se manifiesta además en el reparto de funciones litúrgicas que antes estaban reservadas al sacerdocio.

La abolición de las Ordenes Menores y del Subdiaconado, y la creación de un Diaconado casado, han contribuido también a la concepción puramente administrativa del sacerdote, en detrimento de su carácter esencialmente sacerdotal, de modo que uno es ordenado principalmente “para servir a la comunidad” y ya no con el propósito de ofrecer el Sacrificio de Cristo, que es lo único que justifica la concepción católica del Sacerdocio.

Los “sacerdotes obreros”, los que pertenecen a sindicatos o a cargos remunerados por el Estado contribuyen igualmente a difuminar las distinciones entre sacerdocio y laicado. De hecho, las innovaciones van mucho más allá de las de Lutero.

El segundo grave error doctrinal de Lutero se deriva del primero y se funda en su principio rector: la salvación viene únicamente de la fe y la confianza en Dios, y no de las buenas obras, negando así el valor del acto sacrificial que es la Misa Católica.

Para Lutero, la Misa es un sacrificio de alabanza, es decir un acto de alabanza, de acción de gracias, pero ciertamente no un sacrificio expiatorio que recrea el Sacrificio del Calvario y aplica sus méritos.

Al describir las “perversiones” litúrgicas que observó en algunos monasterios, escribió: “La principal expresión de su culto, la Misa, supera toda impiedad y abominación en cuanto que hacen de ella un sacrificio y una buena obra. Si ésta fuera la única razón para dejar el hábito y el convento y abandonar los votos, sería más que suficiente” (Christiani, p. 258).

Para Lutero, la Misa, que debe ser simplemente una comunión, ha sido sometida a una triple esclavitud: los laicos han sido privados del uso del cáliz, han sido atados como un dogma a la opinión tomista sobre la transubstanciación, y la Misa ha sido convertida en un sacrificio.

"Es, pues, manifiestamente erróneo e impío -declaró- ofrecer o aplicar los méritos de la Misa por los pecados, o en reparación de los mismos, o por los difuntos. La Misa es ofrecida por Dios al hombre, y no por el hombre a Dios". (Christiani)

"En cuanto a la Eucaristía, que debe impulsar ante todo a la fe, conviene que se celebre en lengua vernácula, para que todos puedan comprender la grandeza de la promesa de Dios a los hombres". (Christiani, p. 176)

La consecuencia lógica de esta herejía fue que Lutero aboliera el ofertorio de la Misa, que expresa inequívocamente los fines propiciatorios y expiatorios del sacrificio. Del mismo modo, abolió una parte importante del canon, conservando sólo los pasajes esenciales como narración de la Última Cena de Cristo. Para enfatizar mejor este último evento, agregó a la fórmula de la Consagración del pan las palabras "quod pro vobis tradetur" ("que será entregado por vosotros"), y suprimió tanto "mysterium fidei" ("el misterio de la fe") como "pro multis" ("por muchos"). Consideró que los pasajes que preceden y siguen inmediatamente a la Consagración del pan y del vino eran esenciales.

Para Lutero, la Misa es, en primer lugar, Liturgia de la Palabra y, en segundo lugar, Comunión. Para nosotros, resulta sorprendente que las actuales Reformas litúrgicas hayan adoptado precisamente estas mismas modificaciones. En efecto, como bien sabemos, los textos que hoy utilizan los fieles ya no hacen referencia al Sacrificio, sino a la Liturgia de la Palabra, a la Cena del Señor y a la fracción del pan, o a la Eucaristía. El artículo VII de la instrucción que introdujo la nueva Liturgia refleja una orientación claramente protestante. Una versión corregida que siguió a raíz de las protestas indignadas de los fieles sigue siendo lamentablemente deficiente.

No hace falta decir que, además de estas modificaciones sustanciales, han contribuido a inculcar aún más actitudes protestantes que amenazan seriamente la doctrina católica un gran número de modificaciones litúrgicas menores: la supresión de la piedra del altar, el uso de un solo mantel, el sacerdote de cara al pueblo, la Hostia permaneciendo sobre la patena en lugar de sobre el corporal, la introducción del pan ordinario, vasos sagrados de sustancias menos nobles y otros numerosos detalles.

No hay nada más esencial para la supervivencia de la Iglesia Católica que el Santo Sacrificio de la Misa. Quitarle importancia es amenazar el fundamento mismo de la Iglesia de Cristo. Toda la vida cristiana y el sacerdocio se fundan en la Cruz y en la repetición del Sacrificio de la Cruz sobre el altar.

LUTERO NEGÓ LA TRANSUBSTANCIACIÓN Y LA PRESENCIA REAL QUE ENSEÑA LA IGLESIA CATÓLICA.

Para Lutero, la sustancia del pan permanece. Por eso, en palabras de su discípulo Melanchton, que se oponía firmemente a la adoración del Santísimo Sacramento, "Cristo instituyó la Eucaristía como memorial de su Pasión. Adorarla es, por lo tanto, idolatría".

De aquí se sigue que la Comunión debe tomarse en la mano y bajo las dos especies, lo que refuerza la negación de la presencia del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor; por lo tanto, es normal considerar “incompleta” la Eucaristía bajo una sola especie.

Una vez más notamos la extraña semejanza entre la renovación actual y la Reforma de Lutero. Cada promulgación reciente sobre la Eucaristía tiende a una disminución del respeto, a un retroceso en la adoración: la comunión en la mano y su distribución por laicos, hombres y mujeres; la reducción del número de genuflexiones, que muchos sacerdotes han abandonado por completo; el uso de vasos y panes ordinarios; todas estas innovaciones han disminuido la creencia en la Presencia Real tal como la enseña la Iglesia Católica.

No se puede dejar de concluir que, siendo los principios inseparables de la práctica ("lex orandi, lex credendi"), el hecho de que la liturgia de hoy imite las reformas de Lutero conduce inevitablemente a la adopción de los mismos principios propuestos por él. La experiencia de los seis años que han seguido a la promulgación del Novus Ordo es prueba suficiente de ello. Las consecuencias de este pretendido “esfuerzo ecuménico” han sido nada menos que catastróficas, sobre todo en el ámbito de la fe, y especialmente en términos de perversión del sacerdocio y la grave disminución de las vocaciones, en las escandalosas divisiones creadas entre los católicos de todo el mundo y, de hecho, en las relaciones de la Iglesia con los protestantes y los cristianos ortodoxos.

Las concepciones protestantes sobre las cuestiones esenciales de la Iglesia, del sacerdocio, del sacrificio y de la Eucaristía se oponen irrevocablemente a las de la Iglesia Católica. No fue en vano que se convocó el Concilio de Trento y que el Magisterio de la Iglesia se haya pronunciado con tanta frecuencia sobre estas mismas cuestiones durante más de cuatro siglos desde Trento.

Es imposible, desde el punto de vista psicológico, pastoral y teológico, que los católicos abandonen una liturgia que siempre ha sido la verdadera expresión y sustento de su fe y adopten en su lugar ritos nuevos concebidos por herejes sin exponer esta fe al más grave peligro. No se puede imitar indefinidamente al protestantismo sin hacerse protestante.

¿Cuántos fieles, cuántos sacerdotes jóvenes, cuántos obispos han perdido la fe desde que se adoptaron las nuevas reformas litúrgicas? No se puede pretender ofender a la vez a la fe y a la naturaleza y no esperar que éstas, a su vez, se venguen de ella.

Para captar la sorprendente analogía entre las dos Reformas, vale la pena leer relatos contemporáneos de las primeras “misas evangélicas”. Las descripciones de León Christiani siguen siendo vívidas:
"Durante la noche del 24 al 25 de diciembre de 1521, grandes multitudes comenzaron a llegar a la iglesia parroquial... La misa evangélica estaba a punto de comenzar; Karlstadt se dirige al púlpito; debe predicar sobre la Eucaristía. Afirma que la Comunión bajo las dos especies es obligatoria y que no se requiere confesión previa. Solo importa la fe. Karlstadt se acerca al altar con vestimenta secular, recita el Confiteor y comienza la misa propiamente dicha, de la manera habitual, hasta el Evangelio. Se omiten el Ofertorio y la Elevación, es decir, las partes que expresan la idea del Sacrificio. Después de la Consagración viene la Comunión. Muchos de los congregados no se han confesado y muchos no han ayunado, ni siquiera de alcohol. Se acercan a la mesa de la Comunión con los demás. Karlstadt distribuye las hostias y ofrece el cáliz. Los comulgantes reciben el pan consagrado en la mano y beben del cáliz con indiferencia. Una hostia cae al suelo y Karlstadt hace una seña a un laico. El laico se niega y Karlstadt la deja donde está por el momento, advirtiendo a la congregación, sin embargo, que no la pisen. (Christiani, p. 281-83)
Ese mismo día de Navidad, otro sacerdote del mismo distrito dio la comunión bajo las dos especies a unas cincuenta personas, de las cuales sólo cinco se habían confesado. El resto había recibido la absolución general, siendo su penitencia la recomendación de resistir al pecado.

Al día siguiente, el 26 de diciembre, Karlstadt anunció su compromiso con Anna de Mochau. Numerosos sacerdotes siguieron su ejemplo.

Mientras tanto, Zwilling, que había dejado el monasterio, predicaba en Eilenberg. Había dejado el hábito y ahora tenía barba. Vestido con ropas laicas, despotricaba contra las misas celebradas en privado. El día de Año Nuevo, distribuyó la comunión bajo las dos especies. Las hostias pasaban de mano en mano. Los comulgantes se llevaban algunas en los bolsillos. Una señora, mientras recibía la comunión, dejó caer fragmentos al suelo. Nadie pareció darse cuenta. Los fieles se sirvieron generosamente del cáliz.

El 29 de febrero de 1522, Zwilling se casó con Catalina Falki. Para entonces, se había producido una oleada de matrimonios entre sacerdotes y monjes. Los monasterios empezaban a vaciarse. Los monjes que quedaron quitaron todos los altares salvo uno, destruyeron estatuas e imágenes e incluso los Santos Óleos.

Entre el clero reinaba la anarquía. Cada sacerdote celebraba la misa a su manera. Finalmente se decidió prescribir una nueva liturgia con vistas a restablecer el orden y consolidar las reformas.

El orden de la “misa” se fijó de modo que incluyera el Introito, el Gloria, la Epístola, el Evangelio y el Sanctus, seguidos de un sermón. Se abolieron tanto el Ofertorio como el Canon. A partir de entonces, el sacerdote debía simplemente narrar la institución de la Cena del Señor, recitando en voz alta en alemán las palabras de la Consagración y distribuyendo la Comunión bajo las dos especies. El Agnus Dei, la oración de la Comunión y el Benedicamus Domino se cantaban para terminar la “misa”. (Christiani, p. 281-85).

Una de las preocupaciones de Lutero en esa época era la creación de un repertorio de himnos apropiados. Con considerable dificultad logró conseguir el apoyo de letristas. Se abolieron las fiestas de los santos. Sin embargo, en general Lutero intentó minimizar las aboliciones totales. Dirigió sus esfuerzos a conservar la mayor cantidad posible de ceremonias antiguas, tratando más bien de orientar su significado hacia el espíritu de sus Reformas.

Así, durante un tiempo, la “misa” conservó en gran parte su aspecto exterior. Las iglesias conservaron el mismo decorado y los mismos ritos, con modificaciones, pero orientados hacia los fieles, pues en adelante se debía prestar a éstos mucha más atención que antes, para que tuvieran conciencia de un papel más activo en la liturgia: debían participar así en el canto y en las oraciones de la “misa”. Y, poco a poco, el latín cedió definitivamente el paso a la lengua vernácula alemana.

Incluso la Consagración fue cantada en alemán, con estas palabras: "Nuestro Señor, la noche en que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed de él, porque éste es mi Cuerpo entregado por vosotros. Haced esto cuantas veces lo hagáis, en memoria mía. Asimismo, cuando terminó la cena, tomó también el cáliz, diciendo: Tomad y bebed de él, porque éste es el cáliz de la nueva alianza, de mi Sangre que es derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto cuantas veces bebáis de este cáliz, en memoria mía".

Así se añadieron a la Consagración del pan las palabras "que es entregado por vosotros", y se suprimieron de la Consagración del vino las palabras "el misterio de la fe" y "por muchos".

Estas consideraciones sobre la “misa evangélica” ¿no reflejan nuestros mismos sentimientos hacia la liturgia reformada desde el concilio?

Todos estos cambios que componen la nueva Liturgia de la Misa son verdaderamente de consecuencias peligrosas, especialmente para los sacerdotes jóvenes. Al no haber sido nutridos con las doctrinas del Sacrificio, de la Presencia Real, de la Transubstanciación, éstas ya no tienen ningún significado para los sacerdotes jóvenes que, como resultado, pierden pronto la intención de realizar lo que realiza la Iglesia y, en consecuencia, ya no celebran Misas válidas.

Los sacerdotes más antiguos, por otra parte, incluso cuando celebran según el Novus Ordo, pueden seguir teniendo la fe de siempre. Durante años han celebrado la Misa según el Rito Tridentino y, de acuerdo con las intenciones de ese rito, podemos suponer que sus misas son válidas. Sin embargo, en la medida en que estas intenciones desaparezcan, incluso sus misas pueden llegar a ser inválidas.

Se pretendía que católicos y protestantes “se acercaran”, pero es evidente que los católicos se han convertido en protestantes, y no al revés.

Cuando cinco cardenales y quince obispos participaron recientemente en un "Consejo de la Juventud" en Taizé, Francia, ¿cómo podían los jóvenes distinguir entre catolicismo y protestantismo? Algunos recibían la comunión de los católicos, otros de los protestantes.

Recientemente, el cardenal Willebrands, en su calidad de enviado de la Santa Sede ante el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra, declaró solemnemente que ¡tendremos que rehabilitar a Martín Lutero!

¿Y qué ha sido del Sacramento de la Penitencia con la introducción de la “absolución general”? ¿Es verdaderamente una mejora pastoral enseñar a los fieles que, habiendo recibido la absolución general, pueden recibir la comunión siempre que, si están en estado de pecado mortal, aprovechen la oportunidad para confesarse dentro de los seis meses o el año siguientes? ¿Quién sugerirá que esto es realmente “una mejora pastoral”? ¿Qué concepto de pecado mortal deben retener los fieles de este argumento?

El Sacramento de la Confirmación se encuentra en una situación similar. Un rito común hoy en día es pronunciar simplemente: "Te señalo con la señal de la cruz. Recibe el Espíritu Santo". Al administrar la Confirmación, el obispo debe indicar con precisión la gracia sacramental especial por la que confiere el Espíritu Santo. No hay Confirmación si no dice: "Te confirmo en el nombre del Padre..."

Los obispos me reprochan con frecuencia y me recuerdan que confiero el Sacramento donde no estoy autorizado. A ellos les respondo que confirmo porque los fieles temen que sus hijos no hayan recibido la gracia de la Confirmación, porque tienen una seria duda sobre la validez del Sacramento conferido en sus iglesias. Por eso, para que al menos puedan estar seguros de su conocimiento de la validez de la gracia sacramental, me piden que confirme a sus hijos. Y respondo a su petición porque me parece que no puedo rechazar a quienes piden que su Confirmación sea válida, aunque no sea lícita. Estamos claramente en un tiempo en el que la ley divina natural y sobrenatural tiene precedencia sobre la ley positiva de la Iglesia cuando esta última se opone a la primera, cuando en realidad debería ser el canal que conduce a ella.

Vivimos en una época de extraordinaria crisis y no podemos aceptar sus reformas. ¿Dónde están los buenos frutos de estas reformas, de la reforma litúrgica, de la reforma de los seminarios, de la reforma de las congregaciones religiosas? ¿Qué han producido todos estos Capítulos Generales? ¿Qué ha sido de sus congregaciones? La vida religiosa prácticamente ha desaparecido: ¡ya no hay novicios, ya no hay vocaciones!

El arzobispo Bernardin de Cincinnati reconoció claramente el problema cuando declaró ante el Sínodo de los Obispos en Roma: "En nuestros países" -hablaba en nombre de los países de habla inglesa del mundo- "no hay más vocaciones porque el sacerdote ha perdido su sentido de identidad". Es esencial, por lo tanto, que permanezcamos fieles a la Tradición, porque sin Tradición no hay gracia, no hay continuidad en la Iglesia. Si abandonamos la Tradición, contribuimos a la destrucción de la Iglesia.

Tuve ocasión de decir a los cardenales: “¿No ven que la Declaración del Concilio sobre la libertad religiosa es una contradicción? Mientras que la Introducción afirma que el Concilio deja intacta la doctrina católica tradicional, el cuerpo del documento se opone por completo a la Tradición: se opone a lo que enseñaron los Papas Gregorio XVI, Pío IX y León XIII”.

Ahora nos encontramos ante una difícil elección: o estamos de acuerdo con la Declaración del Concilio sobre la Libertad Religiosa, y por lo tanto, nos oponemos a las enseñanzas de los Papas, o estamos de acuerdo con las enseñanzas de los Papas, y por lo tanto, estamos en desacuerdo con la Declaración del Vaticano II sobre la Libertad Religiosa. Es imposible suscribir ambas. Yo he hecho mi elección: elijo la Tradición. Me aferro a la Tradición por encima de la novedad, que es mera expresión del liberalismo, el mismo liberalismo condenado por la Santa Sede durante un siglo y medio. Ahora bien, este liberalismo ha penetrado en la Iglesia a través del Concilio, y sus lemas siguen siendo los mismos: libertad, igualdad y fraternidad.

El espíritu del liberalismo impregna la Iglesia actual, aunque sus lemas están apenas velados: la libertad es “libertad religiosa”; la fraternidad es “ecumenismo”; la igualdad es “colegialidad”. Ésos son los tres principios del liberalismo, legado de los “filósofos” del siglo XVIII y de la Revolución Francesa.

La Iglesia de hoy se acerca a su propia destrucción porque estos principios son absolutamente contrarios a la naturaleza y a la fe. No hay verdadera igualdad posible, y el Papa León XIII, en su encíclica sobre la libertad, explicó claramente por qué.

¡Y la fraternidad! Si no hay Padre, ¿dónde encontraremos fraternidad? Si no hay Padre, no hay Dios, ¿cómo seremos hermanos? ¿Hemos de abrazar a los enemigos de la Iglesia, a los comunistas, a los budistas, a los masones?

Y ahora tenemos noticias de que no hay excomunión para los católicos que se convierten en masones. La masonería casi destruyó Portugal; estuvo con Allende en Chile y ahora está en Vietnam del Sur. Los masones consideran importante destruir los Estados Católicos. Así fue durante la Primera Guerra Mundial en Austria, así fue en Hungría y en Polonia. La masonería busca destruir las naciones católicas. ¿Qué les espera a España, Italia y otros países en el futuro cercano? ¿Por qué la Iglesia se siente obligada a abrir los brazos a los enemigos de la Iglesia?

Ahora tenemos que rezar, redoblar nuestras oraciones. Estamos asistiendo a un asalto de Satanás contra la Iglesia como nunca se ha visto. Debemos rezar a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que venga en nuestra ayuda, porque no podemos imaginarnos los horrores que nos deparará el mañana. No es posible que Dios tolere indefinidamente estas blasfemias, estos sacrilegios que se cometen contra Su Gloria y Su Majestad. Basta pensar en el horror del aborto, en el divorcio rampante, en la ruina de la ley moral y de la verdad misma. Es inconcebible que todo esto pueda continuar sin que Dios castigue al mundo con algún castigo terrible.

Por eso debemos implorar la misericordia de Dios para nosotros y para toda la humanidad, y debemos luchar, debemos luchar. Debemos luchar sin miedo para mantener la Tradición, para mantener, sobre todo, la Liturgia de la Santa Misa, porque es el fundamento mismo de la Iglesia, más aún, de la civilización cristiana

Si la verdadera Misa ya no se celebrara en la Iglesia, la Iglesia desaparecería.

Debemos, pues, preservar esta Liturgia, este Sacrificio. Nuestras iglesias fueron construidas para esta Misa y para ninguna otra: para el Sacrificio de la Misa, y no para una “cena”, una “comida”, un “memorial” o una “comunión”. Nuestros antepasados ​​construyeron magníficas catedrales e iglesias, no para una “comida” o un simple “memorial”, sino para el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo que continúa en nuestros altares.

Cuento con vuestras oraciones por mis seminaristas, para que sean verdaderos sacerdotes, sacerdotes que tengan la fe, para que puedan administrar los verdaderos Sacramentos y celebrar el verdadero Santo Sacrificio de la Misa. Gracias.