PROTESTAS EN CUBA
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Traducción de la noticia publicada en LA NUOVA BUSSOLA QUOTIDIANA.
*PROTESTA EN CUBA: FALTAN ALIMENTOS Y LA ENERGÍA ELÉCTRICA*
*El domingo 17, en Cuba, i...
Hace 30 minutos
"El verdadero problema es una influyente corriente de teología moral, ya presente entre los jesuitas del siglo XVII, que sostiene una mera ética de la situación; ética que Juan Pablo II rechazó, condenándola en su encíclica 'Veritatis splendor'. La 'Amoris Laetitia' rompe también con este documento magisterial".
“[…] Igualmente brillante e iluminadora es la exposición de profundidad y bien documentada de don Regoli de las diferentes fases del pontificado. Sobre todo en su inicio durante el cónclave de abril de 2005, en el cual Joseph Ratzinger, después de una de las elecciones más breves de la historia de la Iglesia, resulta electo después de sólo cuatro escrutinios seguidos de una dramática lucha entre el así llamado “Partido de la sal de la tierra” (“Salt of Earth Party”) en torno a los cardenales López Trujillo, Ruini, Herranz, Rouco Varela o Medina y el así llamado “Grupo de Saint Galo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini o Murphy-O’Connor; grupo que, recientemente, el mismo cardenal Danneels de Bruselas de manera graciosa lo ha definido como “una especie de club de la mafia”.
La elección fue ciertamente el resultado de un encuentro, cuya clave casi la había proporcionado el mismo Ratzinger como cardenal decano, en la histórica homilía del 18 de abril de 2005 en San Pedro; y ahí precisamente donde, a “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como último recurso sólo el propio Yo y sus deseos”, había contrapuesto otro recurso: “El Hijo de Dios es verdadero hombre” como “la medida del verdadero humanismo”. Esta parte del inteligente análisis de Regoli se lee hoy casi como un impactante misterio con una asombrosa puesta en escena no lejana aun en la mente del espectador, mientras que la “dictadura del relativismo” desde hace tiempo se expresa abrumadoramente a través de los muchos canales de los nuevos medios de comunicación que, en el 2005, apenas si podían imaginarse […]”.
“Ha sido un trecho del camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en esa barca estaba el Señor y siempre sabía que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda; es Él quien la conduce, seguramente también a través de los hombres que ha elegido, pues así lo ha querido. Ésta ha sido y es una certeza de que nada puede empañar”.Debo admitir que, al leer estas palabras, ahora casi me vuelven las lágrimas a los ojos, tanto por haber visto personalmente, de cerca y de forma incondicional, como él mismo y su ministerio, se traduce en la adhesión del papa Benedicto a las palabras de San Benito, según las cuales “nada debe anteponerse al amor de Cristo”, nihil amori Christi praeponere, como se dice en la regla dictada por el Papa Gregorio Magno. Fui entonces testigo, pero todavía ahora sigo estando fascinado por la precisión de aquel último análisis en la Plaza de San Pedro que sonaba tan poético, pero que no era más que profético. De hecho, son palabras que aún hoy Francisco firmaría de inmediato y sin duda suscribiría. No a los papas sino a Cristo, al Señor mismo y a nadie más pertenece la nave de Pedro, batida por las olas en un mar en tempestad, cuando una y otra vez tememos que el Señor duerma y que no se preocupe de nuestras necesidades, mientras le basta una sola palabra para cesar todas las tormentas; cuando, en cambio, lo que nos hace caer continuamente en el pánico, más que las altas olas y el aullar del viento, es nuestra incredulidad, nuestra poca fe y nuestra impaciencia.