sábado, 25 de julio de 2009

COMPARTIENDO EL EVANGELIO: ALIMENTO QUE ROBUSTECE



La comida es un lugar de encuentro donde uno pone lo mejor de sí. Pero si están divididos, si están viendo televisión, si están haciendo cualquier cosa, ¿qué puede poner uno?


Reflexión de Mons. Rubén Oscar Frassia

Domingo 26 de julio de 2009
17º domingo durante el año
Evangelio según San Juan 6, 1-15 (Ciclo B)

El Evangelio de hoy, que nos habla de la multiplicación de los panes y los peces, está muy unido a la Eucaristía, que es el Alimento.

En primer lugar, fijémonos que la comida no sólo es una cuestión material, del alimento, sino que también es un lugar de encuentro, un de motivo de encuentro. Por eso, cuando uno come en su casa con la familia, que en la comida no se ventilen problemas, no se discutan problemas. Que se converse, que se comparta, que sea un encuentro humano bueno, fraternal. Hay gente que a veces come con el televisor prendido, no se escuchan, están apurados porque tienen algo que hacer. ¡No! La comida es un lugar de encuentro donde uno pone lo mejor de sí. Pero si están divididos, si están viendo televisión, si están haciendo cualquier cosa, ¿qué puede poner uno?

En segundo lugar, hay un alimento que es el espiritual. ¿Ven? Acá hay dos alimentos, uno material y otro espiritual. Como que hay dos comidas y las dos son importantes, pero hay una que da luz y sustento a la otra: el alimento espiritual. La persona se especifica por lo más importante que es: la persona, el espíritu.

Como nosotros somos personas de los dos reinos, del humano y del divino, siempre tenemos que trabajar estas dos líneas en lo solidario, en lo fraterno, en lo humano, en lo social y también en aquello que es el espíritu, que es lo divino, lo trascendente, lo de Dios.

Tenemos un Alimento que robustece las dos cosas: la Eucaristía. Cristo nos alimenta en la Eucaristía y nos da fuerzas para lo humano y para lo cristiano. La Eucaristía es Alimento y a la vez es remedio de todas nuestras heridas y de todas nuestras fragilidades. Alimento que alimenta y remedio que cura y sana.

Pero también es cierto que nosotros no somos “los convidados de piedra”, los que estamos “ahí” y nada más. Nuestra participación es activa. Somos invitados a participar activamente y está simbolizado en el niño del Evangelio, que tiene algunos panes y dos peces, que los ofrece a través del discípulo. Recibimos pero también tenemos algo que ofrecer.

Veamos: falta el pan material en muchos hogares y también falta el pan de la verdad, el pan de la cultura, el pan del respeto, el pan de lo social, de lo fraterno, ¡faltan muchos panes!, ¡faltan muchas realidades!: de la salud, de la educación, ¡de tantas cosas! y bueno, tenemos que alimentarlas.

En un mundo que se está fragmentando, como quebrando, ¿qué cosas tenemos que ofrecer? Bueno, ofrezcamos esos cinco panes y esos dos peces. No podemos hacer todo, hagamos algo y hagámoslo bien. ¡Usted tiene algo que ofrecer!

Algunos ejemplos: hay personas que son ciegas, que no ven, vaya y léales un libro; visitar a un enfermo o visitar a un vecino que está solo; detenerse y saludar a una persona mayor, anciana, y darle el tiempo. Porque siempre la gente corre, corre y corre, pero ¿para qué? ¡Darse tiempo!

Pidamos al Señor, en este domingo, que nos de un amor a la Eucaristía y a estas dos cosas importantes: hambre de pan y hambre de vida eterna. La vida eterna y la solidaridad humana, porque ambas realidades son partes de nuestra vida cotidiana.

Que el Señor nos bendiga a serenarnos y nos de fuerzas para que este Alimento robustezca nuestra vida y que sea remedio, sanación, para tantas fragilidades que están en el corazón humano. Hay poco tiempo y hay que vivirlo bien.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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